: Herminia Luque
: Las traidoras
: Edhasa
: 9788435048088
: 1
: CHF 7,10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 140
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
PREMIO RAMIRO PINILLA DE NOVELA CORTA El rey Fernando VII, a la espera de que su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, dé a luz a quien será su heredero al trono, trata de hacer sus necesidades en un fastuoso retrete de maderas preciosas, tarea harto ingrata y dificultosa. Mientras tanto, a la par que rememora diferentes episodios de su vida, claramente desde un punto de vista 'íntimo', va leyendo unas cartas que la policía secreta le acaba de entregar. Cartas de mujeres que, por una razón u otra, han estado relacionadas con él. Son éstas cartas de trece mujeres, cuyos relatos nos descubren la misma época con un enfoque preciso y diferente; trece mujeres, las traidoras, gracias a las que comprobamos que la materia histórica -como la fecal- da para mucho. Fernando VII es, sin duda, el monarca más nefasto de la historia de España. Tras ser 'el Deseado', aclamado por el pueblo a su vuelta de su prisión en Francia, acabó siendo conocido como 'el rey Felón' por sus traiciones, deslealtades, hipocresía y su tiranía y crueldad en las cuestiones de Estado. En esta novela, Herminia Luque, que ganó la tercera edición de Premio Edhasa Narrativa Histórica de 2020, con su obra La reina del exilio, nos ofrece una visión particular de este odioso rey. A caballo entre la crónica satírica y epistolar y la novela histórica más irreverente, Las traidoras se nos presenta como un relato breve ácido y divertido, amén de perfectamente construido, narrado y documentado. Un testimonio en primera persona que nos transporta a las miserias y grandezas de nuestra historia en un momento crucial, en todos los sentidos de la palabra.

Herminia Luque (Granada, 1964). Escritora y profesora de Geografía e Historia y actualmente reside en Rincón de la Victoria, Málaga. Como escritora, ha intervenido en antologías de relatos de México (Relato español actual, Fondo de Cultura Económica, 2002) y de Dinamarca (Espacios; Aarhus, Systime, 2003), así como en otras varias. Tiene publicadas también diversas novelas, como Bitácora de Poseidón (2010), El códice purpúreo (2011) y Al sur de la nada, un libro compuesto por tres novelas cortas (Benalmádena, 2013). Tiene en su haber varios premios literarios, como este II Premio Ramiro Pinilla de Novela Corta por Las traidoras, pero destacan especialmente en su producción literaria las obras Amar tanta belleza, ganadora del Premio Málaga de Novela 2015, publicado por la Fundación Lara, y La reina del exilio (Edhasa, 2020), novela ganadora del III Premio Edhasa Narrativas Históricas (2020). Asimismo, ha publicado textos de no ficción, el último de los cuales es el ensayo Escritoras ilustradas. Literatura y amistad (Ménades, 2021). En la actualidad, acaba de terminar un proyecto teatral, Blanco/Weiss, sobre Rosario Weiss, discípula de Goya, que será representado en el teatro Echegaray de Málaga, y está trabajando en una biografía novelada de Isabel II.

Traidora 1

Angelica Kaufmann

... No, majestad, no llegaron a cruzarse nunca nuestros caminos. Mi labor como pintora no me acercó a la corte española, donde trabajaban otros artistas, pero sí me trajo a Nápoles, donde reinaba el rey de igual nombre al vuestro, Fernando, Fernando IV de Nápoles, vuestro señor tío. Y allí conocí a la que sería vuestra esposa, María Antonia, y aun antes de nacer. Ocurrió en el año de 1784, cuando retrataba yo a la familia del monarca y a su esposa María Carolina, a ambos cónyuges más seis de sus hijos. Un retrato del que me sentí muy satisfecha por su alegre cromatismo y por ser una composición de cierta dificultad, al tener que incluir en la misma ocho figuras humanas, tres perros y un arpa. Pocos meses después, la reina daría a luz a la niña que sería bautizada como María Antonieta Teresa Amelia Giovanna Battista Francesca Gaetana María Anna Lucía,Totó desde su primer mes de vida. Eso sería en diciembre de ese mismo año; vuestro nacimiento había tenido lugar unos meses antes, en octubre, en El Escorial, dándose la fatal coincidencia de que los gemelos que os antecedían en el orden de sucesión fallecieron con pocas semanas de diferencia –¡cuántas veces os lo habrán contado!–, por lo que quedasteis como futuro rey y príncipe de Asturias. La reina María Carolina, desde el mismo momento en que nació su hija, sopesó la posibilidad de que, si llegaba a la edad adulta, pudiera ser vuestra esposa. Aunque, de haber sobrevivido alguno de los gemelos, Carlos Francisco o Felipe Francisco, hubiera sido él el elegido como futuro esposo. Me lo expresó de este modo en una de las sesiones en las que bosquejaba su figura. Había quedado tan satisfecha del retrato familiar que ahora quería uno en el que ella estuviese a solas. «Si es que una reina puede estar alguna vez a solas», comentó con ironía. Ese día, lo recuerdo bien, me habló de la relativa importancia que tenía aún el reino de España. Y que más importante sería en el concierto de las naciones si atendiera más al engrandecimiento de los territorios allende los mares. A la reina le parecía que el rey y sus ministros no les concedían la menor importancia. «Y ya quisiéramos en Nápoles tener esa fuente de riquezas perpetua que son las Américas, y no tanta antigüedad en desuso», afirmó con desenfado. Ahí se veía el carácter pragmático de la reina, que no apreciaba en demasía ni la arquitectura de los antiguos ni sus esculturas y pinturas. Y eso que, en sus dominios, desde que el rey Carlos III ordenara excavar la antiquísima Pompeya, todo lo que se venía sacando de esa ciudad sepultada por las cenizas del Vesubio era una sorpresa y una maravilla continuas. Pero la reina María Carolina tenía otros intereses. La idea de que su hija fuese reina de España se convirtió en una de sus obsesiones. Pues si los monarcas españoles querían casar a su hija María Isabel con su hijo Francisco, el heredero del reino de Nápoles, ella buscaba casar a su hija con el heredero del reino de España. Dobles bodas, provechosísimas sobre todo para Nápoles, pues tener un pie en la corte española no era algo a despreciar. Albergaba, además, María Carolina un grandioso plan que llevaba con el mayor sigilo. Conseguido el objetivo de las bodas, en sus planes se vino a inmiscuir el todopoderoso Godoy. La reina no había pensado en voluntades distintas a las de los reyes o a la del futuro rey Fernando, «un príncipe noble y de buen corazón», como os describió María Antonia, quien debía procurar la felicidad de su esposo y acompañarlo en el engrandecimiento del reino de España, «en los inicios del siglo decimonono algo alicaído». Y no se equivocaba, puesto que, como se vería poco después, tomarían la dirección de Europa naciones más pujantes: Inglaterra en los mares, Francia en lo continental. La reina María Carolina detestaba con todas sus fuerzas a Francia. No en vano era la nación que había asesinado a su hermana la reina María Antonieta, de la que su hija tomó el nombre. Con el vértigo de ser consciente de que los tronos son frágiles como barros sin cocer, y con la pesadilla constante de la cabeza de su hermana segada ante el populacho, persistió en la idea de que se debería crear una nueva entidad política en tierras del Nuevo Mundo. No me hizo partícipe de más detalles. Tiempo después me escribiría diciendo que sus más funestos presagios se habían cumplido, al ser envenenada su hija María Antonia por obra del infernal Godoy, el cual tenía un plan para reinar él con la complicidad de la reina María Luisa. Pero, antes de acabar con la vida del heredero, es decir, con vuestra majestad, había que eliminar a quien había hecho que éste se interesara por la política, es decir, a María Antonia. Ella, bien lo sabe, majestad, detestaba con toda su alma a Godoy, por indelicado arribista y artero ministro, con título de príncipe además, vergüenza que no podía soportarse. Pobre princesa, asesinada de un modo inconcebiblemente cruel. Según me dijo la reina (aunque eso, majestad, vos sabréi