: Iñaki Uriarte
: Subura Bastardos de Roma
: Edhasa
: 9788435049801
: 1
: CHF 11.60
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 480
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En la Roma imperial, la vida de un hombre se tasa en unas pocas monedas de plata. Y la de Cayo, más conocido como Ásino, apenas alcanza el valor de una pieza de cobre. Es, sencillamente, un joven pícaro que vive en la Subura, pero, por una serie de afortunadas casualidades del destino, se verá repentinamente convertido en amante de una acaudalada aristócrata. Es entonces cuando, rico y adulado por todo el mundo, cree haber triunfado al fin, pero el sorprendente asesinato de la patricia transformará su sueño en pesadilla... Si vive o muere, dependerá ahora sólo de la sagacidad y brutal eficiencia de Peto y Marcelo, dos centuriones a los que el poderoso Narciso, secretario del emperador Claudio, encarga la resolución del caso. Y es que la alta sociedad romana puede ser aún más depravada y cruel que las cloacas de las que Cayo procede. Intrigas palaciegas, corrupción y violencia mostrarán al muchacho que la única moral válida es la que lo conduce a la supervivencia. Rica en matices, con sentido del humor y una excelente adecuación al mundo de la Roma imperial, esta Subura. Bastardos de Roma nos sumerge en un mundo que creemos conocer pero que aún puede sorprendernos. Iñaki Uriarte, con una narración vertiginosa y una trama que nos atrapa, nos regala, sencillamente, una novela histórica magnífica.

Iñaki Uriarte (Bilbao, 1957). Empresario en el sector del mármol de profesión es un apasionado de las letras. Además de dos obras autopublicadas, tiene en su haber tres monografías publicadas por APP Editorial en México y, hasta la fecha tres novelas en España: La piedra filosofal (Editorial Verbigracia), Tierra amarga (Ediciones Pámies) y Cántigas de cruz y luna (Editorial Maluma). Ahora, con este Subura. Bastardos de Roma, se consolida en el género histórico en nuestro país.

I

Sol omnibus lucet

El sol brilla para todos

12 de julio del año 45 d. C. (798 de la fundación de Roma)

El ave, negra como mal agüero, voló de izquierda a derecha sobre el Quirinal.

Sus ojos de profundo azabache vigilaban el abigarrado mar de tejados extendido bajo sus alas, como prietas e inmóviles olas de terracota sobre las faldas de la colina. Apenas encendidas las primeras luces de la mañana, destacaban a su mirada atenta los edificios más altos y en ellos buscaba algo nutritivo con que iniciar la jornada.

Apreció movimiento sobre una de las casas más elevadas. Nada podía escapar a su escrutinio. Con un giro elegante, descendió para ver si pudiera resultar apetecible. Una piel de animal, perro con toda seguridad, se sacudía sobre las tejas rotas.

Con ser un pájaro inteligente, no alcanzó a comprender lo improbable de encontrar un podenco muerto a más de veinte metros de altura sobre las calles, así que descendió sobre ella con la esperanza de encontrar un jugoso cadáver bajo el maltratado pellejo.

Lo último que podía esperar era que el cuero se alzara cuando estaba a punto de alcanzarlo para dar paso a una muy viva y vociferante cabeza humana cubierta de pelo crespo.

Respondió a los gritos del muchacho con un graznido indignado y se alejó para volar más allá de las murallas.

–¡Joder, Ásino! ¿A qué viene ese grito?

–Era un cuervo, me ha asustado. Quería atacarme.

Cayo Licinio Graco, al que todos llamaban Ásino, por razones que más tarde descubriremos, se llevó la mano al pecho, como si pudiera así tranquilizar las incontroladas palpitaciones de su corazón.

Tenía medio cuerpo en el interior de la buhardilla que compartía con sus amigos. El resto, su asustada cabeza incluida, sobresalía del tejado por el hueco que abrieron entre el cañizo y las tejas al poco de alquilarla.

–Podía haberme sacado los ojos –jadeó.

–Si no quieres dormir, haz el favor de callarte. –Al dueño de la voz somnolienta no le importaban en absoluto las razones por las que lo había despertado de manera tan brusca–. Me has dado un susto de muerte.

–Habla más bajo, Bebio. Aulo llegó tarde ayer.

–Has sido tú el que ha gritado, no yo.

Tras un corto silencio, la voz del amigo concluyó con una risita:

–Habrá ligado esta noche.

–No seas malpensado. Le han encargado un fresco en la taberna donde trabaja Rutilio.

–Me importa una mierda lo que haga y con quien se acueste, siempre y cuando apoquine su parte del alquiler y la comida. –Ahogó un bostezo mal disimulado–. Y ahora, venga, entra de una puta vez y deja de incordiar, que hoy tengo trabajo

Cayo, obediente, volvió al interior. El cuchitril donde dormían los tres muchachos no disponía de otra luz más allá de la poca que pudiera entrar por el hueco que él ocupaba. Cubierto por la piel de aquel pobre perro atropellado, toda la iluminación quedó reducida a un tembloroso rayo de sol en