SU SANTIDAD
(Año 1404 de Nuestro Señor.)
La tristeza que se respiraba dentro del Penal del Camarlengo Emérito Facundo Salvador Cocheras era compensada en parte por un clima benigno. Los internos solían disfrutar de una temperatura suave la mayor parte del año, que hacía agradables los escasos momentos de disfrute al aire libre. Aquel recinto penitenciario era una prisión inflexible e inmisericorde y el origen de su nombre tenía una historia de lo más particular.
Don Facundo, como deseaba ser llamado, había sido en un pasado muy lejano, allá por 1404, amigo personal, asistente y ulterior camarlengo del sumo pontífice Cossimo Gentile Miglioratti, conocido como Inocencio VI. Éste había sido un Papa respetado por la curia eclesiástica y amado por los fieles católicos dada su venerable e imponente presencia ascética y el don de su oratoria: eficiente, directa y cautivadora. Sin embargo, y de manera incomprensible, fue envenenado con una mezcla de belladona, cicuta y acólito. Tres hierbas mortales por separado y de una innecesaria desalmada crueldad si alguien decidía administrarlas a la vez. Los espasmos y el ahogamiento, los ojos enrojecidos, los sonidos guturales y la espuma blanca causaron en don Facundo, presente en la interminable agonía del Papa, una impresión de desazón y desasosiego que lo acompañaría toda la vida. Pese a todo, tiempo después Facundo superaría lo peor del tormento, gracias a un esfuerzo sobrenatural de su férrea voluntad y a la ayuda trascendental de Dios nuestro señor.
Don Facundo se retiró de sus obligaciones y cargos, después de certificar el fallecimiento de su venerado amigo Cossimo, a una apartada hacienda propiedad de la Iglesia dedicada a la oración, el recogimiento, la glorificación divina, el arduo trabajo del campo y la cría de ganado. De este voluntario y doloroso retiro sólo saldría al ser revelada la autoría del verdadero asesino, al cabo de un año.
Confesó un tal Vittorio Scorzo, orondo responsable de cocinas del palacio papal que, según sus propias palabras, actuó ofuscado por el descarado coqueteo libertino de una de sus cocineras, de la que estaba enamorado, con el jefe de la guardia personal del papa Inocencio y a la que éste correspondía con lisonjas y galanterías. El guardia Beppo Vespucio Cracco se escapaba constantemente a montar a Loreta como un salvaje ante las propias narices de un ojiplático Vittorio, que se pasaba el día indignado porque escogieran para tales menesteres un rincón apartado de una de las alacenas de su propia cocina. Beppo, jactancioso, petulante y con fanfarrones pavoneos, se bajaba los calzones, le levantaba la falda y el corsé a su amante, la besaba en la boca sacando la lengua, le manoseaba los generosos pechos como quien amasa una hogaza cruda de pan y la embestía como un toro semental. Mientras Vittorio se desconsolaba, ella recibía el miembro de su enamorado guardia con vítores, gemidos e irritantes chillidos de satisfacción.
Consumido por los celos, el odio y el resentimiento, Vittorio decidió acabar con la vida de Beppo con aquellas tres hierbas venenosas, que buscó con paciencia y disimulo por campos y boticas. Rellenó una empanada con ellas, más ventresca de ruibarbo ahumado y los primeros cogordos y níscalos de la temporada de setas. Con un pincel, untó la masa con aceite de al-Ándalus y un destilado de esencia de belladona salvaje y después la coció a fuego lento, dejándola crujiente y apetitosa como ninguna otra que hubiera hecho antes. Y se la dio en una de sus cotidianas escapadas de regocijo carnal. Coincidió, por una fatal casualidad, con que Beppo vino a buscar un ligero refrigerio para el Papa, quien había decidido esa misma mañana poner fin a su habitual ayuno de otoño. Vittorio le dijo a Beppo haberla cocinado para él como reconocimiento a la admiración que le generaba la gran responsabilidad de su trabajo. Beppo se lo agradeció, emocionado, y se mostró ansioso por probarla después de llevarle al Papa sus colaciones.
Inocencio VI siempre salía de su ayuno con prudencia y mesura para no dañar su inactivo estómago, y durante unos días comía sólo unos pocos frutos secos, en esencia almendras y uvas pasas. En ese periodo de frugalidad el pontífice no bebía otra cosa que agua de rosas mezclada con infusiones templadas de jengibre de Tarraco Nova.
Beppo se presentó presto en la estancia privada de Inocencio VI, que e