: Nieves Muñoz
: Cantigas de sangre
: Edhasa
: 9788435049597
: 1
: CHF 10.70
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 480
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada, de un lado la cerca el Duero, del otro Peña Tajada... Es ésta una leyenda, un romance, una historia legada por el tiempo. Zamora, la bien cercada, entonarán los juglares. Pues ya sitian la ciudad el rey Sancho y sus mesnadas, prestos para la cabalgada. Y con él, sus mejores hombres; entre ellos el Campeador y un joven Álvar Fáñez que busca aún su destino. Intramuros de esa fortaleza bañada por el Duero, la decisión está tomada: no cabe la rendición. Así lo manda la infanta Urraca, siempre fiel a su hermano Alfonso. El destino de Zamora y sus habitantes se forja, así, día a día, bajo el constante aleteo de los monstruos que sobrevuelan los bosques y se esconden tras las piedras. Pronto, el hambre, el miedo y la enfermedad se hacen más fuertes. Sin embargo, y pese a todo, queda la fortaleza de espíritu, el honor, el amor y la esperanza. Y a todo ello se aferra la galena judía Judit, siempre atenta con los pacientes, aun cuando pueda despertar la ira del Señor; Midueña, criazona de la infanta obligada a desposarse con Petro; también Elka, joven juglar sin voz que habla con el viento, y Marina, la niña de enmarañados rizos oscuros que no se doblega por nada. Ellos y muchos más serán las letras en esta historia. Todo empieza un día de justicia... y entonces nacerá la leyenda. Más allá de la historia y de la épica, Nieves Muñoz nos pasea por unos tiempos pasados que no son sino ecos del presente. Y lo hace con una prosa límpida pero a la vez sentida y llena de alma; y a través de sus variados protagonistas -unos existieron en verdad, otros lo hacen de igual forma a partir de este momento-, que pasean por estos cantares, cuentos, conjugados de manera brutal, vívida, hasta hacérsenos nuestros y agarrarse a nuestro yo más interior. Imposible de olvidar.

Nieves Muñoz nació en Valladolid en 1976. Vinculada siempre a las letras, bien como escritora de historias o como lectora, eligió sin embargo un camino diferente para su formación: la enfermería; y como tal trabaja en la unidad neonatal del Hospital de Valladolid. Para ella, escribir es una forma de vida. Tras formarse en técnicas literarias, ha colaborado en varias antologías de relatos, como articulista para blogs de narrativa y en la revista Taller de la factoría. Se atrevió a dar el paso de aunar sus dos grandes pasiones en 2018, año que vio la luz su primera novela histórica, Las batallas silenciadas; y a ésta le siguió Las damas de la telaraña, dos historias inolvidables que han sido todo un éxito entre lectores y críticos. Ahora, con su tercera novela, mira aún más al pasado, pero agudiza el pulso, porque Cantigas de sangre es un regalo, una leyenda inigualable.

TEMPLANZA

 

Elka

Libradme de contemplar

una cabalgada de nuevo.

Y en tal caso cegadme el mirar

o llevadme lejos, os ruego.

Que la piedra no acalla

los gritos y lamentos,

ni el vítor del que asola

ni del que aguarda, los miedos.

Elka se acurrucaba en el regazo de su madre, envuelto a la vez en el abrazo de su padre. Aunque ya era demasiado mayor para arroparse en ellos, aún se lo consentían. Percibía la humedad que resbalaba por las mejillas de Eslonza, porque se perdía después en su propio cuello. Sus piernas estaban rígidas de mantenerlas flexionadas durante tanto tiempo, pero no se atrevía a moverse, ni siquiera a respirar profundo. Por una vez, el peligro no provenía de la frontera con los reinos taifas, ni las amenazas se pronunciaban en una lengua extraña. La seguridad de la piedra erigida en castillo y del muro que los separaba de los atacantes le parecía exigua. ¿Y si llegaban hasta las puertas y embestían las planchas de madera y metal? ¿Y si irrumpían con sus lanzas y sus espadas durante la noche oscura?

–El concejo entregará la ciudad, ¿verdad? Debe hacerlo...

La voz de Eslonza zozobró y se sorbió las lágrimas. Elka la sintió temblar a través de las ropas, y también cómo su padre la apretaba con más fuerza.

–No estoy seguro, querida. Los caballeros son orgullosos, ya lo sabes. No creo que cedan su poder ante el nuevo rey sin luchar. Ignoro el talante de la infanta, pero, si lo que cuentan es cierto, su lealtad está con su hermano Alfonso, y no con el rey Sancho.

–Me equivoqué. Deberíamos habernos ido. ¡Os he condenado por el miedo a perder a otro hijo!

Eslonza rompió en llanto, y Elka cerró los ojos. Aún podía oír el sonido de la batalla que se había librado al otro lado de las murallas. Había sido incapaz de discernir qué gritos provenían de los castellanos y cuáles de los de Semura, si los cascos de los caballos y su pifiar eran signos de huida o de persecución. Tan sólo supo que el sonido de los cuernos cerró los portones de las murallas y que el silencio posterior fue terrible. Algunos ciudadanos salieron a las calles murmurando y preguntando en voz queda por los ausentes. Muchos pecheros habían salido junto con los caballeros para detener la cabalgada castellana y evitar que se adentraran en la ciudad. Un buen puñado no regresó, y nadie conocía si habían podido sobrevivir. El susurro de las oraciones aún se perdía en el cielo entre las volutas de humo que el viento arrastraba desde las pueblas del exterior.

–¿Qué haremos si no ceden, Cipriano? Sitiarán la ciudad hasta que se rinda, y nosotros moriremos por ello.

–Sólo podemos esperar, Eslonza. Ahora estamos en manos del concejo y de los castellanos.

* * *

El sol se encontraba en lo más alto cuando el rey Sancho solicitó parlamentar con el tenente y la infanta. El astro relucía insultante, como si quisiera mostrar su superioridad, y a su alrededor, salpicando aquel cielo sin nubes, las bandadas de buitres planeaban en círculos sobre el perímetro de la ciudad.

En las callejuelas, el pueblo contempló en silencio cómo los caballos de Arias Gonzalo y doña Urraca, guiados con mano firme, marcaban el paso. Elka y otros chiquillos se colaron entre el gentío para verlos mejor. La infanta lucía un gesto sereno y decidido, enmarcado por una toca que le cubría cabeza, cuello, hombros y cuello, por lo que las líneas de su rostro parecían mucho más sobrias que de costumbre. Un manto de hilos dorados caía por el flanco del caballo, dejando sólo al descubierto la piel de sus manos. Arias Gonzalo, vestido con gambesón, peto de cuero rígido y el yelmo bien calado, imponía respeto tan sólo con mirarlo. Llevaba la barba recortada, y los ojos, hundidos tras el metal, refulgían. Los dos representantes de la ciudad se cruzaron una mirada que no pasó desapercibida a los ojos de Elka, y el viento le trajo palabras pronunciadas en secreto y promesas incumplidas.

Tras las puertas de la muralla, los esperaba el ejército castellano. El rey Sancho encabezaba la comitiva. A su diestra, uno de sus caballeros de confianza, al que algunos nombraron entre la envidia y el respeto como Rodrigo Díaz de V