: Henry Miller
: Nueva York, ida y vuelta
: Edhasa
: 9788435049641
: 1
: CHF 7.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 192
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Henry Miller llegó tarde al grupo de expatriados de los años 1920, entre los cuales escritores como Hemingway o Fitzgerald irrumpieron brillantemente en el firmamento literario. Para cuando Miller se trasladó a París, a instancias de su esposa June, América estaba entrando en la Gran Depresión y la sombra de Hitler comenzaba a moverse a través de Europa. Poco tiempo después, Miller conocía e iniciaba una larga relación con Anaïs Nin, a la que sigue hasta Nueva York en 1935. El viaje y las experiencias vividas lo llevan a escribir ese mismo año este 'Nueva York. Ida y vuelta'. Más diario que novela, y escrita desde el yo y la subjetividad propia del autor, esta obra es una larga y divertida carta que Miller dirige a su íntimo amigo Alfred Perlés, una carta llena de impresiones vivas y reflexiones escandalosas, en la que se incluye también un ameno fresco de su viaje, conformando así un retrato tan cómico como genial del autor y de su lugar de nacimiento. En este volumen se añade la también carta del autor Vía Dieppe-Newhaven, donde nos narra un malogrado viaje a Londres desde París.

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) Henry Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más ha hecho por el triunfo de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa, donde confluyen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960), y, entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy y Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven.

PREFACIO

Al lector europeo puede interesarle saber que el texto que sigue fue escrito hace unos veinte años, a consecuencia de un repentino viaje forzoso a Nueva York, de donde me había yo evadido unos años antes y que esperaba no volver a ver jamás. Pensaba que iba a permanecer allí tan sólo unas semanas, pero fueron varios meses. Durante el tiempo transcurrido desde entonces, me había instalado en París, había pasado a ser lo que se llama un «expatriado». Al pensar en lo que había sido mi vida en Nueva York, donde había nacido y me había criado, me parecía haber estado siempre expatriado. Desde luego, no había elegido nacer allí y ruego sinceramente al Cielo que no me deje morir allí.

Lo que me llama la atención al releer este curioso documento es que, por grotesca y deformada que sea la descripción de esa gran ciudad –y, por reflejo, de los Estados Unidos en conjunto–, sigue pareciéndome verdadera: más que nunca, en realidad. El acelerado ritmo de la vida americana, la acelerada mecanización, el acelerado absurdo de la existencia para todo el mundo corroboran mis predicciones más demenciales y les dan consistencia. Tengo más que nunca la sensación de que es inminente el día en que el mito que rodea a los Estados Unidos saltará por los aires.

En el texto hay un elemento sobre el cual he tenido dudas; son las agrias y aparentemente injustificables reflexiones sobre los judíos.

Yo no soy antisemita. No soy anti nada, aunque haya caricaturizado, ridiculizado, fulminado, atronado y blasfemado con el mayor gusto en la mayoría de mis escritos. Si en aquellos primeros meses del año 1934, cuando escribí esta larga carta, me mostré más excesivo y temerario en mi lenguaje, fue porque era más joven y pensaba menos en los demás. Además, la escritura de una carta incita a tirar por la borda toda clase de reserva. Cuando entregué el manuscrito a Jack Kahane, entonces propietario y director de la Obelisk Press, en París, tenía pocas esperanzas de que se publicara. Después de la publicación deTrópico de Cáncer, en modo alguno era lo que se esperaba de mí. Sólo conseguí convencerlo para que lo publicara –en una edición limitada– pagando la edición de mi bolsillo. Diez años después, fue impreso en edición no venal en los Estados Unidos. Aquella vez lo costeó otra persona. Por no sé qué razón absurda, se vendió exclusivamente bajo cuerda, por lo que ni una ni otra de esas ediciones llegó al gran público. Lo que es importante es que el lector europeo sepa sobre todo que Fred, Alf o Joey, como se lo llama en diversas ocasiones, es el primer amigo verdadero que hice en París. He hablado de nuestros primeros días juntos en varias obras: primero, en un librito titulado¿Qué vais a hacer por Alf?; después en un capítulo titulado«Remember to Remember» («No olvides recordar») del libro del mismo título, y, además, enDías tranquilos en Clichy, texto que no se ha publicado ni se publicará nunca, a no ser que el hombre que robó el manuscrito tenga el detalle de devolvérmelo. Perlès figura también, desde luego, como uno de los personajes deTrópico de Cáncer, donde mencioné por primera vez su inclinación a escribir cartas. ¡Qué lastima que sólo se hayan publicado algunas de ellas! Eran siempre de una longitud extraordinaria, dirigidas generalmente a mujeres, y casi siempre de amor. (Una excepción, que superó magníficamente los límites, fue una epístola de elogios a la dirección del fabricante de las Sales Kruschen. Alguna alma buena debería publicarla, envolverla en celofán y colgarla en todos los retretes públicos y privados.) Las cartas que, lamentablemente, nunca veremos son las que se escribía a sí mismo: las escribía y –conviene añadir– las echaba al correo, pero eso forma parte de la historia de una soledad que precedió a nuestro encuentro en París. A él corresponde contarla algún día.

Cuando encontré a Alfred Perlès en París, la primera vez en 1930, en la terraza del Dôme, en modo alguno daba la sensación de soledad. (Para ser exactos, nos habíamos conocido en el año 1928 en el mismo sitio precisamente, pero no había llegado el momento de la amistad que iba a madurar más adelante.) El hombre que hizo su aparición al final del verano de 1930