Irène Némirosvky
Historia de dos voces
«El primer enemigo que convenía combatir
era uno mismo, su propio pasado.
Sí, era el comienzo de la guerra.
Parece lejano ahora».
La noche en el vagón, 1939
Esta selección de cuentos de Irène Némirovsky es el reverso literario de una trama trágica, donde las circunstancias de la vida y la muerte de la autora se entrelazan. Algunos de ellos se dieron a conocer en revistas que, con el avance de la ocupación nazi de París, terminaron por encarnar orgullosamente el rostro cultural de la derecha francesa de paladar antisemita, comoGringoire y laRevue des Deux Mondes. A partir de octubre de 1940, cuando las leyes racistas impuestas por el gobierno de Vichy prohibían a los judíos llevar adelante actividades profesionales, entre ellas publicar, Irène pasó a utilizar seudónimos para firmar sus escritos; los mismos editores que integraron por entonces las huestes colaboracionistas contravinieron, sin embargo, las peticiones de Vichy y continuaron publicando a Irène, dándole trabajo y pagando por él. Irène jamás escondió su origen judío, y fue la única escritora «rusa blanca», es decir, escapada de la Revolución bolchevique, que fue arrestada, deportada y que, un mes más tarde, moriría en el campo de exterminio de Auschwitz, a los treinta y nueve años.
Estos cuentos contienen las dos voces sobre las que Irène trabajó toda su vida. Dos instrumentos que atraviesan toda su obra, con sus propios fantasmas, nostalgias e intensidades. Por una parte, una voz que desemboza una sensibilidad impecablemente francesa; Irène se vale de ella para explorar el universo burgués que rodea a personajes atenazados por el paso del tiempo, las tensiones amorosas y los desencuentros familiares. Relatos comoUn almuerzo en septiembre (1933),Eco (1934),Domingo (1934),Un amor en peligro (1936) yComo niños grandes (1939) demuestran lo bien que Irène conocía la pequeña burguesía parisina, así como los pequeños placeres donde descansa su sensación de seguridad: las polveras de nácar, el jabón de Marsella, las listas de tareas domésticas que incluyen lidiar con las empleadas. En el centro de esta zona suele haber una mujer.1
La otra voz es un portal al mundo eslavo y judío, la zona mental y material del inmigrante. Está compuesta por ecos de recuerdos, como un viaje en el tiempo por la historia íntima de Europa, donde las guerras sucesivas parecen enroscarse unas sobre otras. EnNacimiento de una revolución (1938), la autora rememora el despuntar de la Revolución bolchevique; enDestinos (1940), el telón de fondo son las alertas por ataques aéreos en París, para poner en escena una viñeta cotidiana donde mujeres exiliadas de la Guerra Civil española conversan con mujeres que huyeron de la Revolución rusa. Lo que le interesa es la vida interior de sus criaturas; captar el instante en el que sus personajes se enfrentan a su espejo, a un doble que les revela algo temible sobre sí mismos, algo que su propia situación les impide ver. Esta duplicidad es una especie de tensión fractal que hace a los personajes enfrentarse a un abismo, y a nosotros con ellos. En esta zona se encuentraFraternidad (1937), un cuento que en un principio fue rechazado porGringoire (que para entonces ya era un semanario profuso en ensayos abiertamente antisemitas) por ser considerado antisemita, lo cual seguramente fuera un eufemismo, porque lo que probablemente creyeron inaceptable para su publicación era que el personaje principal fuera judío. El protagonista es Christian Rabinovich: ya su nombre lo revela como una mezcla de cristiano y judío. «Era de esos hombres que aprecian con una profunda y perversa aplicación la melancolía, la pena, la amargura, demasiado lúcida», si bien él «nunca se entregaba al pánico, como lo hacen los burgueses ricos, sus hermanos». Rabinovich, burgués y elegante («mi nariz, mi boca, son los únicos rasgos específicamente judíos que me han quedado»), se encuentra con otro hombre que se llama igual que él: un judío pobre, vestido con sus ropas oscuras pasadas de moda, un Rabinovich que parece venir de otro tiempo o de otro planeta (el gueto), y no puede creer que ambos sean Rabinovich, que ése sea su espejo. Christia