: Paco Gómez Escribano
: Después de la derrota
: Editorial Alrevés
: 9788419615695
: Narrativa
: 1
: CHF 6.20
:
: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 250
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Zip es un periodista frustrado que abandonó hace años la profesión por problemas con las drogas y con la disciplina laboral. Ahora, en su edad madura, regenta un hostal que recibió en herencia de sus tíos, sus verdaderos padres. Una mañana, al regresar del entierro del Chule, un expresidiario amigo suyo se acerca al banco a ingresar efectivo, con tan mala suerte que es testigo, primero, y rehén, después, de un atraco. El líder de los atracadores es el hijo del Chule, que junto a dos compañeros se atrincheran en el banco ante la llegada de la Policía. Los chicos son yonquis y están con el mono, así que es Zip quien tiene que negociar con la autoridad. Zip cuenta en tiempo presente la historia del atraco, pero aprovecha para contar en pasado la historia de su vida, plagada de sucesos histriónicos al límite que tienen mucho que ver con la Marga, la mujer del Chule y madre del Nico, líder de los atracadores. En una subtrama paralela, Zip habla alegóricamente al Chule a través de los años recorriendo diversas prisiones de la geografía española, revelando pasajes que ayudan a comprender lo que sucedió y lo que está ocurriendo. En tus manos tienes una novela impecable. Paco Gómez Escribano vuelve con una historia inolvidable en la que la derrota y el fracaso se elevan a su máximo esplendor literario.

Paco Gómez Escribano es autor de diez novelas: El círculo alquímico (2011); Al otro lado (2012); Yonqui (2014); Lumpen (2015); Manguis (2016, premio Novelpol); #MadridPrisión (2017); Cuando gritan los muertos (2018, premios Ciudad de Santa Cruz, Negra y Mortal, y finalista del premio Hammett de la Semana Negra de Gijón y del premio Novelpol); Prohibido fijar cárteles (2019); 5 Jotas (2020, finalista del premio Novelpol, finalista del premio Pata Negra de la Universidad de Salamanca y finalista del premio Cartagena Negra); y ahora Narcopiso (2023). Con Yonqui entra de lleno en el género negro. Junto al resto, las novelas comprenden un viaje físico, literario y social por distintas épocas del barrio del propio autor, Canillejas, situado al este de Madrid, que se complementa con los poemarios Versografía maldita y La vereda de la derrota, de los que han dicho que son el reverso de su prosa. Es autor del ensayo aún inédito Curso de novela negra y policíaca. También ha participado en numerosas antologías colectivas de relatos y poemas, ha sido ponente en diversos foros e institutos públicos y centros de profesores y es profesor en Cursiva.

2


Pero retrocedamos unas cuantas décadas, hasta el punto de inicio de una historia que de alguna forma ha marcado mi vida, porque mientras el resto de cosas han aparecido, han estado ahí un tiempo y luego han muerto, esto ha estado ahí siempre y sigue estando.

Por aquel entonces, yo trabajaba en un periódico local de Madrid, en parte sostenido por fondos públicos y en una parte mucho menor por anunciantes que se beneficiaban del dinero del Estado. Bien relacionados con el Gobierno, los anuncios les salían mucho más baratos. El periódico duró lo que duró por esa subvención encubierta, porque, la verdad, todos eran bastante inútiles y me refiero a los jefazos. La mayoría no eran ni periodistas. Pero así estaban las cosas. Yo había trabajado en radio y en prensa. Era bueno en lo mío, original en los planteamientos, pero tarde o temprano siempre la cagaba. Recuerdo que después de dar tumbos de un medio a otro entré por enchufe enEl País. Mi mentor me dijo que sería mi última oportunidad, que o me enmendaba o que diera por acabada mi carrera como periodista. Yo le prometí que sí, que era hora de sentar la cabeza y todas esas chorradas. Pero todo siguió igual. Miento. Peor. Una mañana en la que me tocaba cubrir un suceso de cierta importancia me quedé dormido porque tenía una resaca del carajo. Me despidieron y acabé en el periódico local.

Martínez era un facha de los de misa diaria, copa y puro. Un tipo muy franquista que hizo migas con UCD, con el PSOE y después con el PP. Sabía ganárselos a todos gracias a una obediencia humillante. Sabía hacer la pelota a base de bien. Además de director del periódico, proporcionaba putas, drogas y lo que hiciera falta a empresarios, políticos o personajes públicos que acudían a Madrid en viajes de trabajo, gentuza de alto nivel que no podía relacionarse con chulos y camellos, aunque yo he visto chulos y camellos que eran mucho mejores personas que el Martínez. Menudo pájaro, Martínez. Entraba dando los buenos días sonriendo. A él también le gustaba que le hicieran la pelota. Por eso a mí no me tragaba mucho.

Aquel día, a los cinco minutos de que Martínez ocupara su despacho, mi jefe, Peláez, se acercó hasta mi mesa.

—A mi despacho —dijo.

Lo seguí hasta un cubículo insalubre que olía a colillas de tabaco y a sudor agrio. El tipo era de estatura mediana, con una barriga que le saltaba por encima de unos pantalones anchos que sujetaba con tirantes. La camisa se le salía por un costado, como si le resultase imposible ajustarse al cuerpo irregular de Peláez, cuya cabeza calva por la parte de arriba albergaba una visera de esas descubiertas por la parte superior.

Se sentó frente a un escritorio lleno de papeles y encendió un cigarrillo. Me miró de arriba abajo, seguramente alucinado por cómo un tipo como yo había ido a parar allí, como dudando si decirme lo que tuviera que decirme.

—Tú vives por Canillejas, ¿no?

—Sí, soy de allí. ¿Por?

—Pues verás, chaval, tengo a todo el mundo ocupado y tienes que ir a cubrir un atraco.

—Claro. ¿Qué pasa, es que es en Canillejas?

—No, pero el jefe de la banda es de tu barrio. Es la banda del Chule. Han querido atracar un Banco Santander en la calle Alcalá y algo ha salido mal porque se ha presentado la Policía. Se han hecho fuertes dentro, con rehenes…, vamos, un puto cristo.

Garabateó la dirección del banco en una nota y me la pasó. Junto a unas letras difíciles de entender había algunas manchas de grasa de chorizo.

—¿Voy ahora?

—¿Tú eres tonto? ¡Ya estás tardando, joder!

Tosió, tanto que creí que se moría. Se puso rojo, se le cayó el cigarro en los pantalones y echó saliva por la boca que se limpió con un pañuelo más sucio que el palo de un gallinero.

—¿Estás bien?

—Sí. —Siguió tosiendo—. ¿Qué coño haces aquí todavía?

Salí del despacho escuchando las toses cada vez más lejanas. Cogí la chupa y salí de la redacción. Llovía con mucha mala leche. Las gotas te hacían daño.

La movida era curiosa cuando llegué al Banco Santander. Los maderos mantenían a raya a los fisgones como podían. Algunos policías situados de forma estratégica apuntaban con fusiles hacia la puerta del banco, que estaba cerrada a cal y canto. Los compañeros de otros medios estaban por allí y otros iban llegando. Un policía empezó a hablar por un megáfono diciendo a los de dentro que se entregaran, que estaban rodeados y que no tenían posibilidad alguna de escapar. Lo de siempre.

Yo era algo mayor que él, pero conocía al Chule. Lo había visto jugar al fútbol cuando era muy pequeño. El chaval no estaba muy bien de la cabeza. En el cole, curiosamente aprobaba, era uno de los pocos que lo hacían de una clase en la que todos l