CAPÍTULO UNO
16 de marzo de 2005
14:45 Hora de Afganistán (5:15 Hora del Este)
Base Aérea de Bagram
Provincia de Paruán, Afganistán
—Luke, no tienes que hacer esto —dijo el Coronel Don Morris.
El Sargento de primera clase Luke Stone se mantuvo en calma dentro de la oficina de Don. La oficina en sí estaba dentro de una gloriosa choza Quonset de metal corrugado, no lejos de donde comenzaba la nueva pista de aterrizaje.
La base aérea era un país de las maravillas con un sonido constante: había excavadoras cavando y pavimentando, trabajadores de la construcción que martilleaban cientos de barracones de madera contrachapada, para reemplazar las tiendas de campaña donde las tropas destacadas aquí habían vivido anteriormente y, por si eso no fuera suficiente, había ataques con cohetes talibanes desde las montañas circundantes y terroristas suicidas en motocicleta que se lanzaban sobre las barreras delanteras.
Luke se encogió de hombros. Su pelo era más largo que el permitido por las directrices militares. Tenía una barba de tres días. Llevaba un traje de vuelo sin ninguna indicación de rango.
—Sólo estoy siguiendo órdenes, señor.
Don negó con la cabeza. Su pelo era negro, entremezclado entre gris y blanco. Su rostro parecía haber sido tallado en granito. De hecho, todo su cuerpo podría haberlo sido. Sus ojos azules eran profundos e intensos. El color de su cabello y las líneas en su rostro eran las únicas señales de que Don Morris había estado vivo en la Tierra durante más de cincuenta y cinco años.
Don estaba empaquetando los escasos enseres de su oficina. Uno de los fundadores legendarios de las Fuerzas Delta se retiraba del Ejército de los Estados Unidos. Había sido seleccionado para fundar y administrar una pequeña agencia de inteligencia en Washington, DC, un grupo semiautónomo dentro del FBI. Don se refería a él como unas Fuerzas Delta civiles.
—No te atrevas a llamarme señor, —dijo— y si sólo estás siguiendo órdenes, entonces sigue esta: rechaza la misión.
Luke sonrió. —Me temo que ya no eres mi oficial al mando. Tus órdenes no tienen demasiado peso ya. Señor.
Los ojos de Don se encontraron con los de Luke. Los mantuvo allí un largo rato.
—Es una trampa mortal, hijo. Dos años después de la caída de Bagdad, el esfuerzo de guerra en Irak es una cagada total. Aquí, en el país de Dios, controlamos el perímetro de esta base, el aeropuerto de Kandahar, el centro de Kabul y poco más. Amnistía Internacional, la Cruz Roja y la prensa europea, todos están armando jaleo sobre los puntos negros y las prisiones de tortura, incluso aquí mismo, a trescientos metros de donde estamos. Los jefazos sólo quieren cambiar el relato. Necesitan una victoria en mayúsculas. Y Heath quiere una pluma en su gorra. Eso es todo lo que siempre ha querido. Por nada de eso vale la pena morir.
—El Teniente Coronel Heath ha decidido dirigir la incursión personalmente, —dijo Luke. —Me informaron hace menos de una hora.
Los hombros de Don se desplomaron. Luego asintió.
—No me sorprende. —dijo—¿Sabes cómo solíamos llamar a Heath? Capitán Ahab. Se fija en algo, algo así como una ballena y la perseguirá hasta el fondo del mar. Y estará feliz de llevarse a todos sus hombres con él.
Don hizo una pausa. Suspiró.
—Escucha, Stone, no tienes nada que demostrarme; ni a mí, ni a nadie. Te has ganado un permiso. Puedes rechazar esta misión. Demonios, en un par de meses, podrías dejar el Ejército si quisieras y unirte a mí en Washington DC. Eso me gustaría.<