: Alistair MacLean
: Los cañones de Navarone
: Edhasa
: 9788435049863
: 1
: CHF 8.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 384
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Sobre la sólida roca de un acantilado, cerca de las costas de Turquía, la pequeña isla de Keros acoge al ejército nazi. Allí se alza la inexpugnable fortaleza de Navarone, cuyos cañones, famosos por su mortal precisión, cierran el paso de sus aguas a cualquier barco que se atreva a navegar el mar Egeo que la rodea. Sobre el habilidoso y temerario capitán Keith Mallory recae la misión de liderar a un pequeño comando con la misión de escalar el peligroso precipicio de Navarone, silenciar de una vez por todas sus cañones y rescatar a los más de mil soldados aliados allí apresados. Es, a priori, una misión suicida, pero Mallory, junto con Miller y Andrea, conforman un equipo eficaz y letal y preferirán morir antes que rendirse en el intento. Porque son conscientes de que una de las ofensivas más importantes de la guerra descansa en sus manos... Emocionante de principio a fin, es ésta la aventura de unos hombres que no se doblegan, de unos soldados dispuestos a morir los unos por los otros; una historia de camaradería, honor, suspense y acción como pocas.

Alistair MacLean (21/4/1922-02/02/1987) Hijo de un ministro escocés, creció en las Tierras Altas de Escocia. En 1941, cuando tenía dieciocho años, se unió a la Marina Real. Después de la guerra, ejerció como profesor en la Universidad de Glasgow. Los dos años y medio que pasó a bordo de un crucero de guerra le sirvieron de base para escribir HMS Ulysses, su exitosa primera novela, que fue publicada en 1955. En la actualidad, se le considera uno de los escritores populares más destacados del siglo xx gracias a sus veintinueve best-sellers mundiales, muchos de los cuales han sido llevados al cine, como Los cañones de Navarone,El desafío de las águilas, El miedo es la clave o Estación Polar Cebra. En 1983 obtuvo el doctorado en Literatura por la Universidad de Glasgow. 

Capítulo I

Preludio: Domingo 1:00-9:00 horas

El fósforo raspó ruidosamente el metal oxidado del cobertizo de chapa ondulada, prendió y luego estalló en un chisporroteante haz de luz, con un sonido áspero y un brillo repentino que resultaban extraños en la quietud de la noche desértica. Los ojos de Mallory, de manera inconsciente, siguieron el recorrido de la cerilla hasta el cigarrillo que sobresalía bajo el bigote recortado del capitán de grupo, vieron cómo la luz se detenía a escasos centímetros de la cara, observaron la repentina calma de aquel rostro, la mirada vacía y desenfocada de los ojos de un hombre absorto en la escucha. Luego, la cerilla desapareció y se hundió en la arena del perímetro del aeródromo.

–Puedo oírlos –dijo en voz baja el capitán de grupo–. Los oigo venir. Cinco minutos, no más. Esta noche no hay viento. Llegarán por la pista número dos. Vamos, reunámonos con ellos en el cuarto de interrogatorios. –Hizo una pausa, miró a Mallory de manera inquisitiva y pareció sonreír. Pero la oscuridad engañaba, pues no había humor en su voz–. Controla tu impaciencia, jovencito, sólo un poco más. Las cosas no han ido muy bien esta noche. Tendrás todas las respuestas, y me temo que muy pronto. –Se dio la vuelta con brusquedad y avanzó a grandes pasos hacia los edificios bajos que se vislumbraban vagamente en la pálida oscuridad que coronaba el despejado horizonte.

Mallory se encogió de hombros y lo siguió despacio, avanzando paso a paso junto al tercer miembro del grupo, una figura ancha y fornida con un balanceo muy pronunciado en su andar. Se preguntó con acritud cuánta práctica había necesitado Jensen para lograr aquel estilo marinero. Por supuesto que treinta años en el mar, y eso era lo que Jensen había hecho, eran justificación suficiente para que un hombre bailara la tradicional danzahornpipe mientras caminaba, pero ése no era el punto. Como brillante jefe de operaciones del Ejecutivo de Operaciones Secretas (SOE) en El Cairo, la intriga, el engaño, la falsedad y el camuflaje eran el aliento vital del capitán James Jensen, condecorado con la Orden del Servicio Distinguido (DSO) de la Marina Real Británica. Como agitador de los estibadores levantinos, se había ganado el respeto de los trabajadores portuarios desde Alejandreta hasta Alejandría. Como camellero había superado con audacia a todos los competidores beduinos, y ningún mendigo más patético había exhibido llagas tan realistas en los bazares y mercados de Oriente. Sin embargo, esa noche no era más que un marinero fanfarrón y sencillo. Iba vestido de blanco, desde la gorra hasta los zapatos de lona. La luz de las estrellas generaba suaves destellos sobre los flecos dorados de las charreteras y la visera.

Sus pasos crujían al unísono sobre la arena compacta y sonaban más fuerte a medida que avanzaban hacia el concreto de la pista. La apresurada figura del capitán de grupo casi se había perdido de vista. Mallory respiró hondo y se volvió hacia Jensen.

–Disculpe, señor, ¿qué es todo esto? ¿A qué viene tanto revuelo y secreto? ¿Y por qué estoy involucrado? Por el amor de Dios, señor, ayer mismo me sacaron de Creta. Me relevaron con och