: Voltaire
: Obras de Voltaire Biblioteca de Grandes Escritores
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: 9783959282376
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: Erzählende Literatur
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• Cándido o el optimismo • El blanco y el negro • El hombre de los cuarenta escudos • El mundo tal como va • Historia de los viajes de escarmentado • Historia de un buen brahmín • La princesa de Babilonia • Los dos consolados • Memnón o la sabiduría humana • Micromegas • Una aventura india • Zadig o el destino • La Henriada (1728) • Tratado sobre la intolerancia (1763) • Diccionario Filosófico (1764) • Cuentos filosóficos • Como anda el mundo, visión de Babuco (1748) • Historia de los viajes del escarmentado • Memnon, o la cordura humana (1748) • Micromegas (1752) • Historia de un buen brama (1756) • Los dos consolados (1756) • Cartas filosóficas • Diccionario filosófico • Obra literaria • Otros escritos filosóficos • Tratado sobre la tolerancia François Marie Arouet (París, 21 de noviembre de 1694 - ibídem, 30 de mayo de 1778), más conocido como Voltaire, fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés que figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. En 1746 Voltaire fue elegido miembro de la Academia francesa en la que ocupó el asiento número

"Dile las gracias vertiendo tiernas lágrimas, y en vez de llevarme a Italia me condujo a Argel, y me vendió al Dey. Apenas me había vendido, se manifestó en la ciudad con toda su furia aquella peste que ha dado la vuelta por África, Europa y Asia. Señorita, usted ha visto temblores de tierra; pero ¿ha padecido la peste?"

-Nunca -respondió la baronesa.

-Si la hubiera padecido confesaría usted que con ella no tienen comparación los terremotos. Es muy frecuente en África, y yo la he padecido. Figúrese usted qué situación para la hija de un papa, de quince años de edad, que en el espacio de tres meses había sufrido pobreza y esclavitud, había sido violada casi todos los días, había visto hacer cuatro pedazos a su madre, había padecido las plagas de la guerra y del hambre y se moría de la peste en Argel. Verdad es que no morí; pero pereció mi eunuco, el Dey y casi todo el serrallo.

"Cuando calmó un poco la desolación de esta espantosa peste, vendieron a los esclavos del Dey. Me compró un mercader que me llevó a Túnez, donde me vendió a otro mercader, el cual me revendió en Trípoli; de Trípoli me revendieron en Alejandría, de Alejandría en Esmirna y de Esmirna en Constantinopla: al cabo vine a parar a manos de un agá de los jenízaros que en breve recibió orden de ir a defender a Azof contra los rusos, que la tenían sitiada.

"El agá, hombre muy elegante, llevó consigo a todo su serrallo, y nos alojó en un fortín sobre la laguna Meótides, guardado por dos eunucos negros y veinte soldados. Fueron muertos millares de rusos, pero nos pagaron con creces: entraron en Azof a sangre y fuego y no se perdonó edad ni sexo; sólo quedó nuestro fortín, que los enemigos quisieron tomar por hambre. Los veinte jenízaros juraron no rendirse; los apuros del hambre a que se vieron reducidos los forzaron a comerse a los dos eunucos por no faltar al juramento, y al cabo de pocos días resolvieron comerse a las mujeres.

"Teníamos un imán, muy piadoso y caritativo, que les predicó un sermón elocuente, exhortándolos a que no nos mataran del todo. Cortad, dijo, una nalga a cada una de estas señoras, con la cual os regalaréis a vuestro paladar; si es menester, les cortaréis la otra dentro de algunos días: el cielo remunerará obra tan caritativa y recibiréis socorro.

"Como era tan elocuente, los persuadió y nos hicieron tan horrorosa operación. Nos puso el imán el mismo ungüento que se pone a las criaturas recién circuncidadas: todas estábamos a punto de morir.

"Apenas habían comido los jenízaros la carne que nos habían quitado, desembarcaron los rusos en unos barcos chatos, y no se escapó con vida ni siquiera un jenízaro: los rusos no tuvieron consideración por el estado en que nos hallábamos. En todas partes se encuentran cirujanos franceses; uno que era muy hábil nos tomó a su cargo y nos curó, y toda mi vida recordaré que, así que se cerraron mis llagas, me requirió de amores. Nos exhortó luego a tener paciencia, afirmándonos que lo mismo había sucedido en otros muchos sitios y que era ésa la ley de la guerra.

"Luego que pudieron andar mis compañeras, las condujeron a Moscú, y yo cupe en suerte a un boyardo que me hizo su hortelana y me daba veinte zurrazos diarios. Al cabo de dos años fue descuartizado este señor, con una treintena de boyardos, por no sé qué enredo de palacio; aprovechándome de la ocasión me escapé, atravesé la Rusia entera y serví mucho tiempo en los mesones, primero