: José Luis Fernández casadevante KOIS
: Huertopías
: CAPITÁN SWING LIBROS
: 9788412952926
: Ensayo
: 1
: CHF 9.80
:
: Ökologie
: Spanish
: 392
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Ante la certeza de un futuro próximo donde viviremos con menos recursos, menos energía y en entornos ambientalmente más adversos; amar las ciudades pasa por asumir las complejas y radicales transformaciones que plantea la agenda del ecourbanismo. 'Huertopías' nos invita a imaginar muchos de estos cambios: un esfuerzo por anclar lo utópico a prácticas que anticipan, de forma imperfecta pero habitable, anteproyectos de ciudades más justas, convivenciales y ecológicas. Huertos comunitarios, granjas urbanas, terapías hortícolas en hospitales, zonas de cultivo en escuelas o bibliotecas, cárceles o campos de refugiados. Bosques comestibles, viñedos urbanos, azoteas y otras plantaciones que desafían al hambre y la desigualdad, juntan personas y movilizan comunidades, provocan cambios culturales y reverdecen el espacio público.

Sociólogo, experto internacional en soberanía alimentaria. Activista del mo- vimiento vecinal desde hace décadas, ha estado implicado en promover distintas iniciativas comunitarias y proyectos de agricultura urbana. Impulsor de iniciativas como Pedagogías del mañana: ecología, educación y arte, realizado junto al Museo Reina Sofía; el ciclo anual Ecotopías en la Casa Encendida o comisario de la exposición Raíces y Alas. Docente en distintas universidades, colaborador de diversos medios de comunicación.

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Pequeños huertos para grandes crisis

Es humano pensar que el centro del mundo se encuentra en el lugar que pisamos. No podemos explicar nuestra vida sin referirnos a otras personas o a la influencia del territorio sobre el que nos alzamos. Somos el paisaje en el que nos socializamos. Inevitablemente nos parecemos a ese artista del que hablaba Claudio Magris que trazaba valles y montañas, dibujaba árboles y ríos, para finalmente pintar su autorretrato.

Las catástrofes y las crisis, igual que las revueltas y las rebeliones, hacen que el suelo bajo nuestros pies se tambalee, que perdamos estabilidad y nuestra manera de entender y habitar el mundo se descoloque. La ambivalencia prevalece durante estos periodos en los que las certezas se desmoronan. Miedo y alegría, desconfianza e ilusión. Estos episodios no deseados ni planificados interrumpen la normalidad y nos obligan a adaptarnos a unas circunstancias adversas, cambian las prioridades y abren huecos para que sucedan fenómenos que días antes resultaban impensables. Los acontecimientos terribles suelen sacar lo mejor de la gente (compromiso, creatividad, solidaridad, anhelo de vida pública, sentimientos comunitarios…); los momentos de emergencia pueden ofrecer fugazmente escenarios donde predomine el cuidado de la vida y las lógicas prosociales.[1] Espontáneos y forzosos ensayos de otros mundos posibles. Las prioridades y las escalas de valores se redefinen; las formas de organización mutan y se imponen protocolos para compartir de formas socialmente más justas recursos escasos como el agua, los alimentos o las medicinas; la preocupación y el cuidado hacia personas extrañas se generaliza en hospitales de campaña, cocinas o despensas comunitarias. Y todo esto se logra mediante estrategias colectivas, que generan nuevas formas de sociabilidad y fomentan el sentido de pertenencia a través de tareas que producen una sensación de bienestar a quienes las ejecutan, por muy arriesgadas, sacrificadas o tediosas que sean.

Una nueva cotidianeidad se hace cargo de la fragilidad humana, premiando comportamientos altruistas y cooperativos. En medio de estas situaciones, sembrar un huerto ha sido una de las múltiples formas mediante las que la gente ha decidido protagonizar cambios y dejar de padecerlos. La agricultura urbana emerge a lo largo de la historia en periodos de crisis, reapareciendo cíclicamente como una forma de mancharse las manos de realidad, hacer algo por uno mismo y ganar autosuficiencia, combinar la producción de alimentos y el cultivo de relaciones sociales, dignificar lugares degradados y embellecer entornos hostiles, preocuparse por lo inmediato y recuperar el pensamiento a largo plazo, planificar y hacer sitio para los imprevistos.

No es un acto heroico, pero cuidar un huerto es una forma de asumir compromisos tangibles con un lugar, de responsabilizarnos de un fragmento del mundo. Hay quienes sueñan con asaltar los cielos y quienes se conjuran para asaltar los suelos. Más que reivindicar paraísos en la tierra, la agricultura urbana se conforma con sembrar modestas certezas y hacer florecer el ánimo entre sus bancales. Al cavar en el presente y semillar el futuro, los huertos se convierten en espacios propicios para el encuentro entre las comunidades surgidas de las catástrofes sobrevenidas y aquellas que llevan tiempo dedicadas a construir, esforzada más que forzosamente, sucedáneos del paraíso. Los huertos son sencillas e incompletas alternativas, materializan utopías imperfectas que se prolongan en el tiempo y resultan habitables.

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