Capítulo 1
Fuego en la noche
De mi padre todavía recuerdo el olor a cuero y acero. La grasa de lana que había en su manto y en sus pantalones y en sus espadas, que mantenía el agua a raya pero apestaba a oveja. El aroma dulce a heno del establo y el olor a sudor viejo de la silla de montar. También su propio sudor, de masculinidad almizcleña. Y lo turbio, a veces aterrador, de su aliento agrio por la cerveza y el vino.
Las más de las veces ya no recuerdo su cara. Tal vez no quiera hacerlo. Pero recuerdo su olor. Sólo tengo que pensar en su olor para volver a ser un niño.
También recuerdo su contacto, pero por su excepcionalidad, por su falta de familiaridad. Aquella mano grande que me alborataba el pelo, dejándomelo como penachos. La roca de su pecho contra mi espalda cuando me ayudaba a tensar mi primer arco. La suave aspereza de su barba la tarde en que, junto al hogar, me susurró que mi madre era la mujer más hermosa de Benoic.
Y más a menudo, los guijarros afilados de sus nudillos, que me atravesaban la mejilla y me dejaban sordo de una oreja y dolorido para el resto del día. El escozor de su cinturón cuando lo había disgustado, o cuando otros lo habían disgustado. El apretón de hierro de sus manos grandes en mis brazos y la sacudida que me zangoloteaba los sesos dentro del cráneo y la embravecida tempestad de furia torrencial en mi cara.
Es curioso que, en medio del caos arremolinado de aquella noche, recuerde nítidamente el tacto de la mano de mi padre. La aspereza de su piel envolvía la mía. La deformidad gruesa y callosa de su mano mientras me arrastraba a través del humo revuelto y la oscuridad acariciada por las llamas, porque nuestros enemigos habían llegado. Yo había estado en los establos cepillando a Malo, el garañón de mi padre, porque el animal estaba de tan mal humor que nadie, ni siquiera Govran, se habría acercado a él. Aquel invierno la nieve había sido espesa y persistió hasta la primavera. Un manto blanco sobre Benoic había mantenido a la gente junto al fuego del hogar, al ganado en los establos y a los caballos en las caballerizas. Porque no se arriesga al príncipe de las bestias, al amado de la diosa Rhiannon, en la nieve si no hay un buen motivo. Pero trata de explicar esto a Malo. Con quince palmos de alto y de sangre española, según decía Govran, Malo era fuerte y rápido, despectivo y peligroso. Sangre caliente en una tierra fría. Y estaba aburrido, frustrado por la inacción. Culpaba al mundo y a los dioses y a los hombres por esto, pero no me culpaba a mí.
Y, como todos los sementales, Malo creía que la mejor alternativa a una carrera era una pelea.
–El maldito demonio casi me arranca el brazo de un mordisco cuando le acerqué el cepillo –había dicho Govran al entrar, al tiempo que sacudía de sus botas grandes copos de nieve que se derretían sobre las cañas de junco que cubrían el suelo.
El caballerizo de mi padre, Govran, conocía y amaba a los caballos más de lo que amaba a las personas, incluida su mujer Klervi, o así decía ella a menudo y él nunca la desmintió.
–Dejó a Erwan de culo cuando intentó cogerle el casco para ver si había podredura –espetó Govran, resoplando entre sus frías manos–. Debería dejar suelto a ese demonio negro y observarlo mientras cruza a la carrera el techo del mundo, escupiendo furia y arrastrando fuego. –Primero miró a mi madre, luego a mi padre. A mí no me miró–. ¿Quieres que almohace al diablo? Tendrás que mandar al niño.
No muchos podían hablar así a mi padre. Govran, sí. Habían sido hermanos de armas mucho antes de que mi padre se convirtiera en rey.
–No te deja muy bien lo que dices, Govran –le contestó mi padre. Y así era, porque yo todavía no había cumplido nueve años–. ¿Debería estar buscando un nuevo caballerizo?
–O un nuevo caballo –refunfuñó mi madre entre dientes.
Govran farfulló algo que, por fortuna para él, no se oyó porque los troncos de pino chascaron y estallaron en el fuego del hogar, tapando su voz. Para entonces ya habíamos consumido toda la leña debidamente preparada para ello.
Fuera se levantaba el viento y yo sabía que eso no ayudaría al estado de ánimo en los establos