Capítulo 2
El huérfano
Edgar Allan Poe se ha convertido en la imagen misma delpoète maudit, del alma maldita, del vagabundo. El suyo fue un destino muy duro, y su vida resultó casi insoportable. Desde el momento de su nacimiento no dejaron de lloverle los golpes. En cierta ocasión dijo que «para revolucionar de repente la esfera del pensamiento humano universal», bastaba con «escribir y publicar un libro muy breve.
Su título sería muy sencillo, unas pocas palabras: “Mi corazón puesto al desnudo”. Pero ese libro debía serfiel a su título». Poe no escribió nunca semejante libro, pero su vida se pareció bastante.
Lo que lo atormentaba, una mezcla de angustia implacable y de anhelo no menos desesperado, afloró en él muy temprano. Su madre ya había contraído la tuberculosis antes que Poe naciera, y cabe suponer que durante el embarazo el feto no estuviera suficientemente bien alimentado. Los riesgos de un espacio muy reducido, donde una víctima respira con dificultad, tienen gran presencia en sus relatos. Su padres, David y Eliza Poe, también penaron por los sinsabores constantes fruto de la pobreza. Aquella tensión ambiental afectó sin duda al feto. Así, puede decirse que la vida azorada de Poe empezó ya antes de nacer. «Creo que Dios me dio una chispa de genio –manifestó unas semanas antes de morir–; pero la apagó en la miseria.»
Poe nació un día frío de 1809, el 19 de enero, en una casa de huéspedes de Boston. Una tormenta había inundado el puerto de la ciudad de témpanos a la deriva. En ocasiones posteriores, Poe cambiará el año de su nacimiento de manera caprichosa, como si no le gustara que ese acontecimiento se relacionara con él. Sus padres eran actores ambulantes, es decir, poseían un estatus sólo un poco superior al de vagabundos. Puede que le pusieran el nombre de pila de Edgar por el empresario del grupo teatral con que trabajaban los Poe. Algunos de sus coetáneos notaron que, en años posteriores, Poe exhibía cierto aire teatral, casi histriónico. «El mundo será mi teatro –escribió en cierta ocasión–. Debo conquistarlo, o morir.»
En el mundo teatral, existe un viejo dicho según el cual el espectáculo debe continuar. Tres semanas después del nacimiento de Poe, en un periódico de Boston podía leerse: «Felicitamos a los aficionados al teatro por la recuperación de la señora Poe de su reciente convalecencia». Estaba representando a la sazón el papel de Rosalinda en una obra tituladaAvelino, el gran bandido. La vida errante de los Poe surtió un efecto inmediato en su hijo: al poco de nacer, lo enviaron con sus abuelos paternos, que residían en Baltimore (Maryland), que lo cuidaron durante varios meses. Fue éste el primero de los múltiples rechazos sufridos por Poe. Sin embargo, tal vez a consecuencia de ello, siempre sintió veneración por su madre. En cierta ocasión, en un artículo que escribió en un periódico, afirmó que era «hijo de una actriz, y siempre me he vanagloriado de ello; ningún conde estará nunca más orgulloso de su condado que yo de proceder de una mujer que, aunque de alta cuna, no dudó en dedicar al drama su breve carrera de genio y de belleza». Estaba dando aquí la mejor versión de la conducta materna.
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Por supuesto, Eliza Poe no provenía en absoluto de una buena familia. Había zarpado en 1796 de Inglaterra rumbo a América en compañía de su madre, una actriz de Covent Garden, con la esperanza, o las expectativas, de encontrar en el nuevo país mayores oportunidades en las artes dramáticas. Aunque sólo contaba nueve años en la época de su migración, no tardó en convertirse en una «artista» consumada. A los tres meses de su llegada a Estados Unidos, ya estaba actuando sobre un escenario. Actualmente se conserva un retrato de ella realizado en los primeros años de su madurez: en él vemos a una mujer bonita, aunque algo menuda, peinada con los tirabuzones a la moda; de expresión viva, tal vez –y sólo– ligeramente afeada por unos ojos algo saltones. Lleva una túnica estilo imperio y un gorro pequeño y coqueto. Debió de ser una actriz competente y agradable, pues fue objeto de numerosos elogios por parte de los periodistas de la época. Era también muy versátil: a veces interpretaba tres papeles distintos en una misma velada. En el transcurso de su relativamente breve carrera, dio vida a unos doscientos papeles diferentes. Uno de los actores con que más asiduamente formaba pareja era el señor Luke Usher, cuyo apellido pasaría a la posteridad.
En 1802, a los quince años, se casó con otro actor, Charles Hopkins, que murió tres años después. El 14 de marzo de 1804, a los seis meses de la muerte de su primer marido, l