: Mark Twain
: Mark Twain esencial: Obras inmortales Clásicos de la literatura
: Musaicum Books
: 9788027219810
: 1
: CHF 0.50
:
: Hauptwerk vor 1945
: Spanish
: 1830
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Mark Twain esencial: Obras inmortales reúne una selección de las obras más destacadas de este célebre autor estadounidense. Con un estilo literario satírico y humorístico, Twain aborda temas sociales y políticos de su época, dejando una marca indeleble en la historia de la literatura. Sus personajes icónicos y sus tramas ingeniosas hacen de este libro una lectura imprescindible para los amantes de la literatura clásica americana. Mark Twain, conocido por su agudo sentido del humor y su crítica mordaz, se inspiró en su propia vida y experiencias para crear sus obras atemporales. Su perspectiva única y su habilidad para captar la esencia de la sociedad de su tiempo lo convierten en un autor fundamental en la literatura universal. Recomendamos Mark Twain esencial: Obras inmortales a aquellos lectores que buscan sumergirse en la mente creativa de un maestro de la narrativa y que desean explorar las complejidades y las verdades universales que Twain presenta en sus obras magistrales.

CAPÍTULO II


Llegó la mañana del sábado y el mundo estival apareció luminoso y fresco y rebosante de vida. En cada corazón resonaba un canto; y si el corazón era joven, la música subía hasta los labios. Todas las caras parecían alegres, y los cuerpos, anhelosos de movimiento. Las acacias estaban en flor y su fragancia saturaba el aire.

El monte de Cardiff, al otro lado del pueblo, y alzándose por encima de él, estaba todo cubierto de verde vegetación y lo bastante alejado para parecer una deliciosa tierra prometida que invitaba al reposo y al ensueño.

Tom apareció en la calle con un cubo de lechada y una brocha atada en la punta de una pértiga. Echó una mirada a la cerca, y la Naturaleza perdió toda alegría y una aplanadora tristeza descendió sobre su espíritu. ¡Treinta varas de valla de nueve pies de altura! Le pareció que la vida era vana y sin objeto y la existencia una pesadumbre. Lanzando un suspiro, mojó la brocha y la pasó a lo largo del tablón más alto; repitió la operación; la volvió a repetir, comparó la insignificante franja enjalbegada con el vasto continente de cerca sin encalar, y se sentó sobre el boj, descorazonado Jim, salió a la puerta haciendo cabriolas, con un balde de cinc y cantandoLas muchachas de Búffalo. Acarrear agua desde la fuente del pueblo había sido siempre a los ojos de Tom una cosa aborrecible; pero entonces no le pareció así. Se acordó de que no faltaba allí compañía. Allí había siempre muchachos de ambos sexos, blancos, mulatos y negros, esperando vez; y entretanto, holgazaneaban, hacían cambios, reñían, se pegaban y bromeaban. Y se acordó de que, aunque la fuente sólo distaba ciento cincuenta varas, Jim jamás estaba de vuelta con un balde de agua en menos de una hora; y aun entonces era porque alguno había tenido que ir en su busca. Tom le dijo:

—Oye, Jim: yo iré a traer el agua si tú encalas un pedazo.

Jim sacudió la cabeza y contestó:

—No puedo, amo Tom. El ama vieja me ha dicho que tengo que traer el agua y no entretenerme con nadie. Ha dicho que se figuraba que el amo Tom me pediría que encalase, y que lo que tenía que hacer yo era andar listo y no ocuparme más que de lo mío..., que ella se ocuparía del encalado.

—No te importe lo que haya dicho, Jim. Siempre dice lo mismo. Déjame el balde, y no tardo ni un minuto. Ya verás cómo no se entera.

—No me atrevo, amo Tom... El ama me va a cortar el pescuezo. ¡De veras que sí!

—¿Ella?... Nunca pega a nadie. Da capirotazos con el dedal, y eso ¿a quién le importa? Amenaza mucho, pero aunque hable no hace daño, a menos que se ponga a llorar. Jim, te daré una canica. Te daré una de las blancas.

Jim empezó a vacilar.

—Una blanca, Jim; y es