Explorando el saber pedagógico en nuestras clases
José Contreras Domingo
Susana Orozco Martínez
Explorar nuestra experiencia en la formación
Desde hace ya algunos años, quienes colaboramos en este libro veníamos compartiendo nuestras preocupaciones y vivencias como docentes dedicados a la formación inicial de maestras y maestros, así como también a la de educadoras y educadores sociales. Esta historia compartida nos ha conducido recientemente al deseo de convertir lo que ya veníamos realizando en un proceso de investigación. Nuestro interés ha sido explorar lo que hacemos y vivimos en nuestro trabajo docente, lo que pasa y nos pasa en las clases, y las circunstancias y contextos que rodean y afectan a nuestro quehacer. Una autoexploración que nos permite indagar y sacar a la luz aspectos de los que se suele hablar poco, pero que creemos cruciales para entender lo que hay en juego en la formación. Con ella buscamos hacerlos conscientes y disponibles para nosotros y para quienes se dedican también a la formación del profesorado. Así pues, al estudiar nuestras experiencias, esperamos poner en movimiento y en comunicación asuntos poco revelados de la formación a los que creemos que hay que prestarles atención.
Desde su origen, nuestra preocupación no ha sido justificar un plan o programa de formación, sino estudiar algo de lo que solemos tener consciencia en cualquier proceso educativo, pero a lo que no siempre le dedicamos la atención y el trabajo de indagación necesarios: que la tarea educativa tiene mucho de borrosa, de resbaladiza, de imprevisible, de sutil, de delicada; y que la tarea de la formación también. Para nosotros era importante, en nuestra investigación, adentrarnos en lo que vivíamos y en cómo lo vivíamos para hacernos más conscientes de las sensaciones e inquietudes acerca de lo que supone el trabajo de la formación.
A poco que vayas más allá de definir prácticas y aplicar actividades y que empieces a prestarle atención a las sensaciones personales que se te producen en el desarrollo de las clases, a los acontecimientos cotidianos, a los estudiantes con quienes trabajas, y a las relaciones que se producen, con sus encuentros y desencuentros, comienza a quedarte claro que, para vivir y realizar tu trabajo, no es suficiente con tener un plan de actuación. A poco que te abras a las dinámicas colectivas de la clase, al desarrollo en el tiempo de un curso y al significado que este va adquiriendo, y que comiences a preguntarte sobre el sentido y el valor de lo que está ocurriendo; en cuanto empiezas a considerar los condicionantes institucionales y cómo se infiltran en los procesos y relaciones, afectando a su sentido; o cuando te preguntas por las historias personales de tus estudiantes, por cómo viven y reaccionan al acontecer de las clases y del curso, y por el sentido que este puede tener en la trayectoria de formación de cada uno; a poco que hayas creado un espacio personal para mirar todo esto y te hayas preguntado por lo que eso supone para ti…, el sentido de nuestro trabajo ha cambiado.
La tarea de la formación pone en juego muchas facetas y dimensiones que no pueden mantenerse en la ignorancia, o dejarlas en un segundo plano como si fueran aspectos despreciables. Y por nuestra parte no queríamos considerar nuestro trabajo sin incorporar, como parte del mismo, todas estas facetas y dimensiones que afectan y que se integran en él y que influyen en nuestras maneras de sentir, de hacer y de pensar. La formación es todo eso, y no solo la aplicación de un plan.
Por este motivo, explorar lo que hacemos y vivimos nos suponía adentrarnos en terrenos pantanosos, como los llama Donald Schön (1992). Buscábamos tener en cuenta lo que vivimos en la formación, con nuestras confusiones, tanteos, dudas, contradicciones, errores; así como con nuestros hallazgos y s