: Shusaku Endo
: Silencio La aventura de los jesuitas en el Japón del siglo XVII
: Edhasa
: 9788435047135
: 1
: CHF 7.10
:
: Historische Romane und Erzählungen
: Spanish
: 256
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
A través de la fracasada misión de los sacerdotes occidentales que en el siglo XVII intentaron evangelizar el Japón, Endo propone una sutil reflexión sobre los valores fundamentales de la fe cristiana.Cuando la obra se publicó en Japón fue motivo de apasionadas controversias, obtuvo el prestigioso premio Tanizaki, fue considerada la mejor novela del año y en poco tiempo había vendido millones de ejemplares. Hoy es considerada como la novela más importante de Endo y una pieza fundamental para explicar ciertos caminos emprendidos por la narrativa japonesa de nuestros días. Esta nueva edición incorpora un prólogo escrito especialmente para la ocasión por el traductor de japonés, Jaime Fernández, que contribuye a situarla en el contexto en que surgió y las polémicas en que se vieron envueltos tanto la obra como el autor debido al tema que toca.

Shûsaku Endô es uno de los grandes contemporáneos de la literatura japonesa.Después de graduarse en literatura francesa en la Universidad de Kio, estudió durante tres años en Lyon, becado por el gobierno japonés. Perteneciente a la llamada 'tercera generación', su obra se singulariza por recrear las experiencias y reflejar la vida de la minoría católica en Japón, con particular sensibilidad para explorar los grandes dilemas morales a que se enfrentan sus personajes. Sus novelas han sido traducidas al inglés, francés, ruso y sueco, entre otras lenguas, y le han hecho merecedor de algunos de los premios más importantes de su país (el Akutagawa, el Mainichi, el Sincho, el Tanizaki). Su vida y obra son las protagonistas del Museo Literario Shûsaku Endô (en Sotome, Nagasaki). Entre sus obras publicadas en Edhasa, podemos encontrar: Silencio, en la que Scorsese basó su película titulada con el mismo nombre, El Samurai y Escándalo.

Prólogo

La noticia llegó a Roma. Un jesuita portugués, el padre Cristóbal Ferreira, enviado al Japón por la Compañía de Jesús, había apostatado tras padecer el tormento de la «fosa» en Nagasaki. Llevaba de misionero en el Japón treinta y tres años, ocupaba el puesto de provincial y había dirigido y alentado a sacerdotes y fieles.

Dotado de un talento teológico poco común, había evangelizado aun en tiempos de persecución, infiltrándose en la región de Kamigata. Todas sus cartas revelaban a un hombre de temple. Era increíble que, aun en el peor de los casos, hubiera podido traicionar a la Iglesia. En los medios eclesiásticos y en la misma Compañía de Jesús fueron muchos los que pensaron que el informe era falso. ¿Una invención de los japoneses y de los herejes de Holanda? Probablemente.

Por supuesto que en Roma estaban al tanto, por las cartas de los misioneros, de las difíciles circunstancias que atravesaba la misión en Japón. Todo comenzó en el año 1587; Hideyoshi, gobernador del país, viró el rumbo de la política precedente, e inició la persecución del cristianismo. En la colina Nishizaka de Nagasaki veintiséis sacerdotes y fieles fueron crucificados y quemados vivos; luego, en todas las regiones del país innumerables cristianos fueron sacados de sus casas para ser atormentados y asesinados salvajemente. El shogun Tokugawa, siguiendo la misma política, decretó en 1614 la expulsión de todos los misioneros.

Las crónicas de los misioneros cuentan que, en los días 6 y 7 de octubre de ese mismo año, setenta sacerdotes japoneses y extranjeros, previamente concentrados en Kibachi, puerto de Kyüshü, fueron embarcados en cinco juncos con rumbo a Macao y Manila. Emprendían el camino del destierro. Era un día de lluvia. El mar tenía color ceniciento. Azotados por la lluvia, salieron los barcos de la ensenada, rebasaron el promontorio y fueron desapareciendo en el horizonte. Pero, pese al severo edicto de expulsión, quedaban ocultos en el Japón treinta y siete misioneros incapaces de abandonar a su rebaño. Ferreira, uno de ellos, continuó informando a sus superiores sobre los cristianos y misioneros que iban siendo apresados y torturados. Conservamos en la actualidad una carta suya, enviada al padre visitador, Andrés Palmeiro, fechada en Nagasaki el 22 de marzo de 1632:

En mi última carta le informé sobre la situación de la cristiandad en este país. Ahora le comunico lo sucedido desde entonces. Todo podría resumirse en nuevas persecuciones, nuevas represiones, nuevos padecimientos. Comenzaré a partir del año 1629, en que cinco religiosos fueron encarcelados por la fe que profesaban. Sus nombres: Bartolomé Gutiérrez, Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, de la orden de San Agustín; Antonio Ishida, de nuestra compañía; y un franciscano, Gabriel de Santa Magdalena. El magistrado de Nagasaki, Takenaka Uneme, trató de hacerles apostatar. Quería desalentar a los fieles y ridiculizar nuestra fe y a sus servidores. Pero pronto comprendió que con meras palabras no doblegaría la resolución de los padres. De modo que ideó un método distinto: la tortura del agua hirviente en el «infierno» de Unzen.

Ordenó que los cinco sacerdotes fuesen trasladados a Unzen, que se les sumergiese en el agua hirviente, pero que no se les diese muerte bajo ningún concepto. Además, serían torturadas Beatriz da Costa, esposa de Antonio da Silva, y su hija María, por negarse a apostatar tras múltiples requerimientos.

El día 3 de diciembre partió el grupo rumbo a Unzen. Las dos mujeres en palanquín y los cinco religiosos a caballo. Al llegar al puerto de Hinomi, a sólo una legua de distancia, los ataron de pies y manos, les pusieron cepos en los pies y los hicieron subir a una embarcación. Uno tras otro fueron amarrados fuertemente a la borda.

Al atardecer llegaron al puerto de Obama, a los pies del monte Unzen. A la mañana siguiente emprendieron la subida. En el monte los siete fueron recluidos en chozas aisladas. Atado