CAPÍTULO UNO
Riley estaba jorobada en su cama ojeando su libro de psicología, pero no podía concentrarse por todo el ruido. La canción de Gloria Estefan «Don’t Let This Moment End» estaba sonando otra vez.
¿Cuántas veces había oído esa estúpida canción solo esta noche? Todo el mundo parecía estar escuchándola últimamente.
Riley gritó sobre la música a su compañera de cuarto: —Trudy, ¡por favor quita esa canción! O solo mátame y ya.
Trudy se echó a reír. Ella y su amiga Rhea estaban sentadas en la cama de Trudy al otro lado de la habitación. Acababan de terminar de arreglarse las uñas y ahora estaban agitando sus manos para que se secaran.
Trudy gritó sobre la música: —Pues no.
—Te estamos torturando —añadió Rhea—. No te dejaremos en paz hasta que salgas con nosotras.
Riley dijo: —Es jueves.
—¿Y? —dijo Trudy.
—Y tengo que ir a clase en la mañana.
Rhea dijo: —¿Desde cuándo necesitas dormir?
—Rhea tiene razón —añadió Trudy—. Nunca he conocido a una persona tan noctámbula.
Trudy era la mejor amiga de Riley, una rubia con una enorme sonrisa que hechizaba a casi todas las personas a las que conocía, especialmente a los chicos. Rhea era una morena, más linda que Trudy y un poco más reservada por naturaleza, aunque hacía todo lo posible por mantenerse a la par con Trudy.
Riley soltó un gemido de desesperación. Se levantó de la cama y se acercó al reproductor de CD de Trudy y le bajó a la música, y luego se volvió a subir en su cama y cogió su libro de psicología.
Y, por supuesto, Trudy se levantó y volvió a subirle a la música. No estaba tan fuerte como antes, pero igual no podía concentrarse en su lectura.
Riley cerró su libro de golpe y dijo: —Me vas a obligar a recurrir a la violencia.
Rhea se echó a reír y dijo: —Bueno, al menos eso te haría moverte. Si sigues sentada así como una jorobada, te quedarás así.
Trudy añadió: —Y no nos digas que tienes que estudiar. Recuerda que yo también estoy en esa clase de psicología. Sé que estás bastante adelantada, quizás hasta semanas.
Rhea soltó un jadeo, fingiendo estar horrorizada. —¿Estás adelantada en la lectura? ¿Eso no es ilegal? Porque debería serlo.
Trudy le dijo un codazo a Rhea y dijo: —A Riley le gusta impresionar al profesor Hayman porque siente algo por él.
Riley espetó: —¡No siento nada por él!
Trudy dijo: —Lo siento, me equivoqué. ¿Por qué sentirías algo por él?
Riley no pudo evitar pensar: «¿Porque es joven, lindo e inteligente? ¿Porque todas las chicas de la clase están enamoradas de él?»
Pero se guardó ese pensamiento.
Rhea tendió su mano y se miró las uñas. Luego le preguntó a Riley: —¿Desde cuándo no tienes sexo?
Trudy le negó con la cabeza a Rhea y dijo: —Riley hizo un voto de castidad.
Riley puso los ojos en blanco y se dijo a sí misma: «Eso ni siquiera vale la pena una respuesta.»
Luego Trudy le dijo a Rhea: —Riley ni siquiera se está tomando la píldora.
Los ojos de Riley se abrieron de par en par ante la indiscreción de Trudy.
—¡Trudy! —exclamó.
Trudy se encogió de hombros y dijo: —No me hiciste jurar guardar el secreto.
Rhea estaba boquiabierta y parecía estar realmente horrorizada.
—Riley. Di que no es verdad. Por favor, por favor, dime que Trudy está mintiendo.
Riley gruñó por lo bajo y no dijo nada.
«Si supieran», pensó.
No le gustaba pensar en sus años adolescentes rebeldes, y mucho menos hablar de ellos. Había tenido suerte de no quedar embarazada o contraer una enfermedad. Se había enderezado un poco en la universidad, incluyendo en el sexo, a pesar de que siempre llevaba una caja de condones en su cartera por si acaso.
Trudy volvió a subirle a la música intencionalmente.
Riley suspiró y dijo: —Está bien, me rindo. ¿Adónde quieren ir?
—A La Guarida del Centauro —dijo Rhea—. Quiero beber.
—Sí ese es el mejor lugar —agregó Trudy.
Riley se puso de pie y preguntó: —¿Estoy bien vestida?
—¿Estás bromeando? —dijo Trudy.
Rhea dijo: —La Guarida es mugrienta e informal, pero notanto.
Trudy se acercó al clóset y rebuscó entre la ropa de Riley antes de decir: —No puede ser que hasta tenga que comportarme como tu mamá y escogerte la ropa.
Trudy sacó una camiseta corta y un buen par de jeans y se los entregó a Riley. Luego ella y Rhea salieron al pasillo para buscar a otras chicas de su piso para que las acompañaran.
Riley se cambió de ropa, y luego se quedó mirándose en el espejo