: Juan Carlos Iglesias Fernández
: De lobos y corderos
: Edhasa
: 9788435047623
: 1
: CHF 6.20
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: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 416
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Esta historia está basada en hechos irreales, todos los personajes -incluso los reales-son ficticios y todas las situaciones -las que parecen de verdad y las que salta a la vista que son mentira- son una invención exagerada de principio a fin. Érase una vez un cocinero que entra en la cárcel por un delito grave y consigue transformar la vida de presos y funcionarios a través de la comida... Así, más o menos, comienza la historia. Pero lo que parece simple, pues la mayoría de la acción transcurre dentro del penal del Camarlengo Emérito Facundo Salvador Cocheras, en realidad es complejo. Cuando don Facundo acude a la penitenciaría no se podría haber imaginado lo que se acabaría cocinando allí. De primer plato, un revuelto de asesinatos y crímenes de lo más atroces sazonados con fogosos y apasionados amoríos. De segundo, un guisado de intrigas políticas y personajes históricos, acompañado de hallazgos arqueológicos inauditos. Y de postre, los reclusos Tristán y Gaspar nos preprarán un apoteósico final digno de recibir una estrella Michelin. Y ahí no acaba su complejidad, pues la novela no tiene una línea argumental, sino varias, y la mayoría de ellas suceden fuera de los límites de la prisión y, además, en épocas distintas. Peculiar y extravagante historia de un sinfín de personajes cuya existencia pende de los veleidosos caprichos del destino, es ésta De lobos y corderos una novela gamberra hasta los últimos extremos. A caballo entre lo literario y lo policíaco, con toques de amor y sexo, aventuras, lealtades, amistad, gastronomía y, sobre todo, entretenimiento, Juan Carlos Iglesias consigue llevarnos a un mundo ficticio, que, en el fondo, se parece demasido a lo real.

Juan Carlos Iglesias lleva toda su vida profesional dedicado a la restauración. En el Grup Iglesias comparte con sus hermanos la dirección de un grupo de restaurantes de prestigio y con los hermanos Adriá, alma del proyecto, crea 'El barri', espacio gastronómico de barrio renombrado mundialmente. Aunque estudió Derecho en la UAB siempre ha sentido la llamada del calor humano que da el contacto con los clientes y el espíritu aventurero del riesgo empresarial y la felicidad sencilla que transmite el que da de comer a los demás. Y en ésas estaba hasta que decide escribir De lobos y corderos, su primera novela.

SU SANTIDAD

(Año 1404 de Nuestro Señor.)

La tristeza que se respiraba dentro del Penal del Camarlengo Emérito Facundo Salvador Cocheras era compensada en parte por un clima benigno. Los internos solían disfrutar de una temperatura suave la mayor parte del año, que hacía agradables los escasos momentos de disfrute al aire libre. Aquel recinto penitenciario era una prisión inflexible e inmisericorde y el origen de su nombre tenía una historia de lo más particular.

Don Facundo, como deseaba ser llamado, había sido en un pasado muy lejano, allá por 1404, amigo personal, asistente y ulterior camarlengo del sumo pontífice Cossimo Gentile Miglioratti, conocido como Inocencio VI. Éste había sido un Papa respetado por la curia eclesiástica y amado por los fieles católicos dada su venerable e imponente presencia ascética y el don de su oratoria: eficiente, directa y cautivadora. Sin embargo, y de manera incomprensible, fue envenenado con una mezcla de belladona, cicuta y acólito. Tres hierbas mortales por separado y de una innecesaria desalmada crueldad si alguien decidía administrarlas a la vez. Los espasmos y el ahogamiento, los ojos enrojecidos, los sonidos guturales y la espuma blanca causaron en don Facundo, presente en la interminable agonía del Papa, una impresión de desazón y desasosiego que lo acompañaría toda la vida. Pese a todo, tiempo después Facundo superaría lo peor del tormento, gracias a un esfuerzo sobrenatural de su férrea voluntad y a la ayuda trascendental de Dios nuestro señor.

Don Facundo se retiró de sus obligaciones y cargos, después de certificar el fallecimiento de su venerado amigo Cossimo, a una apartada hacienda propiedad de la Iglesia dedicada a la oración, el recogimiento, la glorificación divina, el arduo trabajo del campo y la cría de ganado. De este voluntario y doloroso retiro sólo saldría al ser revelada la autoría del verdadero asesino, al cabo de un año.

Confesó un tal Vittorio Scorzo, orondo responsable de cocinas del palacio papal que, según sus propias palabras, actuó ofuscado por el descarado coqueteo libertino de una de sus cocineras, de la que estaba enamorado, con el jefe de la guardia personal del papa Inocencio y a la que éste correspondía con lisonjas y galanterías. El guardia Beppo Vespucio Cracco se escapaba constantemente a montar a Loreta como un salvaje ante las propias narices de un ojiplático Vittorio, que se pasaba el día indignado porque escogieran para tales menesteres un rincón apartado de una de las alacenas de su propia cocina. Beppo, jactancioso, petulante y con fanfarrones pavoneos, se bajaba los calzones, le levantaba la falda y el corsé a su amante, la besaba en la boca sacando la lengua, le manoseaba los generosos pechos como quien amasa una hogaza cruda de pan y la embestía como un toro semental. Mientras Vittorio se desconsolaba, ella recibía el miembro de su enamorado guardia con vítores, gemidos e irritantes chillidos de satisfacción.

Consumido por los celos, el odio y el resentimiento, Vittorio decidió acabar con la vida de Beppo con aquellas tres hierbas venenosas, que buscó con paciencia y disimulo por campos y boticas. Rellenó una empanada con ellas, más ventresca de ruibarbo ahumado y los primeros cogordos y níscalos de la temporada de setas. Con un pincel, untó la masa con aceite de al-Ándalus y un destilado de esencia de belladona salvaje y después la coció a fuego lento, dejándola crujiente y apetitosa como ninguna otra que hubiera hecho antes. Y se la dio en una de sus cotidianas escapadas de regocijo carnal. Coincidió, por una fatal casualidad, con que Beppo vino a buscar un ligero refrigerio para el Papa, quien había decidido esa misma mañana poner fin a su habitual ayuno de otoño. Vittorio le dijo a Beppo haberla cocinado para él como reconocimiento a la admiración que le generaba la gran responsabilidad de su trabajo. Beppo se lo agradeció, emocionado, y se mostró ansioso por probarla después de llevarle al Papa sus colaciones.

Inocencio VI siempre salía de su ayuno con prudencia y mesura para no dañar su inactivo estómago, y durante unos días comía sólo unos pocos frutos secos, en esencia almendras y uvas pasas. En ese periodo de frugalidad el pontífice no bebía otra cosa que agua de rosas mezclada con infusiones templadas de jengibre de Tarraco Nova.

Beppo se presentó presto en la estancia privada de Inocencio VI, que e