Capítulo 2
Un enemigo insolente
El sol de la mañana destellaba oro en los petos de los dos escoltas tocados con turbantes blancos que precedían a Humayun a través del patio de arenisca roja del fuerte de Agra, más allá de las fuentes borboteantes, hacia el interior de la cortedurbar, de techos elevados. Humayun se abrió camino por la sala de columnatas abierta por tres lados a la refrescante brisa. Caminando por en medio de los dignatarios allí reunidos, que se postraban ceremonialmente a medida que se acercaba, ascendió al estrado de mármol situado en el centro del recinto. Una vez allí, recogió sus ropajes de seda color verde y se sentó en el trono dorado de alto respaldo. Los dos escoltas, con la mano en la espada, se colocaron por detrás del trono, uno a cada lado.
Humayun hizo una seña a los consejeros para que se levantaran.
–Sabéis por qué os he congregado aquí hoy, para discutir las presuntuosas actitudes del sultán Bahadur Shah. Insatisfecho con las ricas tierras al suroeste de las nuestras, ha dado refugio a los hijos de Ibrahim Lodi, sultán de Delhi, a quien mi padre y yo, con vuestra gloriosa ayuda, depusimos. Luego, pregonando sus lazos de familia con ellos, comenzó a congregar aliados. Sus embajadores han insinuado a los rajaputra y a los clanes afganos que nuestro imperio es más una ilusión que una realidad. Lo ha ridiculizado por tener sólo unas doscientas millas de ancho, aunque se extiende unas mil millas a lo largo desde el Jáiber. Nos rechaza con el argumento de que no somos más que unos invasores bárbaros cuyo gobierno será desintegrado por el viento con tanta facilidad como la neblina de la mañana.
»Todo esto lo sabíamos y lo soportamos como indigno de nuestro desprecio, pero esta mañana un mensajero, exhausto por la jornada a caballo toda la noche, ha traído la noticia de que uno de los ejércitos de Bahadur Shah, comandado por el aspirante Lodi al título de kan de los tártaros, ha cruzado nuestras fronteras. A apenas unas ocho millas de Agra, han capturado una caravana que portaba el tributo de uno de nuestros vasallos rajaputra. Y de algo estoy seguro: no toleraremos semejante irreverencia. Debemos castigar severamente al sultán, y así lo haremos. Os he convocado aquí no para discutir si hemos de aplastarlo, sino para decidir la mejor manera de hacerlo.
Humayun hizo una pausa y recorrió con la mirada a sus consejeros. Suleiman Mirza, primo de Humayun y general de la caballería, fue el primero en hablar:
–No será fácil vencer a Bahadur Shah. Para conseguirlo, tenemos que aprovechar nuestra fuerza numérica. A diferencia de cuando vuestro padre conquistó Delhi, tenemos más hombres, más caballos y más elefantes que el enemigo. Los animales están bien entrenados, y los soldados son leales. La perspectiva de las arcas rebosantes de Bahadur Shah reforzará el apetito por la batalla. Pero hay otra diferencia con los tiempos en que los mogoles llegamos al Indostán. Ahora, ambos bandos dispondremos de cañones y mosquetes, no sólo nosotros. El sultán ha usado las tasas que impone a los peregrinos que se hacen a altamar durante elhaj a La Meca y a los comerciantes de tierras lejanas que se agolpan en sus puertos de Cambay y Surat para comprar armas y para persuadir a experimentados armeros otomanos de trabajar en sus fundiciones. Ya no podemos apoyarnos en la sola presencia de nuestros artilleros para que la batalla se vuelva a nuestro favor. Debemos cambiar nuestras tácticas una vez más.
–Muy bien, fácil de decir, pero ¿qué significa esto en la práctica? –preguntó Baba Yasaval tirando de su coleta.
–Combinar las tácticas que el padre de Su Majestad, Babur, usó en su juventud con las de sus últimas batallas –respondió Suleiman Mirza–. Enviemos grupos de asalto de caballería y arqueros montados a Guyarat para golpear a Bahadur Shah allí donde esté, y después desaparezcamos, antes de que él pueda concentrar sus fuerzas contra nosotros. Dejémosles conjeturando de dónde vendrá nuestro ataque principal, y, al mismo tiempo, hagamos avanzar sin tregua a nuestra columna blindada, con la artillería y los elefantes, dentro de su territorio.