INTRODUCCIÓN
«Toda una Vía Láctea de ocurrencias», anota al azar Lichtenberg en uno de sus cuadernos de notas o «cuadernos borradores», como él solía llamarlos. Fórmula feliz, sin duda, para esbozar el perfil de una obra por la que circulan miríadas de ideas de muy distinto brillo y magnitud, ocasionalmente agrupables en constelaciones, una obra que refleja la pluralidad de intereses de un observador sutilísimo de sí mismo y del mundo que, en solitario y sin plantearse siquiera la posibilidad de publicarlas, va anotando sus reflexiones e impresiones con plena espontaneidad, desde la perspectiva de un escéptico visceral, de un racionalista consciente de sus múltiples contradicciones.
Extraño destino literario el de este profesor de física en una de las universidades de mayor prestigio en su país, Alemania, cuyo arco vital se inscribe en un período tan intenso y rico en transformaciones como es, en la historia espiritual alemana, la segunda mitad del sigloXVIII. Respetado en vida como científico (sus investigaciones en el campo de la electricidad le llevaron a descubrir, en 1777, las denominadas «figuras de Lichtenberg»), literariamente no pasó de ser el autor de unos cuantos escritos satíricos y el redactor, durante más de veinte años, de un modestoAlmanaque de bolsillo anual destinado a un público de damas y caballeros de la sociedad provinciana de Gotinga, ciudad donde enseñaba y residía. La fama le llegó póstumamente de la mano de dos amigos –uno de ellos su editor, casero y proveedor de libros y vino–, que hubieron de vencer la renuencia inicial de un hermano albacea a publicar esa miscelánea de fragmentos cuyo título, disposición y volumen irían modificándose en sucesivas ediciones, y que uno de sus frecuentadores más asiduos, Friedrich Nietzsche, no vacilaría en colocar entre los pocos libros de la literatura alemana que merecen ser leídos una y otra vez.1
El títuloAforismos, utilizado por su primer editor crítico a principios de nuestro siglo, es, además de apócrifo, desorientador, sin menoscabo de que se considere a Lichtenberg el iniciador del género en Alemania. Pues nada más lejos de los cuadernos lichtenbergianos que un libro de aforismos, sentencias o máximas tal como lo concibieron las tradiciones clásico-renacentista o francesa, que iba dirigido ya, al menos en ciertos casos, a un público concreto. Y es que en ese sorprendente cajón de sastre que son los cuadernos, encontramos largas reflexiones sobre los más variados temas, notas de lecturas, anécdotas, breves diálogos o retratos, fragmentos de proyectos autobiográficos y literarios nunca realizados, comentarios corrosivos, citas, hipótesis, interrogantes, frases o palabras descontextualizadas, sueños y también, por supuesto, pensamientos servidos con un riguroso atuendo aforístico («El bienestar de muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena»), auténticas greguerías («Campanarios, embudos invertidos para dirigir la plegaria al cielo»), o juegos verbales que conjugan la pura complacencia homofónica con laboutade capaz de sintetizar en cuatro palabras –«Ça ira, Ca-ira, Kahira, Cairo» (de la canción revolucionaria a la campaña de Egipto)– diez años cruciales de la historia de Francia y Occidente.
Ya apuntaba certeramente Goethe que «podemos utilizar los escritos de Lichtenberg como la más maravillosa de las varitas mágicas; donde él hace una broma, hay algún problema oculto».2 Así lo entendieron también Freud, que utilizó algunos aforismos para su análisis del chiste, y, más tarde, André Breton, para quien Lichtenberg fue uno de los grandes maestros del humor negro. Esta faceta festiva, que incluye el gusto por la paradoja y elnonsense, se vio alimentada por la lectura de los clásicos del sigloXVIII inglés, en particular Swift, Sterne, Fielding y Johnson, a quienes lo unían muchas afinidades. Con Sterne comparte, además, el culto por lo pequeño y aparentemente insignificante, por la miniatura portadora de epifanías tal como aparece, por ejemplo, en elViaje sentimental p