: Aldous Huxley
: La Isla
: Edhasa
: 9788435045100
: 1
: CHF 6.20
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 400
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En una isla imaginaria de Pali se produce el choque entre dos modos de entender la vida y las relaciones humanas.Cuando el periodista Will Farnaby desembarca en la isla entra en contacto con unas costumbres, unos ritos, una religión y una actitud ante la vida. De este contraste se deriva fácilmente una reflexión sobre los valores que encarna Farnaby, los propios del mundo occidental, y que los cuestione.

Aldous Huxley, procedente de familia de tradición intelectual, se formó en Eton y Oxford.Después de unas primeras novelas predominantemente satíricas, el éxito y la atención de la crítica más rigurosa llegó con Contrapunto(1928), ambiciosa e inteligente novela que constituye uno de los retratos más agudos y completos del esnobismo intelectual de entreguerras. Su siguiente novela, Un mundo feliz(1932), es quizá su obra más famosa y sin duda la más inquietante. Pasó un tiempo escribiendo guiones cinematográficos en Hollywood, hasta que volvió a situarse en primera línea con las novelas El genio y la diosa (1945), El tiempo debe detenerse (1948), Mono y esencia (1949) y La isla (1962), y los polémicos ensayos Eminencia gris (1941), La filosofía perenne (1946) y Nueva visita a un mundo feliz (1958).

Capítulo I

—Atención —comenzó a llamar de pronto una voz, y fue como si un oboe se hubiese vuelto de pronto capaz de pronunciación articulada—. Atención —repitió con el mismo tono alto, nasal y monocorde.

Echado como un cadáver entre las hojas muertas, el cabello enmarañado, el rostro grotescamente sucio y magullado, Will Farnaby despertó con un sobresalto. Molly lo había llamado. Hora de despertar. Hora de vestirse. No se podía llegar tarde a la oficina.

—Gracias, querida —dijo, y se incorporó. Un agudo dolor le apuñaló la rodilla derecha, y sintió otros tipos de dolor en la espalda, los brazos, la frente.

—Atención —insistió la voz sin el menor cambio de tono. Apoyado en un codo, Will miró en torno y vio con desconcierto, no el empapelado gris y las cortinas amarillas de su dormitorio de Londres, sino un claro entre árboles y las largas sombras y luces sesgadas de las primeras horas de la mañana en un bosque.

¿Atención?

¿Por qué decía atención?

—Atención. Atención —insistió la voz... ¡Qué extraña, qué insensata!

—¿Molly? —preguntó—. ¿Molly?

El nombre pareció abrir una ventana dentro de su cabeza. De pronto, con esa sensación de culpa horriblemente familiar en la boca del estómago, olió el formol, vio a la pequeña y vivaz enfermera corriendo delante de él por el pasillo verde, oyó el seco crujir de su uniforme almidonado.

—Número cincuenta y cinco —decía la enfermera; se detuvo y abrió una puerta blanca. Él entró y allí, en una alta cama blanca, estaba Molly. Molly, con la mitad de la cara cubierta de vendas y la boca cavernosamente abierta.

—Molly —gritó—, Molly... —Se le quebró la voz y rompió a llorar, implorando—. ¡Querida mía! —No recibió respuesta. A través de la boca abierta la rápida y jadeante respiración surgía ruidosa, una y otra vez—. Querida mía, querida... —De pronto, la mano que sostenía cobró vida por un instante. Luego volvió a quedar inmóvil.

—Soy yo —dijo—,Will.

Los dedos se agitaron una vez más. Lentamente, en lo que era sin duda un enorme esfuerzo, se cerraron sobre los de él, los apretaron y volvieron a aflojarse, inertes.

—Atención —llamó la voz inhumana—. Atención.

Había sido un accidente, se apresuró a asegurarse. El camino estaba mojado, el coche había patinado sobre la línea blanca. Era una de esas cosas que suceden a cada momento. Los periódicos están rep