: Patrick O'Brian
: Capitán de navío
: Edhasa
: 9788435049313
: Aubrey-Maturin
: 1
: CHF 9.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 576
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
l almirantazgo ha decretado que el navío español que consiguió capturar el capitán Jack Aubrey debe ser devuelto a su propietario. Entretanto, en la espera de que le sea asignado un nuevo barco, Aubrey pasa una temporada en la campiña inglesa mientras busca consolidar el tempestuoso romance con la que será la mujer de su vida..., hasta que debe huir del país para evitar ser encarcelado por deudas. Una vez en Francia, acompañado por su inseparable amigo Stephen Maturin, se encontrará en medio de la guerra que acaba de declarar Napoleón, y se verán obligados a tirar de ingenio para salir con vida. Tras atravesar España, logran llegar a Gibraltar, y allí Aubrey conseguirá el mando de un nuevo tipo de navío que debería asegurar a Inglaterra la superioridad naval. Han sido muchas las andanzas hasta ahí, pero las que vienen supondrán todo un desafío... Su obligación: desbaratar los planes de Napoleón.

Escritor de brillante imaginación y vigoroso estilo narrativo, es sin duda uno de los más destacados autores británicos en el género de la novela histórica. A ello contibuye de forma esencial la serie de 20 novelas náuticas protagonizada por el capitán Jack Aubrey y el doctor Stephen Maturin durante las guerras napoléonicas, que ha publicado en su totalidad Edhasa, tanto en su colección de Narrativas históricas como en la colección Pocket-Edhasa. Pero también en libros de relatos breves (César, el panda-leopardo o Husein, el Mahut), ensayos (Hombres de mar y guerra) y biografías (Picasso), así como en novelas históricas no pertenecientes a la serie como Contra viento y marea, La costa desconocida o Los catalanes, ha dado buena muestra de su característio e inimitable talento. 

CAPÍTULO 2

La relación no tardó en comenzar. Con prontitud naval, el almirante Haddock invitó a las damas de Mapes a cenar con los recién llegados, y poco después el capitán Aubrey y el doctor Maturin fueron invitados a cenar en Mapes; eran unos jóvenes realmente excelentes, muy bien educados, una compañía agradable en extremo, y su presencia beneficiaba al vecindario. Para Sophia estaba claro, sin embargo, que el pobre doctor Maturin necesitaba alimentarse adecuadamente (había comentado «¡Estaba tan pálido y silencioso!»). Pero ni siquiera la persona de más tierno corazón, la más compasiva, podría haber dicho lo mismo de Jack, que había derrochado vitalidad desde antes del comienzo de la cena, cuando su risa se oía en el camino de entrada, hasta que cesaron los repetidos adioses en el helado pórtico. Desde el principio hasta el final, su rostro marcado por cicatrices de guerra había tenido una expresión franca, dibujándose en él ora una luminosa sonrisa, ora una mirada de satisfacción, y aunque sus ojos azules habían observado con cierta melancolía que la licorera permanecía estacionaria y los restos de pudin desaparecían, su conversación, simple pero muy alegre y agradable, no perdió su fluidez en ningún momento. Con expresión agradecida y una gran voracidad, se había comido todo lo que le habían puesto delante, e incluso la señora Williams sintió cierta inclinación por él.

–Bueno –dijo ella, mientras el ruido de los cascos se alejaba en la noche–, creo que ésta es la cena que más éxito ha tenido de todas las que he dado. El capitán Aubrey se comió dos perdices; la verdad es que estaban muy tiernas. Y la isla flotante quedaba estupendamente bien en el bol de plata; habrá bastante para mañana. Y los restos del cerdo estarán deliciosos en picadillo. Ellos cenaron muy bien, no cabe duda; no creo que tengan a menudo una cena como ésta. Me asombra que el almirante haya dicho que el capitán Aubrey no era un hombre como es debido. Creo que essobradamente un hombre como es debido. Sophie, cariño, dile a John, por favor, que eche en una botella pequeña el oporto que los caballeros dejaron, antes de ponerlo bajo llave; no es bueno dejar la licorera con el oporto.

–Sí, mamá.

–Bien, queridas –susurró la señora Williams tras una prudente pausa, después de cerrarse la puerta–, creo que todas habréis notado el gran interés del capitán Aubrey por Sophia; él fue muy elocuente. No dudo que... Creo que sería bueno que cuando estén juntos todas les dejáramos solos el mayor tiempo posible. ¿Me estás prestando atención, Diana?

–¡Oh, sí, señora! La entiendo perfectamente bien –dijo Diana volviéndose hacia ella desde la ventana. A lo lejos, en la noche de luna, el pálido camino serpenteaba entre Polcary y Beacon Down, y los jinetes subían ágilmente por él.

–Me pregunto... me p