: Simon Scarrow
: Los lobos del águila
: Edhasa
: 9788435046961
: Saga de Quinto Licinio Cato
: 1
: CHF 8.90
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: Erzählende Literatur
: Spanish
: 576
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Aún en Britania, Cato ve la alegría de su ascenso a centurión empañada por una misión casi imposible: convertir a una tribu de bárbaros, los Lobos, en una unidad de servicio del ejército romano que deberá cubrirle las espaldas en su avance por el interior del país. Los infructuosos intentos por dotarlos de disciplina, pese a la ayuda de Macro, darán pie a divertidas escenas, pero hay poco tiempo para las bromas cuando una trubamulta de salvajes se dispone a atacarles.

Simon Scarrow fue profesor de historia hasta obtener un resonante éxito en el ámbito de la narrativa histórica con la serie protagonizada por los militares Quinto Licinio Cato y Lucio Cornelio Macro, de la que Edhasa ha publicado ya las catorce entregas (El águila en el Imperio, Roma Vincit!, Centurión, Hermanos de sangre, Britania, y Los días del César, entre otras).Además de la serie juvenil Gladiador, es autor de tres novelas independientes: La espada y la cimitarra, Sangre en la arena y Corazones de piedra. Con Sangre joven inició el que quizá sea su más ambicioso proyecto novelesco: las vidas paralelas de Napoleón y Wellington, que ha culminado en cuatro entregas (Sangre joven, Los Generales, A fuego y espada y Campos de muerte), todas publicadas por Edhasa. En 2017, junto con Lee Francis, se ha embarcado en un nuevo proyecto: Jugando con la muerte, thriller protagonizado por Rose Blake, agente especial del FBI.

CAPÍTULO I

-¡Alto! -gritó el legado, al tiempo que levantaba el brazo con brusquedad.

La escolta montada se detuvo tras él y Vespasiano aguzó el oído para escuchar el sonido que había percibido hacía un momento. El fuerte golpeteo de los cascos sobre el camino lleno de baches de los nativos ya no ahogaba el débil estruendo de los cuernos de guerra britanos proveniente de la dirección en la que se encontraba Calleva, a unos kilómetros de distancia. La ciudad, que estaba en plena expansión, era la capital de los atrebates, una de las pocas tribus aliadas de Roma, y por un momento el legado se preguntó si el comandante enemigo, Carataco, no habría llevado a cabo un audaz ataque en lo profundo de la retaguardia de las fuerzas romanas. Si Calleva estaba siendo atacada...

-¡Vamos!

Vespasiano hundió el talón de la bota en la ijada de su caballo, se agachó y continuó espoleando a su montura para que subiera la cuesta. La escolta, una docena de sus exploradores de la segunda legión, lo siguió con un retumbo. Su deber sagrado era proteger a su comandante.

El camino se inclinaba en diagonal y subía por la ladera de una larga y empinada cresta, tras la cual descendía hacia Calleva. La segunda legión utilizaba dicha ciudad como su depósito de suministros avanzado. Separada del ejército y comandada por el general Aulo Plautio, la Segunda había recibido órdenes de vencer a los durotriges, la última de las tribus del sur que todavía luchaban por Carataco. Sólo con la derrota de los durotriges las líneas de abastecimiento romanas serían lo bastante seguras para que las legiones siguieran avanzando hacia el norte y el oeste. Sin los suministros adecuados, el general Plautio no obtendría ninguna victoria, y la prematura celebración de la conquista de Britania por parte del emperador quedaría como una vana pantomima a ojos del pueblo de Roma. El destino del general Plautio y de sus legiones -y lo que es más, el destino del mismísimo emperador- dependía de las finas arterias que alimentaban a las legiones y que ya no daban más de sí, arterias que podían quedar cortadas en cualquier momento.

Las habituales columnas de pesados carros avanzaban lentamente desde el extenso campamento base situado en el estuario del Támesis -el río que serpenteaba a través del corazón de Britania-, donde se descargaban los suministros y el equipo provenientes de la Galia. Durante los diez últimos días, la legión no había recibido provisiones de Calleva. Y Vespasiano había dejado a su ejército asediando uno de los mayores poblados fortificados de los durotriges mientras él regresaba a toda prisa a Calleva para investigar el asunto. A la segunda legión ya le habían reducido las raciones, y algunos pequeños grupos de enemigos se hallaban a la espera en los bosques circundantes, listos para atacar a cualquier grupo de forrajeadores que se atreviera a deambular demasiado alejado del cuerpo principal de la legión. A menos que Vespasiano consiguiera comida para sus hombres, la segunda legión no tardaría en tener que recurrir al depósito de Calleva.

Vespasiano podía imaginarse perfectamente la ira con la que el general Plautio recibiría la noticia de semejante contratiempo. El Emperador Claudio había nombrado a Aulo Plautio comandante del ejército romano, y su misión era agregar Britania y sus tribus al Imperio. A pesar de las victorias de Plautio sobre las tribus bárbaras durante el verano anterior, Carataco había reclutado