PRÓLOGO
El enorme estandarte parecía cubrir el cielo, ondeando en la fresca brisa que descendía de las majestuosas cumbres nevadas. La enseña se enroscaba y flameaba en lo alto de la fortaleza, haciendo más vívida la imagen de una serpiente que engullía el torso desnudo de un niño. El sinuoso cuerpo devoraba a su presa en un símbolo de poder y autoridad, advirtiendo que la muerte aguardaba a todo aquel que osara oponerse a la voluntad de la familia Visconti, señores de Verona.
Tras los muros de aquella fortaleza, se hallaba un asesino cruel e implacable que en su día había servido al rey Juan de Francia, pero que ahora disponía de su propio ejército de mercenarios, hombres que en su afán de muerte y pillaje se dedicaban a continuar la guerra bajo la bandera de los Visconti. Más de quinientos de aquellos despiadados soldados aguardaban en los flancos del castillo la orden de ataque para aniquilar a los doscientos hombres que permanecían a la espera, a unos trescientos pasos de la solitaria figura de un inglés llamado Thomas Blackstone.
Su escudo, tan maltrecho como su cuerpo, mostraba las cicatrices de la guerra, pero el deseo de venganza sobrepasaba su cansancio después de haber perseguido al asesino por toda Francia hasta las estribaciones de Italia. El francés había matado a su gente y tenía cautiva a su familia. Y sus doscientos hombres estaban dispuestos a morir, pero, si Blackstone conservaba la menor esperanza de volver a ver vivos a los suyos, deberían resistir. Antes, él tendría que afrontar el desafío de un combate singular, por eso aguardaba a unos pasos de sus hombres a que se abrieran las puertas de hierro y salieran los caballeros a los que debería derrotar antes de medirse con el asesino..., si las heridas o la muerte no lo reclamaban primero.
Su caballo de guerra mordió el bocado y piafó nervioso, pero el jinete lo tranquilizó un poco para que relajara la postura de ataque. La suave brisa traía un aroma de enebro. Hubiera sido un día casi perfecto, de no ser por la inevitabilidad de la muerte. Thomas Blackstone se volvió en la silla y miró a sus hombres; algunos de ellos lo habían acompañado durante los últimos diez años.
¿Sólo había pasado una década desde que zarpó hacia Francia, siendo apenas un muchacho de dieciséis años? La aldea inglesa donde nació, con sus pequeñas chozas de tejados de paja y brezo y sus verdes prados, no era más que un recuerdo velado. Había visto suficiente muerte para diez vidas.
Mil voces rugieron cuando cuatro jinetes salieron a la carga desde el castillo. Blackstone espoleó a su cabalgadura.
Todos aquellos años de matanzas lo habían llevado a ese momento y a aquel lugar.
* * *
El Destino, con sus compañeros de viaje, la Mala Suerte y la Calamidad llegaron a la puerta de Thomas Blackstone en una fría y brumosa mañana del día de San Guillermo de 1346.
Simon Chandler, mayoral del señorío de lord Marldon, que se h