Capítulo 1
En un nombre, ¿qué hay?1
Es curioso que un amor que no se atreve a pronunciar su nombre haya dado tanto que hablar. Si antiguamente se lo conocía como ese «peccatum illud horribile, inter christianos non nominandum» (“ese horrible pecado que no ha de mentarse entre los cristianos”), lo cierto es que desde entonces no ha dejado de suscitar debates ni un solo instante.
La voz «rarito»,2 que en su día fue un término con el que se expresaba repugnancia, se pronuncia hoy como estandarte de una diferencia. En el mundo anglosajón, ha acabado convirtiéndose en la voz predilecta del discurso académico; hasta el punto de que los «Estudiosqueer» forman ya parte del currículo universitario.
La respuesta más adecuada a la pregunta ¿de dónde procede la palabra «gay»? es: «vaya usted a saber». Podría argumentarse que deriva de «gai», que en occitano antiguo significa «alegre» o «vivaz»; o de «gaheis», que es como se dice «impetuoso» en godo; o aun de «gahi», expresión franca equivalente al calificativo «rápido». Sea cual sea la lengua que elijamos, observaremos que siempre se emplea para apuntar a nociones asociadas con la diversión frenética y el sentirse como unas castañuelas. En inglés, la apelación «gay» se aplicó inicialmente a las prostitutas y a los hombres que andaban tras ellas. Decir que una muchacha tenía reputación de «gay» significaba invariablemente que estaba a la venta; las demás no eran en ningún caso «gais».3 El sentido que se empezó a darle en el sigloXX, como sinónimo de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, parece deberse a una invención estadounidense surgida en la década de 1940. El neologismo necesitó pasar por un largo período de incubación antes de abrirse camino y alcanzar las costas de Inglaterra. Ni siquiera a finales de los años sesenta del siglo pasado eran muchas las personas capaces de entender lo que quería decirse con la expresión «bar gay».
A partir del sigloXI, la voz «sodomía» se convirtió en un cajón de sastre que podía significar cualquier cosa. Se aplicaba a los herejes, a los adúlteros, a los blasfemos, a los idólatras, a los rebeldes...; en otras palabras, a cualquiera que perturbara el sagrado orden del mundo. Su sentido se asociaba asimismo con el lujo y la arrogancia, y periódicamente se vinculaba su práctica con la posesión de unas riquezas desmesuradas. Evidentemente, también se empleaba para catalogar a quienes cultivaban ideas diferentes, o no ortodoxas, sobre la naturaleza del deseo sexual, utilizándose en ocasiones como una acusación añadida a otros pretendidos delitos, como el de la penetración anal.
En su origen, el término «bujarrón» («bugger») se aplicaba a los herejes, y muy especialmente a los que profesaban el credo albigense, procedente de Bulgaria. Sin embargo, dado que una parte de ese credo condenaba incluso las relaciones sexuales dentro del matrimonio –y, de hecho, toda forma de emparejamiento natural–, la connotación de la palabra terminó rebasando el ámbito estrictamente religioso. La voz proviene del francés «bougre» («tipo», o «tipejo»), empleada comúnmente en la expresión «pauvre bougre», o «pobre diablo».
El sustantivo inglés «ingle», que significa «muchacho depravado» o «chico malo», se hizo célebre a finales del sigloXVI. ¿No debería haber una expresión inglesa que sostuviera que todo hogar ha de tener rescoldo?4 En el este de Londres todavía existe una calle denominada Ingal Road. La palabra «pathicus», como llamaban los antiguos romanos al miembro pasivo de la pareja, aflora a la luz del día en la Inglaterra de principios delXVII. Lo irónico del caso es que el amante pasivo no necesitaba ser excitado sexualmente, a diferencia del activo, que sí debía estarlo, y sin embargo solo se castigaba al «pathicus». La discriminación es aquí más social que sexual. La pasividad era una característica que se atribuía a las personas que seguían una senda propia, ya que la inactividad (sexual o general) constituía un desafío para las convenciones grupales, una forma de desentenderse de los deberes sociales. Por eso el pasivo era como un lobo entre corderos.
El término «catamita» o «catamite»5 se acuña por la misma época en que se generaliza el uso de «pathic» («pasivo»). Por «pollito» («chicken») se entendía un menor, y de ahí la expresión «gavilán pollero» («chicken hawk») para aludir al hombre que va en busca de adolescentes. Este tipo de palabras podían existir y emplearse de forma clandestina durante décadas antes de empezar a circular de manera habitual, dado que, como es obvio, la actividad en sí todavía resultaba imposible de mencionar. El término jergal prototípico para aludir a todos los muchachos homosexuales es el relacionado con el joven y lampiño Ganímedes, que no solo aparece representado en muchas ocasiones con un gallito joven en la mano, sino que también recibe el nombre de «kinaidos».6
En el sigloXVIII, se empezó a fijar la atención en los «bardajos», o «mariconas» («mollies»). «Jemmy», o «Jaimito»,7 es un