Hace años, cuando vi por primera vez la versión cinematográfica de la novela de Alejandro Dumas padre,La reina Margot, realizada en 1994 y dirigida por Patrice Chéreau, ya fallecido, y protagonizada por tres grandes del cine europeo, la también difunta actriz italiana Virna Lisi (que encarna magistralmente a la Reina Madre Catalina de Medici), la francesa Isabelle Adjani (que personifica a la reina Margarita) y su compatriota Daniel Auteuil (en el papel de Enrique de Navarra), me motivé a buscar el libro y leerlo. Como prefiero leer lo que poseo, y no lo prestado —manía inofensiva que tengo—, obvié las bibliotecas públicas, lo cual me dificultó la empresa. Súmesele a esto que no existía una edición cubana de la novela, y las librerías de libros viejos, raros y curiosos que conozco no tenían ningún ejemplar en existencia.
Después de haber disfrutado de la película varias veces, tuve por fin la dicha de tener en mis manos, gracias a la generosidad de un amigo, la susodicha obra literaria en una edición argentina de los años cuarenta. De antemano sabía que iba a disfrutar inmensamente la obra, puesto que su autor es, como ya queda dicho, Alejandro Dumas padre, uno de mis escritores favoritos y que no necesita presentación. ¿Quién no se ha solazado alguna vez con la lectura deLos tres mosqueteros, El Conde de Montecristo oEl tulipán negro por solo mencionar algunas de sus obras más conocidas? Novelas todas de una fama tal que han sido adaptadas más de una vez al cine, la radio y la televisión.
Con la primera lectura deLa reina Margot —publicada en 1845— quedé subyugado, pues la prosa de Dumas es capaz de atrapar por su dinamismo, transparencia y comicidad. Pero reconozco que hice una lectura superficial, con limitaciones, como de adolescente amante de las novelas de aventuras, obnubilado por el desconocimiento histórico. Después de haber ocupado el pupitre de un aula universitaria durante dos años en la Facultad de Humanidades del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona primero y luego durante cuatro en la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, decidí releer la novela de Dumas y… ¡válgame Dios lo que cambió mi impresión sobre ella desde la primera vez que la leí! Casi me arrepentí de haber hecho estudios universitarios en Historia.
Involuntariamente me convertí en el mayor crítico de Dumas por su manera de tratar la Historia. Ya no leía solo por el placer de hacerlo, sino también con el placer del cazador de gazapos históricos en los que incurre Dumas. Menuda faena la mía en aquel entonces. Fui cegado por un orgullo vano. Cuando desperté de tamaña sinrazón, me di cuenta que casi había asesinado en mí el más puro placer por la lectura de uno de los clásicos del genial escritor francés. Entonces, por enésima vez, releí la novela, ya sin tapujos, sin predisposiciones, sin ojo crítico —o al menos sin llevarlo al extremo—, y sobre todo con un profundo deseo de divertirme. Y este último sentimiento o disposición de ánimo, es el que siempre hago prevalecer por sobre todos los demás que puedan intentar aparecer cuando me enfrento a la lectura de una novela que tenga algún trasfondo histórico.
Si Dumas se solaza con la Historia, o en la Historia, cuando escribía sus novelas, es una cuestión que no entorpece su lectura para los amantes de las mismas. Pero ¿se pueden considerar algunas de las obras de Dumas novelas históricas? Para responder a esta interrogante es pre