: Francisco Narla
: Breo
: Edhasa
: 9788435049238
: 1
: CHF 9.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 624
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: ePUB
E CELTA QUE DESAFIÓ A ROMA Su padre había iniciado el camino, pero fue traicionado. Él, sin embargo, se refugió en la costa, lejos de los clanes; sólo deseaba embarcar hacia las verdes islas del norte y seguir los pasos de las antiguas leyendas. Pero su pueblo agonizaba, esclavizado en la mayor mina de oro de la todopoderosa Roma. Una bruja de la Orden lo fue a buscar. Una joven destinada a liderar a los hombres lo creyó posible. Y, entre los lujos de Roma, ahogado en vino, ahogado entre sus excesos, Nerón clamó venganza y aulló por la conquista absoluta. Nunca antes se reunieron tal número de legiones. La consigna era matar a cualquiera capaz de sostener un arma. Y fue entonces cuando el linaje y la herencia lo obligaron a luchar. Sólo había una salida: terminar lo que su padre había empezado. Rebelarse. Juntos plantarían cara al imperio más poderoso de todos los tiempos. Niske unió a los clanes. Y, al fin, Breo desafió a Roma.

Francisco Narla, nacido en Lugo en 1978 y afincado en un pequeño pueblo del corazón de Galicia, Friol, es aviador y escritor. Pero son sus aficiones las que lo definen: arquero, pescador con mosca, aficionado a los bonsáis, apicultor y casi cualquier cosa sobre la que pueda leer en un libro. Ha publicado poesía, relatos, ensayos técnicos y novelas. Ha colaborado con radio y televisión y también es conferenciante habitual en foros universitarios. En 2009 publica su primera novela, Los lobos del centeno, con nueva edición ilustrada en Edhasa en 2019. En noviembre de 2010 ve la luz su segunda obra de ficción, Caja negra, reeditada en 2015 y traducida a varios idiomas. En 2012 nos sorprendió con Assur, con la que recibe el aplauso del público y conquista las listas de los más vendidos. Y al año siguiente nos presenta Ronin, que le consagró como uno de los más versátiles y talentosos escritores de novela histórica de nuestro país y que, en 2020, se publica en Edhasa una nueva edición que incluye un prólogo del autor y una guía y un mapa del viaje. Narla continuó en este género con su trabajo más personal: Donde aúllan las colinas. En 2018 gana el I Premio Edhasa de Narrativas Históricas con la obra Laín. El bastardo. Tras el éxito, tanto en ventas como en críticas, de Laín, publicó, Fierro, seguro que recordarás este nombre.... En 2022 cambia de época y nos sorprende con Balvanera. Y en 2023 publica Breo. El celta que desafió a Roma

El silencio aplastó al niño.

Cuando apartó las manos, los gritos habían terminado. Ya no se oía nada. Ni siquiera el viento se atrevía a susurrar entre las espigas.

Y todo fue silencio. Un silencio que ahogaba, hasta que las risas lo hicieron añicos.

El niño se revolvió entre los tallos. Y vio aquellas risas, lejos, más allá del cereal, apenas franjas borrosas, pero las vio; las risas, las sombras, las espadas, y el brillo de las antorchas.

El mijo, seco y lleno de verano, prendió como yesca. Y el fuego creció. Insaciables, las llamas se tragaron el silencio. Y las risas. Pero no el miedo.

Un cuervo echó a volar con un graznido y el niño apretó los ojos.

No quería llorar, pero, si obedecía, moriría.

Mamá le había dicho que se quedase allí, escondido. Y no se atrevió a desobedecer. No quería que se enfadase. Si se enfadaba, no acabaría el cuento. El de la dama que vivía en el manantial, en la sierra, donde se guardaban las nieves.

Lo había escuchado mil veces. La bella engatusaría al cazador. Lo sabía, pero no quería que mamá se enfadase. Quería escuchar el final. Quería sentirse arropado y dormirse en su voz.

Pero el fuego no conocía aquella historia.

Ya no habría siega. La plantación se convirtió en una pesadilla al rojo vivo. Los granos reventaban. Las chispas revoloteaban, caían y engendraban más llamas. Y el fuego, que tenía prisa, lo engulló.

Se abrazó las rodillas despellejadas. Y tosió. Y vaciló. Y tuvo que rendirse.

–Lo siento –tartamudeó–, mamá.

Y desobedeció.

Escapó, a gatas, arrastrándose como los ratones, que huían despavoridos. Se desolló los dedos, se arañó las manos. Salió trastabillando, sin mirar atrás, temiendo que una flecha le atravesase el corazón. Y tras él, furioso, el fuego rugió.

Corrió hasta la loma y se refugió tras la zarza. La misma que unos días antes le había regalado jugosas moras.

Allí volvió a verlos, al otro lado del fuego. Ya no tenían antorchas, pero seguían riéndose. Se alejaban del horror, satisfechos. Se llevaban su botín: la victoria. Dejaban atrás su legado: desolación.

Y el niño corrió. A su hogar. Hacia mamá.

Cruzó las hileras de piedras, los parapetos y el foso. Pasó junto al madero donde se ataban las riendas, dejó atrás las tallas sagradas. Y llegó a la muralla. Allí, flanqueado por las dos torres, encontró el portón, bajo el enorme dintel del que colgaban los colmillos.

Estaba destrozado. Los troncos, quebrados. Los herrajes, retorcidos. Nadie volvería a cerrarlo.

Y el primero con el que se topó fue con Zainus.

Había luchado junto a papá cuando Segilus mintió a las tribus. Había sido un guerrero del clan y también quien le había enseñado a trenzar las crines de las yeguas.

Se habían llevado su casco, su arma, sus brazaletes. Y le habían cortado la mano derecha, la de la espada.

Y no era el único. Desperdigados, rotos, los cuerpos sembraban la entrada. Habían peleado. Y habían pagado el precio.

Ainvar, sólo un par de estaciones mayor, el primero en presumir de barba, también lo había intentado. Su espada, mellada, yacía a unos palmos. Era el arma de un niño haciéndose hombre, y ésa no se la habían llevado.

Estaban todos muertos. Sólo quedaba el fuego.

Habían arrimado lumbre a los capazos de grano. A los techos, a la paja de las cuadras, a todo lo que pudiera arder. Dragones furio