CAPÍTULO DOS
Kevin contempló al alienígena que habló mientras el horror se apoderaba de él.
El alienígena también lo miró con aquellos grandes ojos pálidos y volvió a hablar mientras los otros dos que estaban a su lado permanecían en silencio, las palabras se tradujeron en la cabeza de Kevin antes de que el dispositivo que tenía pudiera hacerlo.
―Este es el purísimo Xan de la Colmena ―dijo el alienígena―. Los dos que están al lado de este son el purísimo Ix y el purísimo Ull. Y ustedes son Chloe Baxter y Kevin McKenzie, simios del planeta Tierra.
Kevin estaba perplejo. Tardó varios momentos en ordenar sus pensamientos.
―Somos humanos ―acotó Kevin, queriendo corregirlos, hablar con ellos, incluso persuadirlos. Después de todo, le estaban hablando de una manera en la que no se habían molestado en hablar con nadie más.
―Como dije ―respondió purísimo Xan―, simios. Cosas inferiores, pero quizás cosas de las que vale la pena aprender.
No había ninguna emoción en la forma en que el alienígena lo decía, pero algo en la manera en la que habló de aprender de ellos, hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Kevin.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Kevin―. ¿Qué van a hacernos?
―Nuestras naves-mundo viajan para recolectar recursos ―dijo purísimo Xan―. Tecnología, minerales, mentes, cuerpos que podamos reformar. Los examinaremos y los entenderemos hasta que ya no nos sean útiles. Entonces los descartaremos.
Kevin vio que el rostro de Chloe palidecía y podía compartir ese miedo. La idea de ser desgarrados para ser estudiados y luego desechados era aterradora.
―No les tenemos miedo ―dijo Chloe, luchando porque su voz suene desafiante.
―Sí, lo tienen ―destacó purísimo Xan―. Son seres inferiores, con miedos y necesidades, debilidades y fallas. No son de la Colmena. No son purísimos. Nosotros no tenemos tales debilidades, solo las mejoras de nuestros moldeadores de carne.
―¿Creen que son perfectos? ―preguntó Chloe―. ¿Creen que al verse así son perfectos?
―Aún no ―dijo purísimo Xan―. Pero lo seremos. Basta de hablar con las cosas inferiores.
Habiendo dicho esto, el alienígena se volvió hacia los demás y Kevin supo que lo siguiente que diría sería «agárrenlos».
―¡Corre! ―le gritó a Chloe y echaron a correr lo más rápido que pudieron desde allí para alejarse de los alienígenas. Kevin corrió todo lo que el cuerpo le permitía, ignorando el dolor y el esfuerzo, ignorando la forma en que su enfermedad intentaba hundirlo con cada paso y pensando en que si él y Chloe podían alejarse lo suficiente, podrían ser capaces de perder a purísimo Xan y a los demás en el caos de la nave-mundo.
―¿Adónde estamos yendo? ―preguntó Chloe.
―No lo sé ―dijo Kevin. En ese momento, no tenía ningún plan ni tampoco ninguna idea de lo que iban a hacer a continuación.
Siguió corriendo, arriesgándose a mirar hacia atrás para ver si los alienígenas los perseguían. Pero ellos se quedaron en el lugar, aparentemente concentrados. Uno de ellos tocó algo que tenía en el brazo.
Sin previo aviso, el mundo se sintió más pesado. Se sentía como si objetos pesados cayeran sobre Kevin, demasiado sólidos para levantarlos. Luchó por mantenerse en pie y vio que Chloe hacía lo mismo mientras empujaba hacia arriba como si pudiera levantar el cielo sobre ella. Sin embargo, no era el aire, se sentía como si los propios huesos y músculos de Kevin fueran demasiado pesados, la gravedad lo arrastraba hacia el suelo muchísimo más fuerte de lo que debería.
―Es la cosa que les permite pegarse a las paredes ―gritó Kevin, pensando en la forma en que los alienígenas eran capaces de caminar de lado y al revés por el interior de su nave-mundo. Si podían controlar la gravedad como para hacer eso, era claro que lo usarían.
―Me está arrastrando hacia abajo ―le respondió también gritando Chloe―. ¡Estamos atrapados!
Parecía estar al borde del pánico, como le había sucedido en la nave espacial.
La gravedad lo llevó a quedar de rodillas, la presión le dificultaba respirar. Cayó hacia adelante, sintiendo el peso de su propio cuerpo que lo inmovilizaba contra el suelo.
Al escuchar el grito de frustración de Chloe se dio cuenta de que a ella le había ocurrido lo mismo. Kevin usó toda su fuerza para poder girar sobre su espalda y mirar hacia donde se encontraba ella, inmovilizada de la misma manera.
―¡No, déjenme ir! ¡Déjenme ir! ―gritó ella. Kevin pudo ver cómo lloraba mientras intentaba zafarse de la fuerza que la retenía.
Los tres alienígenas ya estaban allí y debían de haber enviado alguna señal a los demás, porque dos criaturas corpulentas con caparazones como armaduras salieron de la torre dorada cargando lo que parecían ser dos grandes marcos de metal. Los colocaron cerca de Kevin y Chloe, dejándolos en posición vertical para que Kevin pudiera ver las láminas que parecían de cristal colocadas que había dentro, haciendo que parecieran dos ventanas paradas.
―Intentar escaparse fue tonto ―dijo purísimo Xan. El alienígena le hizo u