JUSTICIA DISTRIBUTIVA EN DONACIÓN Y TRASPLANTES. ANÁLISIS BIOÉTICO
JUSTICIA DISTRIBUTIVA EN DONACIÓN Y TRASPLANTES. ANÁLISIS BIOÉTICO
Gabriel Rodríguez Reina
Hospital Puerta de Hierro. Madrid
1.Introducción
En el siglo XX se han desarrollado, probablemente, los mayores éxitos científicos y tecnológicos de la historia de la humanidad, y la biomedicina ha constituido una parte fundamental de aquellos. El desarrollo de los trasplantes de órganos y tejidos, favorecido por el perfeccionamiento técnico quirúrgico y el conocimiento de la inmunología ha permitido hacer realidad la supervivencia de muchos seres humanos y la mejora de su calidad de vida. No obstante, este rápido desarrollo biotecnológico ha supuesto la aparición de una serie de nuevos retos éticos, culturales y sociales para enfrentarse a un nuevo paradigma de la práctica médica. Es, en este ámbito, donde se despliega la bioética para intentar encontrar vías éticas que armonicen una medicina más humanizada en la que se integren los avances biotecnológicos.
No obstante, la vertiginosa aceptación en nuestras sociedades del trasplante de órganos parece formar parte de la impresión ilusoria de inmortalidad, de un supuesto “derecho universal a la salud” y de una modernidad en la que la tecnología puede hacer que todo sea posible. Esta impresión comunitaria de la sociedad sobrepasa a veces tanto lo racional como lo emocional.
Los trasplantes de órganos constituyen, no obstante, una realidad y una posibilidad terapéutica indiscutible. Sólo en España se han realizado más de 100.000 trasplantes de órganos sólidos y cerca de 500.000 de tejidos. La supervivencia obtenida, junto con la reinserción sociolaboral y mejora de la calidad de vida, sería justificante holgado para respaldar esta terapia. Podría considerarse que la puesta en marcha de una terapia de sustitución o terapia de la insuficiencia orgánica, mediante la realización de un trasplante, es un éxito de la medicina, pero es impensable, al menos de momento, que cualquier programa de trasplantes sea posible sin la aceptación y solidaridad de la sociedad en pleno. La expresión “no hay trasplante sin donante” es, hoy por hoy, aún, una realidad y los exitosos resultados de los trasplantes constituyen una imprescindible premisa para su sostenimiento ético[1] (Matesanz, Dominguez-Gil et al., 2011).
Sin embargo, la disponibilidad de órganos es limitada y la demanda de éstos progresivamente mayor. La existencia de miles de personas en lista de espera para ser receptores de trasplantes, de los cuales un número fallece antes de recibirlo conlleva, constantemente, decisiones técnicas y éticamente complejas. Esta necesidad de órganos para trasplantes ha obligado a realizar constantes modificaciones de las fuentes de órganos en las últimas décadas. En los albores de los programas de trasplante, años 60 del pasado siglo, una revolución, que permitió el desarrollo exponencial de aquellos, fue el cambio en la definición de muerte, mediante la introducción de los criterios de muerte encefálica.
Sin embargo, en la actualidad la demanda de órganos no es soportada por este tipo de donante cadáver procedente de muerte encefálica. Para implementar parcialmente el “pool” de órganos se han introducido los donantes en parada en asistolia en sus diferentes modalidades. La donación que más dudas éticas planteaba fue la de tipo III que se realizaba tras la decisión de retirada de terapias de soporte vital a pacientes neurológicos severamente afectados, no en muerte encefálica aún, sin espectativas de mejora. Otro modelo que tiende a potenciar el número de algunos órganos es el donante vivo, con sus mútiples implicaciones éticas.
Se enfrenta a la visión positiva sobre los trasplantes la realidad de una mortalidad e