CAPÍTULO 2
Desde aquel elemento húmedo, siempre cambiante y a menudo traicionero, aunque por el momento templado y tranquilo, el capitán Aubrey le dictó una carta oficial a su alegre escribiente:
Boadicea
En alta mar
Señor:
Tengo el honor de comunicarle que, al amanecer del día diecisiete del corriente, con las islas Desertas y Selvagens a dos leguas SSE, la fragata de Su Majestad que está bajo mi mando tuvo la suerte de encontrarse con un barco de guerra francés que llevaba consigo una presa. Cuando laBoadicea se le aproximó, el barco viró y abandonó la presa, un paquebote con los masteleros tumbados sobre la cubierta. En la fragata no se escatimaron esfuerzos para alcanzar el barco enemigo, que se empeñaba en hacernos pasar entre los bancos de arena de las islas Desertas y Selvagens, pero, al perder los estayes como consecuencia de la caída de su mastelero de sobremesana, encalló en un arrecife. Poco después, puesto que el viento había amainado y las rocas lo protegían de los cañones de laBoadicea, lo abordamos desde los botes y pudimos comprobar que era laHébé, antiguamente laHyaena, fragata de Su Majestad de veintiocho cañones que ahora lleva veintidós carronadas de veinticuatro libras y dos cañones largos de nueve libras. Tenía una tripulación de doscientos catorce hombres y estaba al mando de monsieur Bretonnière, teniente de navío, ya que el capitán había muerto en el combate contra la presa. Había salido hacía treinta y ocho días de Burdeos para un crucero y había atrapado los barcos ingleses citados al margen.
Mi primer oficial, el señor Lemuel Akers, un oficial veterano y de mérito, estaba al mando de los botes de laBoadicea y dirigió el ataque con gran valentía, y el teniente Seymour y el señor Johnson, ayudante del oficial de derrota, también actuaron con gran arrojo. Realmente –me complace decirlo– la conducta de todos los tripulantes de laBoadicea me pareció muy satisfactoria. Por otra parte, no tengo que lamentar bajas y sólo hay dos hombres heridos superficialmente.
Atamos el paquebote sin tardanza. Es elIntrepid Fox, de Bristol, al mando del capitán A. Snape, y venía de la costa guineana cargado de colmillos de elefante, polvo de oro, granos del Paraíso, cueros y pieles. En vista del valor de su cargamento, me pareció conveniente mandarlo a Gibraltar escoltado por laHyaena, al mando del teniente Akers.
Tengo el honor de ser..., etc.
El capitán Aubrey observaba con gran benevolencia la pluma del escribiente deslizándose con rapidez. La carta, en esencia, decía la verdad, pero, como muchas cartas oficiales, contenía algunas mentiras. A Jack no le parecía que el teniente Akers fuera un oficial de mérito, y, por otra parte, su valentía había consistido simplemente en gritarle a laHébé desde las escotas de popa del bote, donde estaba confinado a causa de su pierna de madera. Además, la conducta de algunos tripulantes de laBoadicea casi había agotado su paciencia y al paquebote no lo habían atado sin tardanza.
–No se olvide de poner a los heridos al final de la página –dijo–. Son James Arklow, marinero simple, y William Bates, infante de marina. Ahora tenga la amabilidad de decirle al señor Akers que le daré un par de cartas personales para que las lleve a Gibraltar.
Cuando se quedó solo en la gran cabina miró por la ventana de popa hacia el mar en calma, iluminado por el sol y lleno de barcos: las presas estaban en facha, los botes iban y venían, y en laHébé, mejor dicho, laHyaena, la jarcia estaba llena de hombres que daban los toques finales a las reparaciones y ya preparaban los obenques del nuevo mastelero de sobremesana, lo que hacía patente que contaba con un excelente contramaestre, el señor John Fellowes. Entonces cogió una hoja de papel y empezó a escribir:
Amor mío, sólo unas breves líneas para expresarte mi profundo cariño y decirte que todo va bien. Tuvimos un viaje extraordinariamente bueno hasta los 35° 30', con un fuerte viento por la aleta que permitía llevar las gavias con dos rizos –la forma en que laBoadicea navega mejor con su actual aparejo– desde que llegamos a la altura de la punta Rama, justo al otro lado del golfo de Vizcaya, casi hasta Madeira. Entramos en Plymouth con marea alta un lunes por la noche –una oscura noche con ráfagas de aguanieve y fuerte viento–, y, como le habíamos dado nuestro nombre a Stoke Point, el señor Farquhar ya esta