: Cristina Carbó i Bonjoch, Santi Artal i Traveria
: Una mirada a la salud mental en la discapacidad intelectual Retratos-relatos
: Ediciones Octaedro
: 9788410282292
: Horizontes
: 1
: CHF 13.40
:
: Familie
: Spanish
: 264
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Este es un libro sobre salud mental que nos interpela a todos, en especial, a cualquier persona que tenga interés o que esté en contacto con personas con discapacidad intelectual, ya sean familiares, educadores, maestros, profesionales de la salud mental, etc. Nace de la inquietud por recoger la experiencia de casi veinte años trabajando en el campo de la salud mental con personas con discapacidad intelectual. Hemos querido partir de nuestra práctica clínica y relatar una serie de casos que nos ayuden a reflexionar sobre las vicisitudes que hay detrás del funcionamiento y el comportamiento de personas con discapacidad intelectual, a fin de entender y atender diferentes formas de expresión del sufrimiento emocional, entre ellas, los trastornos de conducta; a visualizar y dar voz a sus singularidades, que, por desgracia, a menudo quedan ocultas tras el estigma; y a señalar que existen necesidades educativas y sociales que, si no quedan cubiertas, contribuyen a la aparición de problemas de salud mental, cosa que psiquiatriza aspectos que pertenecen al ámbito social o educativo. Muchas veces se interpreta que la discapacidad intelectual explica o justifica determinados comportamientos, cuando no siempre es así. Es crucial tratar de diferenciar lo que tiene que ver con la discapacidad y el límite de lo que corresponde a la esfera de la salud mental o emocional. De ahí que resaltemos la importancia de entender la conducta como una expresión, un acto de comunicación, en ocasiones un grito desesperado, que, si lo podemos escuchar, en lugar de meramente aplacar, puede facilitar el desarrollo de otras formas de intervención. Subrayamos, asimismo, la necesidad de trabajar y acompañar a las familias y a todos aquellos que cuidan a estas personas, con vistas a la mejora de su calidad de vida y a la promoción y prevención en lo relativo a su salud mental. El libro parte de la discapacidad concreta de las personas protagonistas de nuestros relatos, pero nos irá llevando, poco a poco, a observar cómo convivimos y lidiamos con las propias incapacidades, limitaciones y resistencias, como individuos y como sociedad, y cómo estas también condicionan una cierta forma de ver y de relacionarse con la discapacidad.

Cristina Carbó Bonjoch. Psicóloga clínica, psicoterapeuta, docente y supervisora ??clínica. Ha trabajado en el ámbito público en el Parque Sanitario San Juan de Dios durante diecisiete años, en diferentes dispositivos de atención a la salud mental en población con discapacidad intelectual. Actualmente trabaja en el CSMIJ Sant Andreu de la Fundación Eulàlia Torras de Beà atendiendo a población infanto-juvenil y a sus familias. También se dedica a la práctica clínica en consulta privada. Santi Artal Traveria. Psicólogo clínico, psicoterapeuta, supervisor clínico y docente en diferentes instituciones de formación psicoanalítica. Ha trabajado en el ámbito institucional en el Centro Terapéutico Bellaire, dedicado al estudio y tratamiento de personas con TEA, durante quince años. En la actualidad se dedica a la práctica clínica privada, atendiendo tanto a población infantojuvenil como adulta.

2. Las dificultades de Marco


PALABRAS no quiero. Sólo atención, atención, atención.Rafael Cadenas (2007)

–¡Esto no puede seguir así! ¡Hay que revisar la medicación ya! –me dijo, levantando la voz, para después continuar con un listado que parecía no acabar nunca–. Pega y araña a los compañeros. Tiene una conducta oposicionista. Busca el enfrentamiento con el educador y encima se divierte, porque sonríe cuando el educador se pone serio y marca los límites. Cuando están atendiendo a un compañero, interrumpe tirándole del brazo o arañándole, para llamar la atención. Pregunta de forma compulsiva cuándo volverá a casa, qué pasará si pega o rompe, y sin esperar respuesta sigue preguntando incansablemente. Piensa que con esta conducta provocará su expulsión del centro. Las agresiones han aumentado mucho después de volver de las vacaciones de Navidad. ¡Como comprenderás, su comportamiento es inadmisible!

Esas palabras resonaban en mi cabeza y me resultaban incomprensibles. Me encontraba pensando: «¡Este no es el Marco que yo conozco, no estamos hablando de la misma persona!». Con nosotros nunca se había portado así, nos sorprendía mucho todo lo que nos contaban los profesionales del hogar-residencia.

Aproveché un instante de silencio para sugerir que nos viéramos, que tuviéramos una reunión para poder pensar juntos qué podía estar sucediendo en ese momento tan difícil. A pesar de su reticencia, aceptaron buscar día y hora, pero insistían en que lo realmente necesario era buscar, urgentemente, un buen psiquiatra que lo valorara de nuevo y le cambiara la medicación.

Después de colgar, necesité unos momentos para recuperarme del impacto. La verdad es que no sentía que hubiera demasiada confianza en que nuestra visión del caso pudiera ayudar de algún modo. Lo único que parecía importarle al centro era detener la conducta disruptiva y agresiva como fuera, y con la mayor celeridad posible.

No entendía nada… ¿Me estaban hablando del mismo chico que yo conocía?

¿Otra consulta psiquiátrica?

En los últimos tres meses ya lo habían visitado dos psiquiatras distintos. Incluso había tenido un ingreso de una semana para retirar toda la medicación e intentar dar con otra más adecuada. ¿Qué estaba pasando con Marco? Tantos profesionales implicados, tantos ojos observándolo, tantas medicaciones diferentes (ansiolíticos, neurolépticos, antidepresivos, antiepilépticos) y nada… ¿Qué era lo que no habíamos sido capaces de ver hasta ahora?

Sentía que con tanta urgencia por detener su conducta se nos estaba escapando algo.

Y, lo que era peor, por momentos parecía que los diferentes profesionales involucrados, más que cooperar, hubieran establecido una especie de lucha por ver quién tenía la razón y quién iba errado. Qué servía y qué no, como si solo pudiera ser útil una sola cosa.

¿Qué nos estaba pasando también a los profesionales? ¿Por qué a veces resulta tan complicado escuchar otros relatos de un mismo caso? ¿Entenderlos como un enfoque complementario y no como una visión que excluye necesariamente la nuestra o incluso como un intento de desacreditarnos como profesionales?

¿No será sencillamente un problema de enfoque? ¿De a dónde estamos poniendo el foco? ¿De dónde ponemos el acento? ¿De qué discurso teórico nos ampara y reafirma como profesionales?

¿No sería más útil pensarlo como una suma de visiones que nos ayude a ver la complejidad de cada caso?

Hacía dos años que conocíamos a Marco y lo habíamos visto funcionar y comportarse de manera diferente. Sabíamos que en la escuela no tenía problemas de conducta. Por eso nos pareció muy significativo el comentario de: «Piensa que con esta conducta provocará su expulsión del centro».

El día que conocimos a Marco, cuando él tenía 18 años, venía con su madre. Era un chico de complexión grande, corpulento, al que le costaba permanecer quieto, iba arriba y abajo, cogía cosas de la mesa del despacho y hacía el gesto de tirárselas a los profesionales que estábamos haciendo la visita, pero sin llegar a hacerlo, como si aguardara nuestra reacción. La madre sufría por la conducta de su hijo y hacía muchos esfuerzos por intentar detenerlo. No fue fácil reconducir la situación.

Aun así, la madre nos pudo explicar que consultaban porque, aunque Marco presentaba conductas algo repetitivas y estereotipadas desde pequeño, su comportamiento había sido adecuado hasta ahora, cuando había empezado a mostrar problemas de conducta y agresividad. Como padres no sabían qué hacer, ya no podían con él. Estaban desesperados. Al interesarnos por el desarrollo evolutivo de Marco, la madre nos explicó que tuvo muchos problemas ya desde el mismo momento del nacimiento, ya que pocas horas después de haber nacido sufrió una grave infección y requirió de incubadora y respiración artificial. Su desarrollo fué mas lento de lo normal y le diagnosticaron trastorno generalizado del desarrollo. Posteriormente, tramitaron el certificado de discapacidad, en el cual se le reconocía un porcentaje del 80 %, con diagnósticos de retraso mental moderado y transtorno el lenguaje. En el momento de la consulta presentaba sintomatología ansioso-depresiva. Acudía a una escuela de educación especial (EEE), donde presentaba un buen funcionamiento.

El último año había hecho prácticas en diferentes SOI (servicio de ocupación e inserción),