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Un año más tarde
Zack
—Mira, Zack. Por ahí vienen las hermanas Sheridan.
Alcé la cabeza de mi libro de matemáticas y seguí el dedo de mi mejor amigo, Devin, que miraba por la puerta del instituto. Allí estaban las dos hermanas, Rain y Storm. Storm llevaba el pelo, de color castaño oscuro, liso y suelto, iba con el rostro totalmente serio y sus ojos estaban clavados en la carpeta que apretaba contra su pecho, como si ese trozo de cartón le infundiera valor o pudiera protegerla. En cambio, Rain, su hermana pequeña, tenía la mirada perdida. Su pelo negro y liso estaba recogido en una trenza informal por la que se escapaban muchos de los espesos mechones. Sus ojos, de un tono verde tan claro que parecían ser blancos azulados, estaban llenos de dolor y… ¿rabia? Una chica rubia se acercó hasta ellas para preguntarles qué tal les había ido el fin de semana.
—Pobres. Tiene que ser terrible perder a tu padre de un día para otro —susurró Devin.
Sí, debía de serlo, especialmente para Rain, quien se había salvado de milagro. Al parecer, Rain, su padre y el señor Wayne Lori habían estado navegando un domingo en las aguas tranquilas del Atlántico hasta que, de un momento para otro, se había levantado una violenta tormenta. Los tres lucharon con todas sus fuerzas por volver al muelle cuando una enorme ola empujó el barco hasta las rocas, donde se partió por la mitad.
Según había leído en el periódico, Rob Sheridan se había golpeado la cabeza contra una de las afiladas piedras y había fallecido en el momento. Wayne, en cambio, se había quedado inconsciente tras golpearse contra el casco del barco cuando había salido disparado por el impacto. Acabó inconsciente y ahogándose en las aguas. Rain era la única superviviente. Se había partido la pierna por tres lugares diferentes y tuvo que ser intervenida de inmediato. Tardó meses en recuperarse, y, según me había enterado, ya comenzaba a andar con normalidad sin la ayuda del bastón que había usado durante meses.
Los ojos de Rain conectaron con los míos durante unos segundos, y sentí una profunda presión en el pecho al vislumbrar lo que guardaba en su interior. Luego retiró la mirada, pero a mí se me quedaron grabados a fuego en la cabeza el dolor, la culpabilidad y la angustia que habitaban en ella.
Continuaron su camino hacia su clase en silencio, sin hablar entre ellas ni con nadie.
En ese momento llegó Lauren junto a dos amigas más. Sus ojos de color miel hicieron contacto con los míos antes de acercarse tanto a mí que capté su olor a fresas y nata, demasiado dulce para mi gusto.
—Hola, Zack—ronroneó.
—Hola, Lauren. ¿Qué tal estás? —pregunté, más por educación que por interés.
—Bastante aburrida… ¿Sabes? He estado pensando… —Sus dedos se agarraron a mi camiseta, y se mordió el labio inferior. Intentaba parecer sexy, y seguramente lo fuera para el resto de los chicos del instituto, pero para mí no, ni aunque tuviera un rostro bonito y un cuerpo de infarto—. ¿Qué te parece si salimos esta noche? Voy a estar sola en casa.
A Devin se le pusieron los ojos como platos, y se aclaró la garganta.
—Eh, tío. Te espero en clase.
Lo fulminé con la mirada por dejarme a solas con Lauren, aunque me mordí la lengua y asentí. Mi mejor amigo sabía lo poco que me gustaba quedarme con ella. Hablaba sin parar y no cesaba hasta conseguir lo que se proponía. Y ese día su objetivo era yo, su casa a oscuras y ella. Una ecuación que no me llamaba en absoluto.
—¿Y bien? —insistió, enseñando su perfecta sonrisa.
—Me lo pensaré —dije con rapidez antes de hacerme a un lado e ir hasta clase.
Lauren corrió hasta colocarse a mi izquierda y contarme todo l