: Mika Waltari
: S.P.Q.R. El senador de Roma
: Edhasa
: 9788435048941
: 1
: CHF 9.80
:
: Historische Romane und Erzählungen
: Spanish
: 960
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
DEL AUTOR DE SINUÉ EL EGIPCIO Y EL ÁNGEL SOMBRIO La vida de Minuto Lauso Maniliano, protegido del emperador Claudio, se desarrolló en una época turbulenta y convulsa para el Imperio Romano. Como el resto de los jóvenes de su clase, Minuto Lauso repartió su tiempo entre los placeres que ofrecía la capital del Imperio y las obligaciones nacidas de sus ambiciones personales. A través de las experiencias de este joven emprendedor por Britania, Jerusalén y Roma, Mika Waltari despliega un monumental fresco histórico y traslada al lector a un inquietante mundo poblado por personajes tan fascinantes como Lucio Domicio (Nerón), Vespasiano, Claudio Séneca o la poderosa Agripina para que asita desde primera línea a algunos de los acontecimientos clave de la época. La potencia de una trama absorbente, la precisión y fuerza de los personajes y la insólita capacidad para crear escenas que permanecen indelebles en la memoria del lector mucho después de haber cerrado el libro hacen de S.P.Q.R. la mejor obra del autor de Sinué el egipcio.

Waltari es uno de los escritores fineses más conocidos internacionalmente, sobre todo por su serie de novelas históricas entre la que destaca Sinué el egipcio (1945), que fue adaptada al cine. Cursó estudios de Teología y Filosofía y participó en grupos de pensamiento de corte izquierdista, una tendencia que invirtió tras la Segunda Guerra Mundial, en la que participó como propagandista del gobierno. Su obra, entre la que destacan El etrusco (1955), El ángel sombrío (1952) también publicada bajo el título El sitio de Constantinopla, S.P.Q.R, el senador de Roma(1964), Marco el romano (1951), Aventuras en oriente de Mikael Karvajalka (1949) o Vida del aventurero Mikael Hakim (1948), se ha traducido a más de 30 idiomas.MIKA WALTARI ( 19-09-1908 / 26-08-1979 ) Waltari es uno de los escritores fineses más conocidos internacionalmente, sobre todo por su serie de novelas históricas entre la que destaca Sinué el egipcio (1945), que fue adaptada al cine. Cursó estudios de Teología y Filosofía y participó en grupos de pensamiento de corte izquierdista, una tendencia que invirtió tras la Segunda Guerra Mundial, en la que participó como propagandista del gobierno. Su obra, entre la que destacan El etrusco (1955), El ángel sombrío (1952) también publicada bajo el título El sitio de Constantinopla, S.P.Q.R, el senador de Roma(1964), Marco el romano (1951), Aventuras en oriente de Mikael Karvajalka (1949) o Vida del aventurero Mikael Hakim (1948), se ha traducido a más de 30 idiomas.

LIBRO PRIMERO

ANTIOQUÍA

El veterano Barbus me salvó la vida cuando yo contaba siete años. Aún recuerdo perfectamente cómo logré burlar la vigilancia de mi nodriza Sofronia para poder llegar hasta la orilla del río Orontes. La impetuosa corriente eran tentadora y me incliné en el embarcadero para observar los remolinos del agua. Barbus se acercó y me preguntó amablemente:

–¿Quieres aprender a nadar, muchacho?

Le respondí que sí. Entonces lanzó una rápida mirada a su alrededor, me cogió por la nuca y por entre las piernas, y me arrojó con fuerza al río. Después, profirió un potente grito, invocó a Hércules y a Júpiter vencedor de Roma, tiró sobre el embarcadero su capa andrajosa y se zambulló en el río, detrás de mí.

Alarmada por el grito, la gente corrió a reunirse en el lugar del suceso. Todos vieron y declararon luego al unísono cómo Barbus, con riesgo de su propia vida, me salvó del río, me trajo a la ribera, me hizo rodar en el suelo y consiguió hacerme vomitar el agua que había tragado. Al llegar Sofronia llorando desconsoladamente y tirándose de los cabellos, Barbus me cogió en sus fuertes brazos y me llevó hasta casa, a pesar de la resistencia que le opuse por la repugnancia que me producía su astrosa ropa y su aliento que apestaba a vino.

Mi padre no me quería, pero al verme sano y salvo obsequió con vino a Barbus y creyó su explicación de que me había resbalado en la orilla y que por ese motivo caí al río.

No contradije su relato porque había aprendido a permanecer callado en presencia de mi padre. Al contrario, me quedé fascinado escuchándole contar detalladamente cómo en sus tiempos de legionario había nadado, tanto a través del Danubio como del Rin, y además del Éufrates, con todo el armamento a cuestas. Mi padre también bebió vino para recobrarse del susto y se entusiasmó al revelar como, siendo estudiante de la Escuela de Filosofía de Rodas, en cumplimiento de una apuesta había nadado desde la isla hasta el continente. Él y Barbus decidieron unánimemente que ya era hora de que yo aprendiese a nadar. Mi padre le dio ropas nuevas a Barbus, de modo que éste, al ponérselas, tuvo la oportunidad de enseñar numerosas cicatrices. Las peores las tenía en la espalda, dijo que se las habían hecho en Armenia cuando estuvo cautivo de los partos, que lo azotaron antes de intentar crucificarlo a la usanza romana. Afortunadamente, sus fieles camaradas de guerra lo habían salvado en el último momento llevando a cabo un ataque por sorpresa.

A partir de entonces Barbus se quedó en nuestra casa y comenzó a tratar a mi padre como si éste fuera su amo. Me acompañaba a la escuela e iba a buscarme para volver al hogar, cuando no estaba borracho en demasía. Ante todo, hizo de mí un romano, pues él había nacido y se había criado en Roma y había servido treinta años en la 15.ª legión. De esto se aseguró muy bien mi padre, pues aunque era hombre distraído e introvertido, no por ello era estúpido y nunca hubiera tenido en su casa un legionario desertor.

Gracias a Barbus aprendí a nadar y, además, a montar a caballo. Por su intervención, mi padre me compró uno para que pudiera ingresar, cuando cumplí los catorce años, en la orden ecuestre de los jóvenes de Antioquía. Por cierto que el emperador Cayo Calígula había borrado personalmente el nombre de mi padre de la lista de caballeros de Roma, pero en Antioquía esto resultó para mi padre más un honor que una vergüenza, puesto que allá se recordaba bien lo ruin que ya desde pequeño había sido Calígula. Después lo asesinaron en Roma, en el gran circo, cuando intentaba nombrar cónsul a su caballo favorito.

Años antes, aun en contra de su propia voluntad, mi padre había logrado tanta influencia en Antioquía que, con gusto, habría sido aceptado en la comisión de recepción de la ciudad, que estaba encargada de felicitar al emperador Claudio con motivo de su ascensión al poder. Entonces, al mismo tiempo, es seguro que le hubiera sido reintegrado su rango de caballero. Pero mi padre se negó rotundamente a ir a Roma. Sin embargo, más tarde quedó demostrado que tenía sobradas razones para ello. Por esto él afirmaba que sólo deseaba ser un hombre pacífico y humilde y que no echaba de menos la condición de caballero romano.

De la misma manera casual que llegó Barbus a nuestra casa, así creció la fortuna de mi padre. Acostumbraba decir con amargura que la suerte no le era propicia, pues al nacer yo, había perdido la única mujer que verdaderamente había amado. Ya en Damasco adquirió el hábito de ir al mercado el aniversario de la muerte de mi madre y comprar un esclavo de baja condición. Después de tenerlo algún tiempo en