02
Preludio en Zufar
El wali de Zufar reúne un grupo de bait kathir en Salalah para escoltarme hasta las arenas de Ghanim. Mientras espero su llegada, viajo por los montes Qarra.
Los desiertos de Arabia cubren más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, y el desierto del sur ocupa casi la mitad del área total. Se extiende a lo largo de mil quinientos kilómetros desde la frontera del Yemen hasta las estribaciones de Omán y a lo largo de otros ochocientos desde la costa sur de Arabia hasta elgolfoPérsico y la frontera del Najd. La mayor parte es un erial de arena; es un desierto dentro de otro desierto, tan enorme y desolado que hasta los mismos árabes lo llamanAr-Rub’ Al-Khalio «Territorio Vacío».
En 1929, T. E. Lawrence escribió a lord Trenchard, comandante supremo de la Royal Air Force, sugiriendo que el R100 o el R101 fuera desviado en su vuelo experimental a la India para sobrevolar el Territorio Vacío. Escribió: «Pasar sobre el Territorio Vacío será una enorme publicidad para ellos. Marcará una era de exploración. Nada salvo un aeroplano puede hacerlo y yo quiero que sea uno de los nuestros el que se cuelgue las medallas». Pese a todo, Bertram Thomas atravesó este desierto de sur a norte en 1930 y pocos meses después otro inglés, St. John Philby, volvió a cruzarlo, esta vez desde el norte. Thomas y Philby habían demostrado que el Territorio Vacío podía cruzarse con camellos, pero cuando fui allí quince años más tarde ellos eran los únicos europeos que habían viajado por él, y todavía quedaban por explorar vastas áreas entre Yemen y Omán.
Cuando estaba en Oxford, había leídoArabia Felix, dondeBertram Thomas describía su viaje. El mes que había pasado en elpaís de los danakil había hecho que apreciara y entendiera en parte la vida del desierto, y el libro de LawrenceRevuelta en el desiertohabía despertado mi interés por los árabes; pero mientras estuve en Oxford mi único deseo era regresar a Abisinia. No fue hasta más tarde que mis pensamientos empezaron a volverse cada vez más hacia el Territorio Vacío. Aunque había viajado por los desiertos de Sudán y del Sahara, otros lo habían hecho antes que yo y el misterio había desaparecido: las rutas y los pozos, las dunas y las montañas estaban marcados en los mapas; las tribus estaban gobernadas. Me faltaba la emoción que había conocido viajandopor el país de los danakil. El Territorio Vacío se convirtió paramí en la Tierra Prometida, pero el acceso a él estaba prohibido hasta que ese encuentro casual con Lean me proporcionó mi gran oportunidad. En realidad yo no tenía ningún interés por las langostas y desde luego no me habría ofrecido voluntario para ir a Kenia o al Kalahari a buscarlas, pero ellas me proporcionaron la llave de oro de Arabia.
Arabia.
Hoy en día, uno de los principales obstáculos para viajar a los pocos lugares inexplorados que quedan en el mundo es obtener permiso de los Gobiernos que lo reclaman. Me habría sido difícil, tal vez imposible, haberme acercado al Territorio Vacío sin el apoyo inicial que recibí de la Unidad Antilangostas de Oriente Medio, pero, después de estar allí y entablar amistad con los bedu, pude viajar a mi antojo, sin tener que preocuparme de fronteras internacionales que ni siquiera existían en los mapas.
Ya había visto muchísimas langostas en Sudán y durante el año que pasé en Dessie había observado enjambres que avanzaban por el horizonte ondulándose como nubes de humo cuando llegaban a los altiplanos de Abisinia desde sus lugares de cría en Arabia. Las había visto pasar, patilargas y en fluctuante vuelo, tan densas en el aire como copos de nieve en una tormenta. Había visto ramas de árboles tronchadas por el peso de los enjambres posados y verdes campos arrasados en pocas horas; pero, aunque sabía lo destructivas que podían llegar a ser, lo ignoraba prácticamente todo sobre sus hábitos. De modo que, antes de ir al Territorio Vacío, fui enviado a Arabia Saudí por un periodo de dos meses para aprender algo sobre las langostas con Vesey-FitzGerald, quien dirigía allí una campaña contra esta plaga. A muy pocos europeos se les había permitido con anterioridad la entrada en Arabia Saudí y casi todosellos habían sido confinados en Yeda, el puerto del mar Rojo,donde vivían los diplomáticos y la comunidad comercial. Los funcionarios que luchaban contra la langosta, sin embargo, tenían permiso para viajar libremente por la práctica totalidad del país.
Durante la guerra, u