: Mario Villén Lucena
: Nazarí
: Edhasa
: 9788435047661
: 1
: CHF 8.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 576
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
La fundación de un reino de leyenda. El nacimiento de una dinastía mítica. Alarcos, 1195. El ejército musulmán ha derrotado a las tropas lideradas por el rey castellano Alfonso VIII. La alegría es doble para Asquilula, naqîb andalusí: vuelve a casa victorioso y ese mismo día sabe del nacimiento de su primer nieto: Muhammad bin al-Ahmar. Corren tiempos convulsos en la península ibérica, dividida política y culturalmente. En el norte, los reinos cristianos luchan entre sí; en el sur, musulmán, tampoco reina la unidad. Serán años de batallas y muertes, traiciones y compromisos, treguas y pactos salpicados con algaradas e incursiones a uno y otro lado de la frontera. Son tiempos duros en los que la vida pende de un hilo. Y será en esos años cuando Muhammad bin al-Ahmar, desde su Arjona natal, se convierta en un fiero cegrí que luchará incansable en la frontera con Castilla. Aclamado como sayj, encabezó la lucha de su pueblo por sobrevivir ante los constantes ataques de los reinos cristianos, llegó a ser nombrado emir y reunió bajo su mano los restos de al-Andalus tras las Navas de Tolosa. Teniendo como enemigos a sus propios correligionarios y, al norte, al firme y decidido rey Fernando III el Santo, construyó no sólo un reino, sino una nueva dinastía, la nazarí, para gloria de al-Andalus y de la Historia. Y en su camino nunca estuvo solo... Es ésta una novela histórica de batallas, de conflictos políticos, de diplomacias y argucias, pero también de amores, amistad y esperanza. Una novela centrada en uno de los períodos más convulsos de nuestro pasado, la Reconquista, pero vista como nunca antes, desde la mirada andalusí. Una novela, en definitiva, sobre un personaje de leyenda.

Mario Villen, nacido en Pinos Puente, Granada, en 1978, es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Granada y actualmente trabaja como funcionario de la Administración General del Estado en Málaga. Ha escrito multitud de relatos cortos con los que ha obtenido más de diez premios literarios en diferentes certámenes. Junto a los escritores Blas Malo y Carolina Molina, coordinó durante varios años las Jornadas de Novela Histórica de Granada. Como escritor, amén de participar en algunas colecciones de relatos, como Pequeñas historias o Dolor tan fiero, tiene publicadas dos novelas hasta la fecha: El escudo de Granada (2012) y 40 días de fuego (2015) y ahora también Nazarí (2020)

HA NACIDO UN EMIR

Alarcos. Julio de 1195

Palmeó el cuello de su caballo, robusto y fuerte, signo de buena raza. Luego acarició las crines bien cepilladas.

–Llévame a la victoria –le susurró al oído, inclinándose hacia delante.

Asquilula miró a su alrededor. El sol ya asomaba sobre la sierra. Los cristianos habían comenzado a salir del castillo de Alarcos y se apiñaban en la ladera del cerro. El capitán rezó en silencio para pedir ayuda al Altísimo. Sus hombres lo imitaron y el murmullo de sus voces ensordeció el tintineo de los metales y los bufidos de los caballos.

Cuando terminó la oración, contempló a los doscientos jinetes que habían puesto bajo sus órdenes. Formaban un grupo irregular. Vio algún lorigón como el suyo, pero la mayoría se protegía con cota de cuero. Los rostros delataban nerviosismo y algunos hombres sufrían temblores involuntarios que agitaban sus armaduras.

«Yo también temblaba la primera vez», pensó Asquilula. «Cuando comience la cabalgada sólo sentirán los pasos de sus caballos». Tras innumerables acciones de frontera, se había ganado la fama y el respeto de sus hombres. A algunos de ellos los conocía bien, los había entrenado él mismo en Arjona. Eran guerreros disciplinados y bien adiestrados que sabrían desenvolverse con soltura en la batalla. Otros, en cambio, no eran más que muchachos imberbes que a duras penas podrían sostener en alto las jabalinas y azagayas.

Poco a poco, sobre el ruido de la tropa, empezaron a oírse las órdenes y arengas de los qaídes y jeques. Se preparaban para el combate. En la lejanía ya se distinguían las armaduras y sobrevestes cristianas. La batalla para la que musulmanes y cristianos llevaban meses preparándose estaba a punto de comenzar.

* * *

El naqîb y sus hombres habían sido llamados a Córdoba a comienzos de verano para unirse al inmenso ejército con el que el califa cruzó el estrecho. Al-Mansur llamó a la yihad en todos sus territorios. Desde que los portugueses que defendían Santarem mataran a su padre más de diez años atrás, el califa ansiaba vengarse, pero los focos de rebelión en África se lo habían impedido. A su vez, los castellanos aprovecharon las revueltas para algarear las tierras de al-Ándalus. Sofocada la rebelión africana, al-Mansur sintió que había llegado su momento. Reunió al grueso de sus tropas en Aznalfarache, cerca de Sevilla, y desde allí partió hacia Córdoba. Con la solemnidad de una corte ambulante, la inmensa hueste había atravesado el puerto del Muradal, se había acercado a Salvatierra y continuado el camino hacia el Congosto, para finalmente llegar hasta las cercanías del castillo de Alarcos. En aquella fortaleza aún por terminar, Alfonso VIII de Castilla aguardaba la llegada de refuerzos. Pero los mahometanos llegaron antes de lo esperado.

El rey castellano era consciente de lo que se jugaba en aquel encuentro. La frontera del Guadiana estaba en peligro. La mañana del día anterior, Alfonso había formado a sus tropas fuera del castillo para desafiar al califa. Sin embargo, el líder almohade, hábil estratega, decidió rehuir el combate y dejar descansar a sus hombres tras la dura marcha.

Pero al alba de aquel nuevo día los musulmanes habían sorprendido a Alfonso VIII al mostrarse perfectamente formados sobre una loma, frente a la fortaleza. Comenzaron a organizarse durante la noche y al clarear el día ya estaban dispuestos para la lucha. Sus banderas se alzaban enhiestas, desafiantes, y el rey de Castilla no tuvo dudas. Antes de que cayera una nueva noche se sabría quién era el vencedor de Alarcos.

* * *

Los dos bandos se observaban, a la espera de las órdenes de sus generales.

Asquilula se echó a un lado sobre su montura y apoyó la mano sobre el hombro de un joven jinete cuya pierna c