: Luis Miguel Guerra
: La tabernera de Flandes
: Edhasa
: 9788435049436
: 1
: CHF 10.70
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 416
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Las picas vuelven a alzarse alrededor de Rocroi. Empieza la campaña para tomar la ciudad. Pero, en esta ocasión, los hermanos Portolés, capitanes de los Tercios, han decidido cambiar de armas. Tras años de combates y decepciones, Alonso, más conocido como «el gato de Arrás», ha reunido a un grupo de fragutes, soldados que hurtan al amparo de la milicia, y se dedica a extorsionar a los campesinos. Por su parte, Íñigo es el barrachel encargado de detener a los delincuentes entre la tropa, amén de proteger el tesoro del rey, donde se guarda también la paga de los soldados. Corre el año 1643, y los hermanos tejen sus planes... Pero, demasiado pronto, todo se tuerce. En una pequeña escaramuza dentro de las murallas de la ciudad, Alonso se reencuentra con Marie, aquella joven muchacha que conociera en Arrás ahora regenta allí una taberna. Y, mientras tanto, los franceses, acuciados por la necesidad de un triunfo, atacan al ejército español en campo abierto. Es el inicio de la batalla de Rocroi. Y se desata el caos. La tabernera de Flandes nos presenta una historia épica, y no sólo por estar enmarcada en la batalla de Rocroi, donde los tercios, cercados por el enemigo y abandonados por el resto de los españoles, defendieron la plaza heroicamente hasta al final, sino también por la acumulación de intrigas, aventuras y peripecias que vivirán los protagonistas. Con una narración sin pausa, y siempre con detallada documentación y verosimilitud, Luis Miguel Guerra nos adentra en una novela que difícilmente podremos olvidar.

LUIS MIGUEL GUERRA (Barcelona, 1963), es licenciado en Geografia e Historia por la Universidad de Barcelona y máster por la Universidad Autónoma de Barcelona y la UNED. Especializado en la España del primer tercio del siglo X, es profesor en ejercicio desde hace más de treinta años en un centro de Bachillerato. A su labor investigadora y de persona comprometida socialmente, se une su afición por el cine, la música clásica y la lectura, además de ser un viajero empedernido. Su interés por la novela histórica se desierta muy tempranamente con la lectura de Yo, Claudio de Robert Graves, y a través del género pasea y reflexiona por lugares y momentos que la propia naturaleza de la enseñanza de la Historia traza de manera gruesa. La tabernera de Flandes es su cuarta novela publicada en Edhasa tras Annual (2014), La peste negra (2006) y La ruta perdida (2008), además del ensayo El nieto de los rojos (Ediciones La Lluvia, 2013) sobre la segunda república.

1

Alonso y Nicolás

Algún lugar cerca de Mons (Flandes), mayo de 1643

Arrellanado en la silla, tamborileaba con los dedos sobre la mesa. Frente a él, un campesino y su mujer permanecían de pie; y otro hombre, un poco más allá, se apoyaba despreocupadamente en el quicio de la puerta. La situación resultaba cada vez más tensa y el silencio se hacía insoportable. Había que romperlo de alguna manera.

El campesino quiso decir algo, pero la mano dejó de repicar sobre la madera y adoptó un gesto para indicar que no lo hiciera.

–Muy bien –dijo, poniéndose en pie–. Te creo.

La expresión de la mujer se relajó.

–Me has convencido, Jan. Este año, tus tierras no han dado lo suficiente y no me puedes entregar todo lo que pactamos. Poca lluvia... o quizá demasiada. Las gentes del campo nunca estáis conformes con nada. Agua, sequía, helada, bichos... Si hay poco llega el hambre, y si hay mucho bajan los precios... Me cuesta recordar a un campesino que me dijera alguna vez que había tenido un buen año.

Jan hizo un nuevo intento de hablar, pero otra vez se lo impidió poniéndole la mano en el hombro.

–No te justifiques más –le dijo paternalmente–. Aunque he de advertirte de algo: a menor cantidad, menor protección. Y ya sabes que en estos tiempos eso puede resultar peligroso; las partidas de bandidos son cada vez más numerosas y violentas. Has tenido suerte de tratar con nosotros, y de que yo te aprecie. Otros en mi lugar te abandonarían, e incluso podría ser peor: podríamos ser franceses, sedientos de sangre y botín... Eso no sucederá, aunque no te puedo garantizar mucho. Yo también he de pagar hombres y pertrechos, y lo que nos has dado llega donde llega. Pero no te preocupes –continuó, cambiando el tono–. Puede que no ocurra nada, y cuando volvamos, sin duda, nos darás lo que ahora nos dejas a deber y lo de la próxima visita. Y tienes suerte otra vez. –Sonrió antes de bajar la voz–. La usura no me gusta.

–Será así, no lo dudéis. Y os doy las gracias –se apresuró a decir el campesino mientras su esposa besaba la mano del hombre.

–Vamos, vamos... No soy de esos que necesitan loas y adulaciones. Y tampoco un obispo para que me andéis besando el anillo.

Cogió el sombrero de la mesa y la bolsa que Jan había puesto a su lado en pago de la protección que decían proporcionarle. Se la colgó del cinturón, y mientras se ponía los guantes hizo una indicación al que esperaba para que preparase las monturas.

Subido al caballo se dirigió de nuevo al lugareño.

–Nos vamos. Saluda de mi parte a tus hijas, que supongo andarán por ahí.

–Han ido al río –dijo el otro, nervioso.

–Sí, claro –respondió el hombre mientras azuzaba al animal.

Galoparon sin cruzar palabra hasta un bosquecillo cercano en el que cinco jinetes los esperaban.

–Que me tomen por tonto me molesta. Pero que lo haga un campesino mugriento me molesta mucho más. Id a enseñarle lo que pasa cuando tratan de ocultarme algo. Pero que no se os vaya la mano, porque ha de seguir trabajando para nosotros. Si cortáis, que sea algo q