: Simon Scarrow
: Cuervos sangrientos
: Edhasa
: 9788435046152
: Saga de Quinto Licinio Cato
: 1
: CHF 8.90
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: Erzählende Literatur
: Spanish
: 576
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Macro y Cato, héroes de Roma, se enfrentan a un despiadado enemigo en la Bretaña.Durante casi una década, el Imperio romano ha luchado para reivindicar su posesión de Britania. Pero la implacable oposición de las tribus indígenas, dirigidas por el fanático rey Carataco, finalmente ha conseguido someter a las legiones romanas. Roma decide enviar a dos de los más valerosos y leales soldados del ejército en auxilio de la campaña: al prefecto Cato y al centurión Macro. Desde un remoto puesto fronterizo de las montañas, se enfrentarán a los infatigables ataques de las fuerzas bárbaras, pero también a un reto aún más mortífero y complicado si cabe: doblegar el control que mantiene en el fuerte romano el centurión Quercus, un hombre que inspira lealtad en sus hombres por encima de sus vínculos con Roma y, gracias a ello, libra una violenta guerra personal. Quercus no se detendrá ante nada para quitarse de en medio a los dos intrusos. Así, con peligrosos enemigos en ambos lados, Cato y Macro luchan por sus vidas y por traer la paz a la más peligrosa frontera del Imperio. Autor de referencia en la narrativa histórica actual, en esta nueva entrega de la serie Simon Scarrow nos traslada a Bretaña, una de las zonas más conflictivas del Imperio, y nos regala una novela llena de acción, aventura e historia.

Simon Scarrow fue profesor de historia hasta obtener un resonante éxito en el ámbito de la narrativa histórica con la serie protagonizada por los militares Quinto Licinio Cato y Lucio Cornelio Macro, de la que Edhasa ha publicado ya las catorce entregas (El águila en el Imperio, Roma Vincit!, Centurión, Hermanos de sangre, Britania, y Los días del César, entre otras).Además de la serie juvenil Gladiador, es autor de tres novelas independientes: La espada y la cimitarra, Sangre en la arena y Corazones de piedra. Con Sangre joven inició el que quizá sea su más ambicioso proyecto novelesco: las vidas paralelas de Napoleón y Wellington, que ha culminado en cuatro entregas (Sangre joven, Los Generales, A fuego y espada y Campos de muerte), todas publicadas por Edhasa. En 2017, junto con Lee Francis, se ha embarcado en un nuevo proyecto: Jugando con la muerte, thriller protagonizado por Rose Blake, agente especial del FBI.

CAPÍTULO I

Febrero, año 51 d.C.

La columna de jinetes ascendió con gran esfuerzo por el sendero hasta la cima de la colina y, una vez allí, su líder refrenó el caballo y levantó una mano para que sus hombres se detuvieran. La reciente lluvia había convertido la superficie del camino en una extensión de barro pegajoso llena de hoyos y rodadas, y las monturas de la caballería resoplaban y relinchaban mientras vencían la succión del lodazal en sus patas. El aire era frío, y sólo se oía el chapaleo de los cascos de los caballos, que aminoraron la marcha hasta detenerse, lanzando resoplidos de aliento que se convertían en vapor. Su líder llevaba una gruesa capa roja encima de un peto reluciente, sobre el cual se cruzaban las bandas que señalaban su rango. Era el legado Quintato, comandante de la Decimocuarta Legión, al que habían confiado la labor de preservar la frontera occidental de la provincia de Britania, recién adquirida por el imperio.

Y no era tarea fácil, pensaba él con amargura. Habían pasado casi ocho años desde que el ejército desembarcó en aquella isla situada en los confines del mundo conocido. En aquel entonces, Quintato era un tribuno de poco más de veinte años, con un gran sentido de la disciplina y lleno de deseos de conseguir la gloria para sí mismo, para Roma y para el nuevo emperador, Claudio. El ejército se había abierto camino tierra adentro a la fuerza, y había vencido a la poderosa hueste reunida por las tribus nativas, a las órdenes de Carataco. Roma había ido desgastando a los nativos batalla tras batalla, hasta que al fin las legiones habían aplastado a los guerreros cuando éstos presentaron su última batalla frente a su capital, en Camuloduno.

Aquel día dicha batalla había parecido decisiva. El emperador en persona había estado allí para ser testigo de la victoria... Y para llevarse todo el mérito. En cuanto los cabecillas de la mayoría de tribus nativas cerraron sus pactos con el emperador, Claudio regresó a Roma para reclamar su triunfo y anunciar a la plebe que la conquista de Britania se había completado. Pero en realidad no era así. El legado frunció el ceño. ¡No era así ni de lejos! Aquella última batalla no había hecho mella en la voluntad de resistir de Carataco. Simplemente le había enseñado que era una temeridad enfrentarse a campo abierto contra las legiones de Roma. Sus guerreros sin duda eran valientes y estaban dispuestos a luchar hasta la muerte, pero no habían sido entrenados para enfrentarse al ejército romano en una batalla campal. Aquel día Carataco había aprendido la lección, y su estrategia de combate se volvería más artera y hábil, recurriendo a la guerra de guerrillas para atraer a las columnas romanas y llevarlas hacia una emboscada, y enviando partidas que se movían con rapidez a asaltar las líneas de suministros y puestos avanzados de las legiones. Habían sido necesarios siete años de campaña para empujar a Carataco hacia la fortaleza que las tribus de los siluros y los ordovicos tenían en las montañas. Eran tribus guerreras, incitadas por la furia fanática de los druidas y decididas a resistir el poder de Roma hasta su último aliento. Habían aceptado a Carataco como su comandante, y este nuevo centro de resistencia había atraído a guerreros de toda la isla que albergaban un firme odio hacia Roma.

El invierno había sido duro, y los vientos fríos y la lluvia helada habían obligado al ejército romano a limitar sus actividades durante los largos y oscuros meses brumales. Pero, hacia el final de la estación, las nubes bajas y las nieblas se alzaron de las tierras montañosas del otro lado de la frontera, y las legiones pudieron renovar su campaña contra los nativos durante lo que quedaba de invierno. El gobernador de la provincia, Ostorio Escápula, había ordenado a la Decimocuarta que penetrara en los valles boscosos y estableciera una cadena de fuertes. Servirían como bases de abastecimiento para la ofensiva principal, que tendría lugar en primavera. Sin embargo, el enemigo había reaccionado con una velocidad y ferocidad que habían sorprendido al legado Quintato, atacando a la más fuerte de las columnas que éste había enviado a su territorio. Dos cohortes de legionarios, más de ochocientos hombres... En cuanto empezó el ataque, el tribuno al mando de la columna envió un jinete al legado solicitando apoyo urgentemente. Al amanecer, Quintato había salido de su base en Glevum al