: Simon Scarrow
: El hijo de Espartaco Gladiador III
: Edhasa
: 9788435047173
: Gladiador
: 1
: CHF 7.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 259
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
TERCERA ENTREGA DE LA SERIE GLADIADOR. Libre al fin de la esclavitud, Marco está decidido a encontrar y salvar a su madre, que lleva ya tiempo secuestrada. Sin embargo, su amo, Julio César, pretende que lo ayude a acabar con las bandas de esclavos rebeldes, comandadas por Brixus, quien planea unir un ejército de esclavos y resucitar la causa de Espartaco. Pero Marco y Brixus son viejos aliados y comparten un secreto que puede acabar con sus vidas. Marco se debate entre su amigo y maestro. ¿Podrá convencer a Brixus de que no es el momento de una rebelión mortal? ¿Y será capaz de persuadir al César de que negocie la rendición de los esclavos antes de que haya más carnicería y derramamiento e sangre? imon Scarrow, autor best-seller con su serie de romanos sobre Macro y Cato, consigue con esta serie 'Gladiador' unas novelas de aventuras sorprendentes y divertidas con la que introducir en la Hisotria de la Roma antigua y los galdiadores a los lectores más jóvenes. Si os gustó Percy Jackson, seguro que esta serie también os gustará.

Simon Scarrow fue profesor de historia hasta obtener un resonante éxito en el ámbito de la narrativa histórica con la serie protagonizada por los militares Cato y Macro, de la que Edhasa ha publicado ya las catorce entregas ('El águila en el Imperio!, '¡Roma Vincit!', 'Centurión', 'Hermanos de sangre','Britania', Los días del César y Sangre de Roma, entre otras). Además de la serie juvenil Gladiador, es autor de tres novelas independientes: 'La espada y la cimitarra', 'Sangre en la arena' y 'Corazones de piedra'. Con 'Sangre joven' inició el que quizá sea su más ambicioso proyecto novelesco: las vidas paralelas de Napoleón y Wellington, que ha culminado en cuatro entregas ('Sangre joven', 'Los Generales',' A fuego y espada' y 'Campos de muerte'), todas publicadas por Edhasa. En 2017, junto con Lee Francis, se ha embarcado en un nuevo proyecto: 'Jugando con la muerte', thriller protagonizado por Rose Blake, agente especial del FBI.

Capítulo II

Un grupo dirigido por Píndaro corrió hacia las escaleras que conducían a la parte superior del muro, y fueron hacia el centinela más cercano. En el complejo, unas siluetas oscuras corrían hacia las puertas del barracón. Un salvaje rugido surgía de la garganta de cada uno de los hombres, mientras los atacantes avanzaban. Brixo hizo lo que pudo para mantener el ritmo, pero se vio entorpecido por su antigua herida y la mayoría de sus hombres lo adelantaron con rapidez. Los dos guardias desarmados que estaban de pie en la entrada se recuperaron rápidamente de su sorpresa y, tirando las jarras que llevaban, echaron a correr y volvieron dentro.

Alertado por la conmoción, el primero de los defensores ya había alcanzado las puertas del barracón, armado con una espada corta y una daga. Era un hombre que iba descalzo, muy robusto, con el pelo canoso y la cara arrugada. Por la rapidez de su reacción y la manera que tenía de plantar los pies muy firmes en el suelo, estaba claro que era un soldado muy experimentado. Contempló la oleada de hombres que se acercaban a él y gritó, por encima de su hombro:

–¡A las armas! ¡Formad detrás de mí!

Un puñado de hombres consiguió unirse a él antes de que los atacantes llegaran a ellos. El exsoldado esquivó limpiamente el arco de una porra, y dio con su espada en el costado del primer atacante, consiguiendo tirarlo al suelo. El hombre se derrumbó con un gemido, agarrándose el costado, y pisó a uno de sus camaradas, que quedó despatarrado frente al guardia y acabó eliminado con una rápida estocada entre los omoplatos.

A pesar del valor y del ejemplo del exsoldado, los guardias que estaban en el exterior de los barracones se vieron superados en número, y al cabo de unos momentos, los atacantes habían eliminado a uno de los defensores y forzado al resto a retroceder al interior. Por encima de los hombros de sus compañeros y los destellos que relumbraban en las hojas, el exsoldado vio que el resto de los guardias se habían armado para unirse a los que estaban ante la puerta abierta. Sólo un puñado de hombres a cada lado podían luchar en aquel hueco tan estrecho, y a medida que caía uno era reemplazado por otro, y ninguno de los dos bandos adelantaba.

Fuera, Brixo maldijo en voz baja. Había esperado sorprender a su enemigo con la rapidez suficiente para aparecer entre ellos y asesinar a los guardias en sus barracones antes de que pudieran armarse y formar filas. Era demasiado tarde para ello ya, y tenía que cambiar de plan antes de perder a demasiados hombres. Sus compañeros gladiadores eran los únicos hombres que conocía en los que podía confiar. El resto eran esclavos fugitivos que se habían unido a su creciente banda, ansiosos por vengarse de sus antiguos opresores, pero carentes del entrenamiento y la disciplina de los luchadores más experimentados. Si veían caer a demasiados camaradas suyos, probablemente acabaría por faltarles el valor.

Envainó su espada y pasó en torno a los hombres que se agolpaban a la entrada, y cogió el borde de la puerta.

–¡Atrás! –ordenó a los que tenía más cerca–. Tú y tú, ayudadme a cerrar esta puerta.

Con hombres a cada lado, Brixo empezó a empujar. Al principio no hubo resistencia, pero cuando los defensores vieron lo que estaba ocurriendo, el exsoldado aulló una orden:

–¡Mantened la puerta abierta!

Mientras la lucha desesperada continuaba en el estrecho hueco, los jinetes clavaban sus botas y empujaban la áspera superficie de madera con todas sus fuerzas, y los defensores se resistían por el otro lado. La puerta fue moviéndose más despacio y al final quedó inmóvil.

–¡Tauro! –gritó Brixo, con los dientes apretados–. ¡Aquí! ¡Ahora!

El gigante apartó a un lado a uno de los atacantes y arrojó todo su peso contra la puerta, junto a su líder. De inmediato la puerta empezó a moverse de nuevo a un ritmo constante, cerrándose poco a poco hasta que el hueco fue dem