: Giles Kristian
: Lancelot
: Edhasa
: 9788435047456
: 1
: CHF 10.70
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 640
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Guerrero, amigo, amante, leyenda. Las legiones de Roma son un recuerdo que se desvanece. Los enemigos acechan las fronteras de Bretaña. Y Uther Pendragon se está muriendo... En ese mundo fracturado e incierto, un muchacho es abandonado y se convierte en un refugiado del fuego, el asesinato y la traición. Un desconocido con la única compañía de un halcón odioso y los recuerdos de todo aquello que ha perdido. Sin embargo, no le falta talento y, bajo la atenta vigiliancia de Merlín y Lady Nimue, perfeccionará sus habilidades e iniciará su viaje hacia la madurez. Por el camino, se encontrará con Ginebra, una chica tan bella como salvaje y orgullosa, pero que se siente marginada por sus dones. Y, mientras tanto, el muchacho se verá deslumbrado por Arturo, el guerrero que lleva con él las esperanzas de todo un pueblo, el fuego entre la oscuridad. Son tiempos de lucha y sangre, e incluso la amistad y el amor parecen condenados al fracaso. Los dioses están desapareciendo y ya no existen más alla del alcance de los sueños. La traición y los celos gobiernan los corazones de los hombres y el mismo destino de Bretaña sobrevive en el filo de una espada. Pero el joven renegado que abandonó su hogar en Benoic sueña con vengarse. Y ahora es un señor de la guerra. Un hombre amado y odiado, admirado y temido. Un hombre abandonado, pero no olvidado. Él es Lancelot. Ambientada en la Bretaña del siglo V, asediada por bandas invasoras de sajones y francos, irlandeses y pictos, esta épica de Giles Kristian cuenta, en palabras de Lancelot, la historia del más venerado y villano de todos los caballeros del rey Arturo, el guerrero que batalló siempre al lado del señor pero que, sin embargo, le robó a su dama. Ésta es la historia de uno de los grandes mitos de leyenda, una historia que, al fin, Kristian ha reimaginado para nuestros tiempos. De esta novela histórica la prensa ya se hace eco y algunos lectores están ansiosos por leerla (puedes verlo al final del artículo). Aquí te dejamos un link del blog 20 minutos sobre algunas de nuestras publicaciones para ir 'haciendo boca', entre las que se encuentra Lancelot... clica aquí De ella se ha dicho: 'Una obra maestra en el más estricto sentido de la palabra', Con Iggulden 'Gloriosa. Trágica. Lírica. Totalmente emocionante. Me encanta', Ben Kane

Giles Kristian, nacido en 1975, es un persona polifacética. Músico, modelo, redactor publicitario, pero su historia familiar (es hijo de padre inglés y madre noruega) y su pasión por las novelas de Bernard Cornwell lo inspiraron a escribir. Basadas en el mundo vikingo, es conocido sobre todo por las novelas de su serie 'Ravern'. Su novela más reciente es Lancelot, de quien Conn Iggulden ha dicho 'Una obra maestra en el más estricto sentido de la palabra'.

Capítulo 1

Fuego en la noche

De mi padre todavía recuerdo el olor a cuero y acero. La grasa de lana que había en su manto y en sus pantalones y en sus espadas, que mantenía el agua a raya pero apestaba a oveja. El aroma dulce a heno del establo y el olor a sudor viejo de la silla de montar. También su propio sudor, de masculinidad almizcleña. Y lo turbio, a veces aterrador, de su aliento agrio por la cerveza y el vino.

Las más de las veces ya no recuerdo su cara. Tal vez no quiera hacerlo. Pero recuerdo su olor. Sólo tengo que pensar en su olor para volver a ser un niño.

También recuerdo su contacto, pero por su excepcionalidad, por su falta de familiaridad. Aquella mano grande que me alborataba el pelo, dejándomelo como penachos. La roca de su pecho contra mi espalda cuando me ayudaba a tensar mi primer arco. La suave aspereza de su barba la tarde en que, junto al hogar, me susurró que mi madre era la mujer más hermosa de Benoic.

Y más a menudo, los guijarros afilados de sus nudillos, que me atravesaban la mejilla y me dejaban sordo de una oreja y dolorido para el resto del día. El escozor de su cinturón cuando lo había disgustado, o cuando otros lo habían disgustado. El apretón de hierro de sus manos grandes en mis brazos y la sacudida que me zangoloteaba los sesos dentro del cráneo y la embravecida tempestad de furia torrencial en mi cara.

Es curioso que, en medio del caos arremolinado de aquella noche, recuerde nítidamente el tacto de la mano de mi padre. La aspereza de su piel envolvía la mía. La deformidad gruesa y callosa de su mano mientras me arrastraba a través del humo revuelto y la oscuridad acariciada por las llamas, porque nuestros enemigos habían llegado. Yo había estado en los establos cepillando a Malo, el garañón de mi padre, porque el animal estaba de tan mal humor que nadie, ni siquiera Govran, se habría acercado a él. Aquel invierno la nieve había sido espesa y persistió hasta la primavera. Un manto blanco sobre Benoic había mantenido a la gente junto al fuego del hogar, al ganado en los establos y a los caballos en las caballerizas. Porque no se arriesga al príncipe de las bestias, al amado de la diosa Rhiannon, en la nieve si no hay un buen motivo. Pero trata de explicar esto a Malo. Con quince palmos de alto y de sangre española, según decía Govran, Malo era fuerte y rápido, despectivo y peligroso. Sangre caliente en una tierra fría. Y estaba aburrido, frustrado por la inacción. Culpaba al mundo y a los dioses y a los hombres por esto, pero no me culpaba a mí.

Y, como todos los sementales, Malo creía que la mejor alternativa a una carrera era una pelea.

–El maldito demonio casi me arranca el brazo de un mordisco cuando le acerqué el cepillo –había dicho Govran al entrar, al tiempo que sacudía de sus botas grandes copos de nieve que se derretían sobre las cañas de junco que cubrían el suelo.

El caballerizo de mi padre, Govran, conocía y amaba a los caballos más de lo que amaba a las personas, incluida su mujer Klervi, o así decía ella a menudo y él nunca la desmintió.

–Dejó a Erwan de culo cuando intentó cogerle el casco para ver si había podredura –espetó Govran, resoplando entre sus frías manos–. Debería dejar suelto a ese demonio negro y observarlo mientras cruza a la carrera el techo del mundo, escupiendo furia y arrastrando fuego. –Primero miró a mi madre, luego a mi padre. A mí no me miró–. ¿Quieres que almohace al diablo? Tendrás que mandar al niño.

No muchos podían hablar así a mi padre. Govran, sí. Habían sido hermanos de armas mucho antes de que mi padre se convirtiera en rey.

–No te deja muy bien lo que dices, Govran –le contestó mi padre. Y así era, porque yo todavía no había cumplido nueve años–. ¿Debería estar buscando un nuevo caballerizo?

–O un nuevo caballo –refunfuñó mi madre entre dientes.

Govran farfulló algo que, por fortuna para él, no se oyó porque los troncos de pino chascaron y estallaron en el fuego del hogar, tapando su voz. Para entonces ya habíamos consumido toda la leña debidamente preparada para ello.

Fuera se levantaba el viento y yo sabía que eso no ayudaría al estado de ánimo en los establos