Introducción
Novecientos años nos separan de Hildegard von Bingen y su mundo. Las coronas y las túnicas de seda blanca resplandeciente con que se vestían ella y sus monjas para el rito ya no existen, como tampoco existe Rupertsberg, su monasterio, destruido hace ya siglos. Pero atravesando el muro de los siglos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones petrificadas en las miniaturas. Hay una miniatura que no me deja desde hace ya cierto tiempo: es ella misma recibiendo en su rostro vuelto hacia el cielo las llamas del Espíritu como garras poderosas en la versión del manuscrito de Wiesbaden (pág. 191), como un río de agua roja en el manuscrito de Lucca (pág. 259). Aunque el miniaturista haya realizado una imagen original en tanto que manifiesta una estrecha relación con el texto y una voluntad clara de ilustrarlo, también es cierto que se inscribe en una tradición iconográfica muy precisa que es aquella que ofreció una imagen visual de Hechos de los Apóstoles 2, es decir, del pasaje referido al día de Pentecostés en que se relata la llegada del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego «que se repartieron y se posaron en cada uno de ellos», esto es, de los apóstoles y de la Virgen, tal y como puede verse en la miniatura coetánea al manuscrito de Wiesbaden, la delHunterian Psalter. Así pues, el fenómeno visionario se presenta como un hecho pentecostal, consistiendo la única diferencia entre el suceso bíblico y el que ahora tiene lugar, el hecho de que Hildegard está sentada escribiendo sobre unas tablillas de cera, trasladando en palabras lo que le llega en el fuego divino. Y al contemplar estas dos miniaturas hay que oír las palabras de Hildegard:
Sucedió en el año 1141 después de la encarnación de Jesucristo. A la edad de cuarenta y dos años y siete meses, vino del cielo abierto
Hunterian Psalter (ca. 1165-1170), Glasgow, University Library, manuscrito Hunter 229, fol. 15v).
una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, solo era caliente, del mismo modo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de los libros, de los salterios, de los Evangelios y de otros volúmenes católicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, aun sin conocer la explicación de cada una de las palabras del texto, ni la división de las sílabas, ni los casos, ni los tiempos» (Scivias, Parte primera, Atestado, pág. 190).
¿Qué quiere decir todo esto? ¿Cómo es posible la comprensión instantánea de todo lo que hay que comprender? En esta misma revelación Hildegard von Bingen recibió la orden del cielo de escribir todo cuanto viera y oyera. Con los ojos y los oídos interiores. Ese fue el comienzo de su primera obra profética,Scivias, y desde entonces la escritura la acompañó hasta la muerte. Es una escritura que despliega una imagen de Dios, del mundo y del hombre, una cosmovisión donde todo está comprendido y explicado. Esta misma mujer, que veía, oía y escribía, curaba a enfermos que desde todos los lugares acudían a ella, imponiéndoles las manos como había hecho Jesucristo, asperjándolos con agua y sacándoles los demonios del cuerpo mediante los