Introducción
Álvaro de Campos, ingeniero naval y poeta sensacionista
«Hablando con propiedad, Fernando Pessoa no existe», esta es la afirmación del heterónimo Álvaro de Campos en sus notas para recordar a Alberto Caeiro, el heterónimo maestro de todos ellos. Por impertinente que sea, la escandalosa afirmación de Campos responde fielmente a la realidad. El apellido del poeta, Pessoa, viene del latín «persona», que significa «máscara»: tras la máscara, la persona de Fernando Pessoa no existe. Detenerse a recordar al maestro es el pretexto de Álvaro de Campos —probablemente, tras el propio Fernando Pessoa, el más elocuente y osado de los heterónimos— para tejer comentarios sobre las realizaciones poéticas de Pessoa, entre las que sobresale la más original de todas: la creación de los heterónimos. Pessoa reinventó un término ya existente en la gramática, «heterónimo» (nombres completamente diferentes para objetos semánticamente muy cercanos), para definir a los diferentes nombres de sus muchos no-él-mismo de ficción. La palabra así redefinida por Pessoa ha merecido, incluso, una entrada en elDictionary of Literary Terms and Literary Theory, de J. A. Cuddon (1999, p. 381).
La historia de la génesis de los heterónimos es bien conocida. Pessoa la contó en 1935 en la muy citada carta dirigida a Adolfo Casais Monteiro, un joven poeta y crítico depresença (1927–1940). Esta revista del llamado «segundo modernismo» en Portugal fue fundamental para dar a conocer a un público más amplio a un Pessoa hasta entonces prácticamente inédito.
El día 8 de marzo de 1914 —Pessoa como en «una especie de éxtasis»— se le apareció repentinamente la secuencia de poemas tituladaEl guardador de rebaños, junto con su «autor», el aparentemente sencillo poeta pastoril Alberto Caeiro. Este primer heterónimo, enseguida reconocido como «maestro», fue de inmediato seguido por «discípulos» que habrían de constituir una «coterie inexistente» de poetas: Ricardo Reis, médico, monárquico y autor clasicista de epicúreas odas horacianas; Álvaro de Campos, extravagante cantor whitmaniano de los desafíos de la modernidad y la máquina, la nación, la identidad y la sexualidad; y Fernando Pessoa, convertido en no-Pessoa, y reaccionando «contra su inexistencia como Alberto Caeiro» (Pessoa 1982, pp. 93–100). Como reconoció en primer lugar Jorge de Sena (1974; 1982), «Fernando Pessoa» pasó a ser también un heterónimo; a partir de ahí, «Pessoa» no fue más que el nombre de familia del poeta. Tiene razón Álvaro de Campos: al pasar a ser «drama en gente» y comprender «personas libros», Fernando Pessoa dejó de existir, hablando con propiedad.
Caeiro (o sea, losheterónimos) surgieron como resultado del encuentro de Pessoa con Walt Whitman al principio de su carrera. Susan M. Brown, tras las huellas de los perspicaces análisis de Eduardo Lourenço (1973), fue quien primero reflexionó sobre la fundamental relevancia de la aparición de Caeiro para el desarrollo de los heterónimos (Brown 1987). Brown habla con gran sensibilidad y persuasión del impacto de Whitman —de sus muchos «Yo», «Mí», «No-yo», «Yo-mismo», «No-yo-mismo»— en Caeiro y en las demás identidades poéticas pessoanas.
Como el sexto sentido de Eduardo Lourenço le llevó a intuir ya en 1973, Caeiro es también la magnífica invención de Pessoa para suspender la ansiedad de la influencia. Pessoa inventó a su maestro y creó la multiplicidad poética para negar una autoridad poética anterior. No sorprende, así, que Pessoa decidiese dejar morir a Caeiro prematuramente. Es curioso también que Pessoa defina a Álvaro de Campos como «un Walt Whitman con un poeta griego dentro» (Pessoa 2009, p. 216) y un cultor privilegiado del arte no aristotélico (es decir, no mimético), olvidándose con frecuencia de mencionar a Whitman como uno de los poetas que más le influyó.
Sin el encuentro de Pessoa con Wal