: Alberto Zuckermann
: El jazz en la Ciudad de México, 1960-1969
: Fondo de Cultura Económica
: 9786071677044
: 1
: CHF 2.50
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: Jazz, Blues
: Spanish
: 175
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El pianista y difusor del jazz Alberto Zuckermann reconstruye, desde sus propios recuerdos y vivencias como joven músico, una cartografía cultural del incipiente mundo sonoro del jazz durante la década de 1960 en la Ciudad de México y nos ofrece una ventana a los compositores e intérpretes más emblemáticos, sus presentaciones más relevantes, los recintos que albergaron su florecimiento y los promotores que impulsaron el desarrollo de una comunidad musical que permitió acercar la esencia del género a un público más amplio y diverso. El jazz en la Ciudad de México, 1960-1969, es también un retrato de la ciudad de aquellos días y de su vida nocturna, así como una reconstrucción de la experiencia cultural y musical desde la cual se conformó y consolidó el jazz en México como un género destacado, distinto de todo lo que lo precedía.

Alberto Zuckermann (Ciudad de México, 1946) es un activo y reconocido pianista de jazz, que desde los años setenta ha participado en recitales, festivales y clubes de jazz de México y Europa. Ha incursionado en la crítica especializada de esta música en diversos diarios nacionales y extranjeros desde 1969, e impartido conferencias alusivas en diversos foros. Tiene tres discos compactos propios: Solo Zuckermann, Dúo-Trío y Zuckermann en vivo. Es autor de cinco novelas publicadas y del libro de investigación El jazz en el Palacio de Bellas Artes (1962-2011), junto con Susana Ostolaza.

II. MIS RECUERDOS


MI PRIMER DISCO DE JAZZ

Mi descubrimiento del jazz fue un tanto fortuito. Yo ya estudiaba piano desde hacía algún tiempo y tenía una pequeña colección de discos con música clásica, algo de rock de inicios de los sesenta, algo de pianistas populares virtuosos como Carmen Cavallaro o Peter Nero, y música de películas. Un sábado, saliendo de clase de piano en el Centro Histórico, pasé con mi madre a la tienda Mercado de Discos en San Juan de Letrán, hoy eje Lázaro Cárdenas.

Tino Contreras en trío durante una presentación en el Riguz Bar, 1961. Archivo de Tino Contreras.

Al entrar empecé a escuchar una música percusiva de ciertas tonalidades oscuras que me atrajo fuertemente. Pregunté a una empleada de qué disco provenía. Me dijo: Es jazz mexicano y se llamaJazz en Riguz . Solicité que me lo mostrara y vi que era de un tal Tino Contreras. Le pedí a mi madre comprarlo y ella me dijo: No es un disco de piano como los que te gustan . Sin embargo, insistí y me lo compró. Fue así como descubrí el jazz y entré a ese mundo de las síncopas, de las armonías disonantes y sobre todo de la improvisación.

Exterior del Riguz Bar, 1961. Archivo de Tino Contreras.

A ese disco del famoso baterista le debo haber entrado a la música de mi vida. Yo ignoraba entonces lo que eso iba a significar para mí. A partir de ahí se me abrió un mundo de nuevas sonoridades y me fui metiendo en él con una devoción y voracidad que no tenía hasta entonces.

MAX NAVA

Conocí a Max cuando tocaba en uno de los últimos festivales nacionales de jazz que se hicieron. Luego lo fui a escuchar en una presentación que hizo en el Museo de Historia Natural en Chapultepec, patrocinada por el gobierno de la ciudad, un domingo al mediodía.

Ahí, al terminar su presentación, lo abordé y empezamos a tratarnos. Me gustaba su grupo de aquel entonces, con Paul Smith López en el contrabajo, Tony Alemán en el piano y Martin Fierro en el sax tenor. Tenían un repertorio que incluía temas habituales del jazz. El grupo sonaba como si fuera gringo, tenía esa hechura. Max era asunto aparte; tocaba la batería de manera diferente a otros músicos que aquí eran famosos. No había en él un toque recio ni demasiadopunch; parecía etéreo. Ahí estaba el ritmo, pero no era pesado. El grupo, en ocasiones, realmente volaba.

Toqué un par de ocasiones con Max, ya a mediados de los setenta, en un lugar de la Zona Rosa. Me sentí honrado de hacerlo y no sé si para sorprenderme o si era algo que estaba aplicando últimamente a media pieza en la improvisación, dobló el tiempo y, claro, me puso a parir. A tirones, pero me fui acomodando. Fue toda una experiencia.

A Max, cuando le preguntaban qué había que hacer para tocar jazz, decía: Primero, hay que escuchar mucho a Art Blakey, y segundo, fumar buena mota . No en balde, en el medio algunos colegas le decían MaxQuemaba, haciendo también referencia al tema brasileño Más que nada , que a veces tocaba.

Tan era fan de Blakey que cuando éste vino a tocar en la Ciudad de México, ahí estuvo en las dos presentaciones, primero en Bellas Artes y luego en el Auditorio Nacional. En este último sitio me tocó ser testigo de que en los camerinos departió con él. Cuando llamaron a Blakey para entrar a escena, palmeándole la espalda le dijo,