CAPÍTULO 2
La relación no tardó en comenzar. Con prontitud naval, el almirante Haddock invitó a las damas de Mapes a cenar con los recién llegados, y poco después el capitán Aubrey y el doctor Maturin fueron invitados a cenar en Mapes; eran unos jóvenes realmente excelentes, muy bien educados, una compañía agradable en extremo, y su presencia beneficiaba al vecindario. Para Sophia estaba claro, sin embargo, que el pobre doctor Maturin necesitaba alimentarse adecuadamente (había comentado «¡Estaba tan pálido y silencioso!»). Pero ni siquiera la persona de más tierno corazón, la más compasiva, podría haber dicho lo mismo de Jack, que había derrochado vitalidad desde antes del comienzo de la cena, cuando su risa se oía en el camino de entrada, hasta que cesaron los repetidos adioses en el helado pórtico. Desde el principio hasta el final, su rostro marcado por cicatrices de guerra había tenido una expresión franca, dibujándose en él ora una luminosa sonrisa, ora una mirada de satisfacción, y aunque sus ojos azules habían observado con cierta melancolía que la licorera permanecía estacionaria y los restos de pudin desaparecían, su conversación, simple pero muy alegre y agradable, no perdió su fluidez en ningún momento. Con expresión agradecida y una gran voracidad, se había comido todo lo que le habían puesto delante, e incluso la señora Williams sintió cierta inclinación por él.
–Bueno –dijo ella, mientras el ruido de los cascos se alejaba en la noche–, creo que ésta es la cena que más éxito ha tenido de todas las que he dado. El capitán Aubrey se comió dos perdices; la verdad es que estaban muy tiernas. Y la isla flotante quedaba estupendamente bien en el bol de plata; habrá bastante para mañana. Y los restos del cerdo estarán deliciosos en picadillo. Ellos cenaron muy bien, no cabe duda; no creo que tengan a menudo una cena como ésta. Me asombra que el almirante haya dicho que el capitán Aubrey no era un hombre como es debido. Creo que essobradamente un hombre como es debido. Sophie, cariño, dile a John, por favor, que eche en una botella pequeña el oporto que los caballeros dejaron, antes de ponerlo bajo llave; no es bueno dejar la licorera con el oporto.
–Sí, mamá.
–Bien, queridas –susurró la señora Williams tras una prudente pausa, después de cerrarse la puerta–, creo que todas habréis notado el gran interés del capitán Aubrey por Sophia; él fue muy elocuente. No dudo que... Creo que sería bueno que cuando estén juntos todas les dejáramos solos el mayor tiempo posible. ¿Me estás prestando atención, Diana?
–¡Oh, sí, señora! La entiendo perfectamente bien –dijo Diana volviéndose hacia ella desde la ventana. A lo lejos, en la noche de luna, el pálido camino serpenteaba entre Polcary y Beacon Down, y los jinetes subían ágilmente por él.
–Me pregunto... me p