: Philip Matyszak
: Esparta La derrota del guerrero
: Edhasa
: 9788435048484
: 1
: CHF 10.70
:
: Altertum
: Spanish
: 240
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En el año 479 a. C, Esparta era admirada por todo el mundo conocido. Y poco después, en el 402, se convirtió en la potencia hegemónica de Grecia. Sin embargo, una generación después, la ciudad-estado carecía de importancia... ¿Por qué? ¿Qué salió mal? ¿Fue inevitable la caída de Esparta? Si bien sus temibles hoplitas fueron siempre considerados invencibles en el campo de batalla, Esparta aunó muchos errores políticos y diversos y graves problemas sociales, en la creencia de que sus costumbres y leyes eran inmutables, superiores a los de cualquier otro pueblo. Es la historia espartana, en todo caso, una historia de desafío: la de una pequeña ciudad-estado que dominó el mundo y que jamás aceptó su caída y sumisión; la crónica de un fracaso político -nunca guerrero-, pero también una lección de cómo caer luchando; no en balde, incluso con las legiones romanas dispuestas a asediar su ciudad, los espartanos nunca se rindieron. Philip Matyszak examina paso a paso lo sucedido, lo desgrana y lo examina históricamente, con todo detalle. Y con ello, en este ensayo, Esparta. La derrota del guerrero, tan documentado como ameno, nos narra una historia por todos conocida pero rara vez contada: la de Esparta, nación rica en héroes y villanos, en artimañas políticas y en guerras épicas y batallas inolvidables.

Philip Matyszak es doctorado en Historia Antigua por el St. John's College de la Universidad de Oxford, y lleva veinte años enseñando (en las universidades de Milán, Italia y Cambridge), estudiando y escribiendo sobre la historia de la Grecia Antigua, así como sobre la República y el Alto Imperio romano. Actualmente divide su tiempo entre sus grandes pasiones: escribir en su casa de las montañas Monashee de Canadá e impartir cursos on-line para la Universidad de Cambridge.

Capítulo 1

El estado de la nación.

Esparta en el 478 a. C.

Si bien las batallas de Platea y Mícala en el año 479 a. C. no habían significado el fin de las guerras médicas, al menos las habían llevado a punto muerto. Con el cese de las hostilidades, Esparta se encontró en una encrucijada. Cuando Persia amenazó a la península, todos los griegos habían recurrido a Esparta en busca de liderazgo, y Esparta había cumplido. Y en verdad se convirtió en líder de todos ellos, pues, pese a que los comandantes espartanos se desempeñaron mal en dirección militar y habilidades tácticas, la capacidad de lucha de los hoplitas espartanos salvó la reputación de la ciudad en cada ocasión. En consecuencia, Esparta salió de las guerras médicas admirada y respetada por el resto de Grecia.

El asunto era ¿qué pensaba hacer Esparta a partir de ese momento? Si los espartanos lo deseaban, la hegemonía permanente en la Liga Helénica estaba a su disposición. A su vez, esto habría significado extender los horizontes espartanos más allá del Peloponeso, hasta la costa de Anatolia, e incrementar su poder de la Liga del Peloponeso a las ciudades-estado del mar Egeo. Era un papel complejo y exigente, pero, sin duda, muchos espartanos hubiesen estado encantados de asumirlo.

Desde luego, entre ellos estaba Pausanias, el general que había comandado –con cierto grado de incompetencia– en la batalla de Platea y que ahora disfrutaba de su papel de representante de los intereses de Esparta en el exterior. Sin embargo, como muchos otros espartanos que se aventuraron fuera de los límites de su sociedad, Pausanias se demostró incapaz. Las ciudades griegas con las que tenía tratos lo juzgaban arrogante y arbitrario, y un creciente flujo de quejas sobre su conducta comenzó a llegar a los éforos de Esparta.

Tal vez haya sido esta «ingratitud» de los estados griegos liberados lo que provocó que los espartanos se retiraran activamente de la Liga Helénica. Otros historiadores, y también algunos de los contemporáneos griegos, lo vieron como un ejemplo del conservadurismo espartano, de la incapacidad y falta de audacia para consolidar la posición de la ciudad como el principal estado de Grecia. Con los espartanos aparentemente desinteresados, el control de la Liga cayó en manos de los emprendedores, ambiciosos y amorales atenienses, un pueblo cuyo apetito por los retos nunca ha sido puesto en duda.

Sí es cierto que Esparta siempre fue insular y provinciana. La ubicación de la ciudad en el sur del Peloponeso presuponía que no podía ser de otra manera. Agradable como era su situación en las orillas del río Eurotas, Esparta nunca iba a convertirse en una metrópolis internacional, porque tampoco era la más accesible de las ciudades. La aproximación por el mar era peligrosa, incluso en los meses en que la temporada era buena para la navegación. La única ruta posible era por el sur, donde los cabos gemelos de Malea y Ténaro tenían una reputación temible por los naufragios habidos allí. Estos dos promontorios cerraban virtualmente cualquier acercamiento a Lacedemonia desde el este y el oeste. A cada lado del valle del Eurotas, había cordilleras con pasos que iban de abruptos a totalmente inaccesibles. Debido a las dificultades geográficas para el acceso a la ciudad, durante gran parte del año la única vía de aproximación era por el norte, a través de una serie de pasos de montaña retorcidos. En consecuencia, Esparta era una ciudad diseñada por naturaleza para ser un remanso, apartada de la agitada lucha política griega. Mientras el mundo entero podía enviar, y por tanto enviaba, visitantes y mercancías a través de los puertos de Atenas y Corinto, raro resultaba ver extranjeros en Esparta (y no especialmente bienvenidos), y los bienes comerciales, escasos.

Aun así, y a pesar de las desventajas naturales de la ubicación de la ciudad, durante los siglos previos Esparta se ha