: Erich Maria Remarque
: Sin novedad en el frente
: Edhasa
: 9788435048897
: 1
: CHF 6.20
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 256
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
«Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor rendimiento». Con crudeza y cercanía. Así nos narra Paul Bäumer, alter ego del escritor, el destino de un grupo de soldados durante la Primera Guerra Mundial. Y su capacidad para transmitir las emociones más profundas del ser humano, a través de imágenes casi cinematográficas plasmadas con un lenguaje claro y directo, dejan una huella indeleble en el lector. Sin novedad en el frente nace de la pluma de Remarque con el deseo de ser la voz de toda una «generación perdida», y poco después de su publicación este relato inclemente y veraz de la vida cotidiana de un soldado se convirtió por méritos propios en un clásico de la literatura. Un clásico de la literatura antimilitarista que narra con excepcional dramatismo y veracidad la existencia cotidiana de un soldado durante la primera guerra mundial. Llevada al cine en 1930 por Lewis Millestone, obtuvo dos Óscars: a la mejor película y a la mejor dirección. Y ahora Netflix estrena una superproducción dirigida por Edward Berger, y nos promete una épica sobrecogedora y un tratamiento formal realmente espectacular.

Erich Maria Remarque, pseudónimo de Paul Remark, fue hijo de un encuadernador. Tras participar en la Gran Guerra, ejerció como maestro y comerciante, para luego, en el Berlín de los años veinte, trabajar como periodista y llegar a ser ya un escritor de renombre gracias a la publicación de 'Sin novedad en el frente' (en 1929, tras haber sido rechazada por cuarenta y ocho editores). Ante el ascenso del nazismo en su Alemania natal, se trasladó primero a Suiza, en 1932, y luego a Estados Unidos, en 1939, donde publicó entre otras sus obras, 'Tres camaradas' (1937), 'Arco de Triunfo' (1946) y 'Tiempo de vivir, tiempo de morir' (1954). Best-seller sin precedentes hasta el día de hoy, 'Sin novedad en el frente' es una obra de ferviente denuncia donde Remarque refleja parte de sus experiencias como combatiente en la Primera Guerra Mundial. Convertida en un extraordinario éxito internacional desde su aparición, fue llevada al cine en 1930 por Lewis Milestone y sigue teniendo miles de lectores al año.

II

Me resulta extraño pensar que en mi casa, en un cajón del escritorio, hay un montón de poesías y una trage dia empezada titulada «Saúl». Les dediqué muchas noches, al fin y al cabo casi todos hemos hecho algo parecido; pero ahora me parece tan irreal que ya no puedo imaginármelo.

Desde que estamos aquí, nuestra vida anterior ha quedado atrás sin que nosotros hayamos tomado parte en ello. A veces intentamos tener una visión general y una explicación para esa vida, pero no lo conseguimos. Precisamente para nosotros, chicos de veinte años, nada está claro; para Kropp, Müller, Leer, para mí, para todos aquellos a quienes Kantorek señala como la juventud de hierro. Los mayores están atados firmemente a su pasado, poseen un patrimonio, mujer, hijos, profesión e intereses, unas ataduras tan fuertes que la guerra no puede romperlas. Pero nosotros, los chicos de veinte años, sólo tenemos a nuestros padres y, algunos, una novia. No es mucho, porque a nuestra edad la autoridad de los padres está en su punto más débil y las chicas aún no nos dominan. Fuera de esto, no teníamos mucho más; algunas fantasías, algunas aficiones y la escuela, nuestra vida no llegaba más allá. Y no ha quedado nada de todo eso.

Kantorek diría que nos hallamos precisamente en el umbral de la existencia. Es algo así. Aún no habíamos echado raíces. La guerra nos ha barrido. Para los demás, mayores que nosotros, es una interrupción, pueden pensar más allá de la guerra. Pero de nosotros se ha apoderado, y no sabemos cómo terminará. Lo único que sabemos, de momento, es que nos ha embrutecido de un modo extraño y triste, aunque ya ni siquiera nos entristezcamos a menudo.

Aunque Müller quiera quedarse con las botas de Kemmerich, eso no significa que sea memos compasivo que otro a quien el dolor impida pensar en ello. Él es capaz de pensar con la cabeza. Si a Kemmerich las botas le fueran de utilidad, Müller correría descalzo por encima de una alambrada antes que tramar nada para quitárselas. Pero ahora las botas son algo que nada tiene que ver con el estado de Kemmerich, mientras que Müller les sacaría provecho. Kemmerich morirá, sea quien sea el que se quede con ellas. ¿Por qué Müller no debe ir tras ellas si tiene más derecho que cualquier enfermero? Cuando Kemmerich muera, será demasiado tarde. Por eso Müller ya se ha puesto en guardia.

Hemos perdido el sentido de las demás relaciones porque son artificiales. Únicamente los hechos cuentan para nosotros. Y las buenas botas no abundan.

Antes era distinto. Cuando fuimos a la Comandancia de distrito, éramos todavía una clase de veinte muchachos que, orgullosos, fueron juntos a la barbería a afeitarse —algunos por primera vez— antes de entrar en el cuartel. No teníamos planes sólidos para el futuro, y eran pocos los que pensaban ya en una carrera o un oficio que diera forma a su vida; en cambio, estábamos llenos de ideas inciertas que, a nuestros ojos, daban a la vida e incluso a la guerra un carácter idealizado y casi romántico.

Durante diez semanas recibimos instrucción militar, y en ese tiempo nos formamos de un modo más decisivo que en diez años de escuela. Aprendimos que un botón reluciente es más importante que cuatro volúmenes de Schopenhauer. Al principio, sorprendidos; luego, indignados, y finalmente indiferentes, constatamos que lo decisivo no parecía ser el espíritu sino el cepillo de las botas, no el pensamiento sino el sistema, no la libertad sino la rutina. Nos habíamos alistado con estusiasmo y buena voluntad, y, sin embargo, hicieron lo posible para que nos arrepintiéramos. Al cabo de tres semanas ya no nos resultaba inconcebible que un cartero con galones tuviera más poder sobre nosotros que el que antes poseían nuestros padres, nuestros profesores y todos los círculos culturales juntos, de Platón a Goethe. Con nuestros jóvenes ojos alerta, vimos que el concepto clásico de patria de nuestros maestros se plasmaba allí en un abandono tal de la personalidad que ni el más humilde de los sirvientes hubiera aceptado.

Saludar, cuadrarse, desfilar, presentar armas, dar media vuelta a la derecha, media vuelta a la izquierda, golpear con los tacones, aguantar insultos y montones de humillaciones; nos habíamos imaginado de otro modo nuestra misión, y nos encontramos con que nos preparaban para el heroísmo como si fuéramos caballos de circo.

Aunque pronto nos acostumbramos. Incluso comprendimos que u