CAPÍTULO I
Irlanda, 1769
Tras dirigir una última mirada a la habitación poco iluminada, la partera se retiró y cerró la puerta al salir. Se volvió hacia la figura del otro extremo del pasillo. «¡Pobre hombre!», pensó, en tanto que, de forma inconsciente, secaba sus fuertes manos en los pliegues del delantal. No había una manera fácil de comunicarle la mala noticia. El pequeño no sobreviviría a aquella noche. A ella, que había traído al mundo a más bebés de los que podía recordar, le resultaba evidente. La criatura había nacido al menos un mes antes de tiempo, y apenas tenía una chispa de vida cuando por fin la señora lo había sacado de su vientre con un penetrante grito de dolor, poco después de medianoche. El resultado había sido una cosita pálida que no dejaba de temblar, ni siquiera después de que la comadrona la hubiera limpiado, le hubiera cortado el cordón umbilical y se la hubiera entregado a su madre envuelta en los limpios pliegues de una manta de bebé. La señora había estrechado al niño contra su pecho, inmensamente aliviada de que el largo parto hubiera terminado.
Así fue como la había dejado en la habitación. Quizá tuviera unas cuantas horas de consuelo antes de que la naturaleza siguiera su curso y convirtiera el milagro del nacimiento en una tragedia.
Con un susurro de la falda al rozar con los tablones del suelo, se dirigió afanosamente hacia el hombre que esperaba, inclinó rápidamente la cabeza y le informó de la situación.
-Lo siento, milord.
-¿Que lo siente? -Dirigió la vista más allá de la partera, hacia la distante puerta-. ¿Qué ha ocurrido? ¿Anne está bien?
-Ella está bien, señor, está bien.
-¿Y el bebé? ¿Ha llegado ya?
La comadrona asintió con la cabeza.
-Es un niño, milord.
Garrett Wesley sonrió con alivio y orgullo por un instante, antes de recordar las primeras palabras de la partera.
-¿Entonces qué ocurre?
-La señora está bien, pero el niño está delicado. Usted disculpe, señor, pero no creo que sobreviva a esta noche. Incluso si lo hace, será cuestión de días antes de que se reúna con su Creador. Lo siento mucho, milord.
Garrett meneó la cabeza.
-¿Cómo puede estar segura?
La partera tomó aire para contener su enojo ante semejante afrenta a su criterio profesional.
-Conozco los indicios, señor. No respira como es debido y tiene la piel fría y húmeda al tacto. El chiquitín no tiene fuerzas suficientes para vivir.
-Algo habrá que podamos hacer por él. Hagamos venir a un médico.
La partera meneó la cabeza en señal de negación.
-No hay ninguno en el pueblo, ni tampoco en los alrededores.
Garrett se la quedó mirando mientras discurría febrilmente. En Dublín podría encontrar la atención médica que necesitaba para su hijo. Si se ponían en marcha enseguida, podrían llegar a su casa de Merrion Street antes de anochecer y solicitar los servicios de un médico inmediatamente. Garrett asintió para sí. La decisión estaba tomada. Agarró a la partera del brazo.
-Vaya abajo, a los establos. Dígale a mi cochero que enjaece los caballos y que se prepare para ponerse en camino lo antes posible.
-¿Van a marcharse? -Lo miró con unos ojos desmesuradamente abiertos-. No puede ser, señor. La señora todavía está muy débil y necesita descansar.
-Puede descansar en el coche, de camino a Dublín.
-¿Dublín? Pero, milord, eso está... -La comadrona frunció el ceño mientras intentaba imaginarse una distancia mayor de la que ella había recorrido en toda su vida-. Es un viaje demasiado largo para su esposa, señor. No está en condiciones. Tiene que descansar, tiene que hacerlo.
-Ella estará bien. Es el niño el que me preocupa. Necesita un médico; usted ya no puede hacer nada más por él. Ahora vaya a decirle a mi cochero que prepare el carruaje.
La mujer n