: Andrew Taylor
: Anatomía de los fantasmas
: Edhasa
: 9788435046541
: Polar
: 1
: CHF 8.90
:
: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 512
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
¿TE PERSIGUEN LOS FANTASMAS? Hay cosas que siempre escapan a la razón del más escéptico... 1786, Cambridge. Tras afirmar que había visto merodeando por el College de Jerusalén al fantasma de Sylvia Whichcote, Frank Oldershaw fue acusado de visiones desequilibradas y reacción violenta, y lo encerraron. Desesperada por salvar la reputación de su hijo, Lady Anne Oldershaw contrata a John Holdsworth, autor de Anatomía de los fantasmas -un hiriente informe sobre la ilusión que crean los fantasmas- para que lo investigue. Pero su llegada a Cambridge irrumpe en el difícil statu quo de ese mundo de privilegio y abuso, un mundo donde el siniestro Club del Espíritu Santo gobierna la vida en Jerusalén con más eficacia de la que el señor, Dr. Carbury, jamás podría. Cuando Holdsworth se encuentra él mismo atormentado, no sólo por el fantasma de su esposa fallecida, María, sino también por Elinor, la más que viva esposa del señor, su destino está claro. Deberá encontrar al asesino de Sylvia, o su tormento continuará. Y nadie conseguirá mantener inalterado los límites de ese Jerusalén claustrofóbico...

Andrew Taylor se ha convertido en uno de los autores más asentados en el ámbito de la novela de misterio.Autor de novelas juveniles, policíacas y thrillers psicológicos, su obra, publicada en una docena de países, ha sido galardonada con numerosos premios, entre los que destaca el Cartier Diamond Dagger (es el único autor que lo ha ganado en dos ocasiones) o el premio martin Beck otrogado la Crime Writer's Academy sueca. Además, The Times selecciona Un crimen imperdonable como una de las diez mejores novelas policíacas de la década y ha recibido el aplauso unánime de la crítica tanto en Europa como en Estados Unidos. En España se dio a conocer con Un crimen imperdonable, con la trilogía Roth y más recientemente con Anatomía de los fantasmas, todas ellas publicadas en la colección Polar de Edhasa.

CAPÍTULO 1

Avanzado el crepúsculo del jueves 16 de febrero de 1786, la última cena se acercaba a su fin. El nuevo apóstol ya había prestado juramento, firmado el libro de ingreso en el club y bebido de un trago el contenido del cáliz –regalo del difunto Morton Frostwick– al son de vítores, gritos y silbidos. Había llegado el momento de los brindis que precedían al punto álgido de la ceremonia.

–Apuren sus copas, caballeros –ordenó Jesús, sentado a la cabecera de la mesa–. ¡Todos en pie! ¡Un brindis por Su Majestad el Rey!

Los apóstoles se pusieron en pie, algunos no sin cierta dificultad. Cuatro sillas cayeron tumbadas al suelo y alguien volcó una botella.

Jesús alzó su copa:

–¡Por el Rey! ¡Que Dios lo bendiga!

–¡Por el Rey! ¡Que Dios lo bendiga! –respondió un coro bramante.

Los apóstoles, muy orgullosos de su patriotismo y adhesión al trono, vaciaron sus copas de un trago.

–¡Que Dios lo bendiga! –repitió desde el otro extremo de la mesa San Mateo, que remató su apasionada exhortación con un hipo.

Jesús y los apóstoles volvieron a tomar asiento y se reanudó el murmullo de la conversación. La luz de las velas iluminaba la alargada sala de techos altos. Sobre la mesa flotaba un cimbreante manto de humo. En la chimenea de mármol ardía un gran fuego. Las cortinas estaban echadas. Los espejos situados entre los ventanales reflejaban el fulgor de las llamas, los destellos de la cubertería y la cristalería, y el brillo de los botones de la librea de los caballeros. Todos los apóstoles vestían la misma chaqueta de un verde intenso forrada de seda y adornada por delante y en los puños con unos prominentes botones dorados.

–¿Cuánto más tengo que esperar? –preguntó el joven sentado a la derecha de Jesús.

–Ten paciencia, Frank. Todo a su debido tiempo –respondió Jesús antes de elevar la voz–: Rellenen sus copas, caballeros.

Jesús sirvió a su vecino y llenó su copa mientras observaba a los demás obedecer como corderos.

–Ahora brindaremos de nuevo –susurró al oído de Frank–, y después daremos paso a la ceremonia y el sacrificio.

–¿Sabe la señora Whichcote que voy a ser santificado esta noche? –inquirió Frank girándose hacia Jesús, el codo apoyado en la mesa.

–¿Por qué lo preguntas?

Frank se sonrojó hasta las orejas.

–Yo... yo sólo me lo preguntaba. Como voy a pasar la noche aquí, pensé que quizá lo sabría.

–No lo sabe –respondió Jesús–. No sabe nada. Y no debes decirle nada. Esto es cosa de hombres.

–Sí, sí, claro. No debería habértelo preguntado –se disculpó al tiempo que le resbaló el codo de la mesa. Si Jesús no lo hubiera sujetado, habría acabado en el suelo–. Eres un tipo afortunado, ¿sabes? ¡Es tan hermosa!... ¡Maldición! No me lo tengas en cuenta, Philip, no debería haber dicho nada...

–No te estaba escuchando. –Jesús se puso en pie e ignoró las disculpas implorantes de Frank–. Señores, ha llegado el momento de otro brindis. Todos en pie. ¡Yo maldigo a la Gran Puta de Babilonia, su pestilencia romana Pío VI! ¡Que se pudra en el infierno hasta el fin de los tiempos con toda su caterva papista!

Los apóstoles vaciaron sus copas y estallaron en aplausos. Este tradicional brindis se remontaba a los orígenes del Club del Espíritu Santo. Jesús no sentía ninguna