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El secuestro del Primer Ministro
Ahora que la guerra y sus problemas son cosas del pasado creo poder aventurarme a revelar al mundo el rol que mi amigo Poirot jugó en un momento de crisis nacional. El secreto fue bien guardado. Ni el menor rumor llegó a la prensa. Ahora que ya no hay necesidad de mantenerlo oculto, creo que es justo que Inglaterra conozca la deuda que tiene con mi pequeño y pintoresco amigo, cuyo maravilloso cerebro evitó tan hábilmente una gran catástrofe.
Una noche después de cenar… no precisaré la fecha, basta decir que sucedió cuando el grito de los enemigos de Inglaterra era: “Paz por negociación”. Mi amigo y yo nos encontrábamos sentados en una de las habitaciones de su residencia. Después de haber quedado de baja en el Ejército, me dieron un empleo en la oficina de Reclutamiento y tenía la costumbre de ir a ver a Poirot por las noches para discutir con él los casos de interés que tenía entre manos.
Pretendía discutir la noticia del día… nada menos que el atentado contra David MacAdam, Primer Ministro de Inglaterra. Evidentemente los periódicos habían sido censurados. No se conocían los detalles, salvo que el Primer Ministro había escapado por milagro y que la bala había rozado apenas su mejilla.
Consideré que nuestra policía debía haberse descuidado vergonzosamente para que semejante atropello se hubiera producido. Comprendía que los agentes alemanes en Inglaterra estaban dispuestos a arriesgar mucho. “MacAdam el luchador”, como lo apodaba su propio partido, había combatido con todas sus fuerzas la influencia pacifista que se iba haciendo tan manifiesta.
Era más que Primer Ministro de Inglaterra…él era Inglaterra; y haberlo anulado hubiera significado un golpe terrible para Gran Bretaña. Poirot estaba muy atareado limpiando un traje gris con una esponja diminuta. No existe un hombre tan pulcro como Hércules Poirot. La pulcritud y el orden eran su pasión. Ahora, con el olor a bencina impregnando el aire, era incapaz de prestarme atención completa.
—Dentro de un momento hablaremos, amigo mío. Ya casi termino. ¡Esa mancha de grasa… era muy fea… y había que quitarla… así! —blandió la esponja.