: Aldous Huxley
: Muere el cisne despúes del verano
: Edhasa
: 9788435049702
: 1
: CHF 8.00
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 320
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El intelectual británico Jeremy Pordage llega a Los Ángeles contratado por Jospeh Panton Stoyte, millonario estadounidense, para evaluar y tasar unos manuscritos antiquísimos. En el extravagante castillo donde se sitúa la acción también se encuentran, como huéspedes y trabajadores permanentes, un médico y su ayudante, quienes trabajan en conseguir la prolongación artificial e indefinida de la vida humana; Virginia Maunciple, una hermosa muchacha, y Wlliam Propter, en quien Huxley se desdobla. Una vez más, Aldous Huxley somete a sus personjes a una crítica irónica en una fábula moral sarcástica. Profundo conocedor del alma humana, en esta novela trata temas esenciales de la existencia, como la inmortalidad, el bien y el mal, el amor y el sexo..., y todo ello enmarcado en un contexto histórico, el año 1939, en el que el autor, como tantos otros intelectuales de su tiempo mostraba su desazón al ver cómo la tecnología se establecía como sinónimo de progreso. Por eso, la vigencia de Muere el cisne después del verano hoy en día, casi cien años después de su publicación original resulta escalofriante.

Aldous Huxley ( 26-07-1894 / 22-11-1963 ) Procedente de familia de tradición intelectual, se formó en Eton y Oxford. Después de unas primeras novelas predominantemente satíricas, el éxito y la atención de la crítica más rigurosa llegó con 'Contrapunto' (1928), ambiciosa e inteligente novela que constituye uno de los retratos más agudos y completos del esnobismo intelectual de entreguerras. Su siguiente publicación, 'Un mundo feliz' (1932), es quizá su obra más famosa y sin duda la más inquietante. Pasó un tiempo escribiendo guiones cinematográficos en Hollywood, hasta que volvió a situarse en primera línea con las novelas 'Muere el cisne depués del verano' (1939), 'El genio y la diosa' (1945), 'El tiempo debe detenerse' (1948), 'Mono y esencia' (1949) y 'La isla' (1962); así como los polémicos ensayos 'Eminencia gris' (1941), 'La filosofía perenne' (1946) y 'Nueva visita a un mundo feliz' (1958).

Capítulo I

Todo se había arreglado telegráficamente: Jeremy Pordage debería buscar a un chófer negro con uniforme gris y un clavel en el ojal; y el chófer negro tenía que buscar a un caballero inglés de mediana edad que llevase en las manos lasObras poéticas de Wordsworth. A pesar de la multitud que llenaba la estación, ambos se encontraron fácilmente.

–¿El chófer del señor Stoyte?

–¿Elseñó Pordage?

Jeremy asintió con la cabeza y, con el Wordsworth en una mano y el paraguas en la otra, extendió a medias los brazos con el gesto de un pobre maniquí que, plenamente consciente de sus defectos y tomándolos a broma, exhibe una figura lamentable, acentuada por el grotesco traje.

–¡Una birria! –pareció dar a entender–. ¡Pero éste soy yo!

Una especie de menosprecio defensivo y, por decirlo así, profiláctico, había llegado en él a constituir un hábito. Y a ese hábito recurría en toda clase de ocasiones.

De pronto, le vino a las mientes una idea nueva. Comenzó a dudar ansiosamente de si, en aquel democrático Far West de los norteamericanos, debería dar la mano al chófer, sobre todo cuando se trataba de un negro, sólo para demostrar que no se las daba depukka sahib,* aun cuando el propio país llevase a cuestas la carga del hombre blanco. Finalmente, decidió no hacerlo. O, para ser más exactos, se vio obligado a tomar tal decisión, como de costumbre, se dijo a sí mismo, sintiendo un insano placer al reconocer su menguada cortedad. Mientras él dudaba sobre lo que tenía que hacer, el negro se quitó la gorra y, acentuando la actitud del servidor negro de otros tiempos, se inclinó, mostró los dientes en una sonrisa y dijo:

–¡Bienvenido a Los Ángeles,señó Pordage! –Y luego, cambiando el tono de su voz de lo dramático a lo confidencial, añadió–: Aunque no hubiera traídousté el libro, le habría reconocido por la voz,señó Pordage.

Jeremy rio, un tanto incómodo. Una semana en América le había bastado para hacerle tomar conciencia de aquella voz. Era un producto del Trinity College de Cambridge de diez años antes de la guerra, y su delgadez aflautada recordaba el canto de vísperas de una catedral inglesa. En Inglaterra nadie reparaba especialmente en ello. Nunca se había visto forzado a tomarla a broma, como había tenido que hacer, en defensa propia, con su aspecto o con su edad, por ejemplo. Aquí, en América, las cosas se producían de una manera muy distinta. Le bastaba con pedir una taza de café, o con preguntar por el lavabo (que en este país desconcertante tampoco se llamaba lavabo) para que la gente le mirase fijamente, con una curiosidad tan atenta como divertida, igual que si observasen a un fenómeno en un parque de atracciones. ¡Algo que no era precisamente muy agradable!

–¿Dónde está el mozo? –dijo, con aire inquieto, por cambiar de tema.

Unos minutos después se ponían en camino. Arrellanado en el asiento trasero del coche, y al parecer fuera del alcance de la conversación del chófer, Jeremy Pordage se entregó al placer de la contemplación. La California del Sur desfilaba ante las ventanillas: lo único que tenía que hacer por su parte era mantener los ojos bien abiertos.

Lo primero que se ofreció a ellos fue un suburbio de africanos y filipinos, de japoneses y mexicanos. ¡Cuántas mezclas y combinaciones de los colores negro, amarillo y tostado! ¡Qué complejas bastardías! ¡Y qué bonitas muchachas, con su indumentaria de seda artificial! «Damas negras vestidas de blanca muselina»: