: McKenzie Wark
: Intelectos colectivos Pensadores para el siglo XXI
: La Caja Books
: 9788417496913
: 1
: CHF 13.40
:
: Philosophie
: Spanish
: 470
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
¿Qué ha pasado con los pensadores que nos prestaban su visión del mundo? ¿Dónde están las Simone Weil, los Jean-Paul Sartre o las Hannah Arendt de la era de Internet? McKenzie Wark lo tiene claro: estas figuras han desaparecido. Para comprender la complejidad de los problemas que nos acontecen necesitamos hacer una lectura conjunta de los intelectos colectivos. De los escritores, filósofos y teóricos que buscan explicar la cultura, la política, el trabajo o el Antropoceno para ir poco a poco dibujando el nuevo paisaje, físico y digital, en el que habitamos. Este libro es un mapa del pensamiento contemporáneo occidental. Una invitación a reflexionar sobre las crisis del capitalismo tardío -o como queramos llamarlo-. A revisar la manera en la que entendemos la naturaleza, la realidad o el cuerpo. A identificar las ideologías que tensan la política actual. A reflexionar sobre los afectos en la era del big data. O a cuestionarnos cómo la burocracia, la especialización y la precariedad de las universidades han ido debilitado las formas de trabajo intelectual, cruciales para comprender el mundo e intervenirlo. En cada uno de los veintidós capítulos, Wark nos presenta a un autor, desgrana sus ideas fundamentales y las relaciona entre sí. El resultado es una tupida y estimulante red de conceptos y reflexiones. Estos son los intelectos colectivos, muchos de ellos presentados aquí por primera vez en español: Amy Wendling, Kojin Karatani, Paolo Virno, Yann Moulier-Boutang, Maurizio Lazzarato, Franco Bifo Berardi, Angela McRobbie, Paul Gilroy, Slavoj ?i?ek, Jodi Dean, Chantal Mouffe, Wendy Brown, Judith Butler, Hiroki Azuma, Paul B. Preciado, Wendy Chun, Alexander Galloway, Timothy Morton, Quentin Meillassoux, Isabelle Stengers, Bruno Latour y Donna Haraway.

McKenzie Wark (Newcastle, 1961) es escritora y profesora de Estudios Culturales y Medios de Comunicación en el Eugene Lang College de la New School for Social Research de Nueva York. En sus ensayos ha rastreado la huella cultural y política que la Internacional Situacionista (IS) ha dejado en el imaginario colectivo y ha atendido a las metamorfosis sociales y culturales que han provocado las tecnologías de la información y la comunicación en nuestras vidas. Sus títulos disponibles en español son los ensayos Un manifiesto hacker, La playa bajo la calle, El capitalismo ha muerto y las autoficciones Vaquera invertida y Raving.

Introduccióna

¿Dónde se han metido todos losintelectuales públicos con los que solíamos contar en los buenos tiempos? Cuando nos da por hablar de ellos, parece que no podemos evitar hablar de su decadencia.1 Atrás quedaron Sartre y De Beauvoir; ya no existe ningún Pasolini, ni contamos con un James Baldwin. Es como si la figura del intelectual público estuviera envuelta en un aura desoladora, lo que nos lleva incluso a preguntarnos si hay hoy algún pensador que merezca formar parte de algún debate colectivo.

Quizás sea necesario que nos acerquemos a la figura del intelectual público desde otra perspectiva; una que nos permita esquivar lugares comunes e impresiones preconcebidas. Hablemos, pues, deintelectos colectivos. Este concepto nace de un célebre texto de Marx al que solemos referirnos como el «Fragmento sobre las máquinas». En él, Marx presenta elintelecto colectivo (general intellect).b Aunque nos adentraremos en este término con mayor detenimiento, digamos por el momento que el intelecto colectivo es la vía por la que Marx trata de esclarecer el rol que desempeña el trabajo intelectual, o algo parecido a ello, en el proceso de producción.

Intentemos, entonces, replantear la problemática del intelectual público desde el prisma del y en relación con el intelecto colectivo. Tal vez así podamos llegar a esclarecer mejor cómo el declive del intelectual público parece estar relacionado con el hecho de que el trabajo intelectual haya sido absorbido por el proceso de producción. No se trata de que los intelectuales de hoy en día hayan fracasado en su intento de estar a la altura de los heroicos valores de antaño, sino de que, más bien, los trabajadores intelectuales se ven ahora obligados a trabajar en un sistema diferente. Un sistema mucho más refinado que les fuerza a ser partícipes de una serie de procesos diseñados para extraer valor de su trabajo. Uno no puede llegar a ser hoy en día Sartre o de De Beauvoir, aun por mucho que lo intente.

Ahondemos un poco más en esto: los intelectuales de antaño podían ganarse la vida con la pluma y la máquina de escribir; la imprenta de masas era el pilar de la industria cultural de entonces. Al mismo tiempo, la enseñanza superior crecía de manera exponencial y producía nuevos lectores para sus libros.2 No podemos tampoco olvidar que estos intelectuales eran productos de un sistema educativo elitista, asentado en países que seguían confiriendo al mismo un aura de renombre y privilegio. Este es solo un esbozo, pero en cualquier caso nos sirve como punto de partida para entender por qué el trabajo intelectual de hoy parte de unas circunstancias diametralmente diferentes. Creer que en estos tiempos uno puede ganarse la vida escribiendo libros que nos reten intelectualmente resulta prácticamente inimaginable. Ahora uno necesita valerse de un trabajo asalariado que, en la mayoría de los casos, se desarrolla dentro del ámbito universitario.

Pero la universidad tampoco es lo que solía ser. Ha pasado de configurarse como una institución insigne diseñada para producir gente capaz de liderar una sociedad capitalista a convertirse en una empresa en sí misma.3 La labor académica se da dentro de unos sistemas de gestión administrativa que derivan a su vez de otros tipos de gestión del trabajo intelectual; un trabajo que progresivamente se cuantifica y estratifica, lo que agrava cada vez más su precariedad. En ocasiones, tenemos incluso la sensación de que la universidad cree que puede llegar a apañárselas sin tener que contar con todas aquellas disciplinas que han tratado tradicionalmente de iluminar el porqué de nuestras condiciones históricas, sociales o políticas.

Existen razones que dan cuenta del declive de los intelectuales públicos, pero no podemos cargarles a ellos con toda la culpa. A todos los que consideran que la raíz del problema de los académicos se encuentra en su forma de escribir, cargada de palabrería enrevesada, les invitaría a que echasen un vistazo a la prensa económica. ¿Acaso ha existido alguna vez un lenguaje más cargado de palabras espurias e inventadas, carentes de un significado concreto, que este? En vez de detenernos en estos problemas cotidianos a los que se enfrentan constantemente los intelectuales públicos, viremos mejor hacia la idea de losintelectos colectivos. La manera en que los concibo dista un poco de la fórmuladel intelecto colectivo esbozada por Marx, aunque puede llegar a tener ciertos puntos