: Antonio Penadés
: El hombre de Esparta La tragedia de Isómaco de Atenas
: Edhasa
: 9788435047128
: 1
: CHF 5.30
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: Historische Romane und Erzählungen
: Spanish
: 352
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Atenas, siglo V a.C.Isómaco es un respetado ciudadano que, movido por su admiración hacia las ideas de hombres como Sócrates, Anaxágoras y Heródoto, participa en la Asamblea y en los asuntos públicos de su ciudad en defensa de Pericles. Cuando compra al esclavo Neleo para ejercer como pedagogo de su hijo Iónides, ignora que ha puensto en funcionamiento la implacable rueda del destino y que su mundo, al igual que el de toda la Hélade, cambiará para siempre. ¿Cuál es la relación entre el misterioso asesinato ocurrido en la apacible hacienda familiar y Alcinoo? Una ira ciega se apodera de Isómaco, quien acude al dios de Delfos en busca de ayuda para llevar a cabo su venganza. El joven Iónides, lúcido testigo del combate entre el odio y la razón, recibirá una enseñanza que marcará toda su vida. Antonio Penadés nació en Valencia en 1970, es licenciado en Derecho y Periodismo y ante todo un lector e investigador apasionado por la Antigüedad griega. En esta, su primera novela, ha sabido plasmar la vida cotidiana de los atenienses del siglo de Pericles, un momento fundamental en la historia de Grecia: aquel en el que, tras llegar a su máximo esplendor, comienza la caída. Penadés trabaja a la manera de Homero y de los clásicos griegos, creando a un héroe y a su antagonista, y mostrando su evolución encarnado cada uno de ellos las dos caras del mundo griego.

Antonio Penadés Chust (Valencia, 1970) es licenciado en derecho y periodismo y diplomado en Estudios Avanzados en Historia de la Antigüedad.Es miembro del Patronato de la Fundación IVECO (Instituto Valenciano de Estudios Clásicos y Orientales) e imparte clases en el Museo L'iber, en la Universidad de Valencia y en la Escuela de Negocios de CEU, además de colaborar en Historia National Geographic y Punto Ragio, entre otros medios de comunicación. Es autor de la crónica de viajes Tras las huellas de Heródoto y coautor del libro Cinco miradas sobre la novela histórica (2009).

CAPÍTULO PRIMERO


EL ESCLAVO


Kefisia, Ática; 432 a.C.


El esclavo preferido de mi padre había sido asesinado. Le mataron en lo más profundo de un bosque cercano a nuestra casa. Estaba solo e indefenso, y una terrible tormenta azotaba la noche. La mañana siguiente a su desaparición, el resto de sus esclavos comenzaron un fatigoso y concienzudo rastreo en busca de alguna pista que ayudara a esclarecer lo ocurrido. Después de dedicar cuatro días a batir los caminos, las granjas y los bosques circundantes, cuando se daba por seguro que aquel extenuante esfuerzo iba a resultar improductivo, uno de los rastreadores averiguó el lugar donde se había perpetrado el crimen al descubrir unas muescas y diversas señales marcadas al pie de una vieja encina. Sin embargo, el cadáver del esclavo continuaba sin aparecer.

Mis padres, mi hermana y yo vivíamos en una magnífica hacienda situada en el demo de Kefisia, a unos cien estadios al norte de Atenas. La vida de mi familia había transcurrido hasta entonces armónicamente, en consonancia con la paz que se respiraba en nuestra querida ciudad y con la estabilidad que los atenienses habíamos disfrutado durante un largo y fructífero período.

El esclavo asesinado era un joven llamado Neleo, y desde la noche de aquel crimen nuestras vidas cambiarían radicalmente.

* * *

Isómaco, mi padre, era alto y robusto, y su afición por el manejo de la espada y la gimnasia confería a su cuerpo una fuerza y elasticidad admirables. Su barba, perfectamente recortada y moteada por unas incipientes canas, cercaba su cara alargada, su nariz aguileña y sus ojos de color negro azabache. Todos los días de mi vida le he tenido presente. Cada vez que le recuerdo, la imagen que ilumina mi mente es la de un hombre equilibrado, sereno y dotado de un gran sentido del humor. A pesar de que las circunstancias que debió afrontar en la última etapa de su vida no le permitieron gozar de ella en su plenitud, mi padre nunca perdió ni un ápice de su entereza y de su dignidad.

Había adquirido a Neleo la primavera anterior, medio año antes de que éste muriera asesinado. Recuerdo perfectamente la tarde en que el esclavo llegó a la hacienda por primera vez, caminando cansinamente junto a la grupa del caballo de mi padre. Divisé a lo lejos las figuras de ambos y salí corriendo por el caminal que conducía hasta la casa para recibirles. Mi padre estaba visiblemente satisfecho, pues había encontrado exactamente aquello que había ido a buscar. Durante el trayecto desde la ciudad mantuvo una breve pero grata conversación con el nuevo esclavo, tras la cual reforzó la buena impresión que éste le había causado cuando estaba expuesto en el mercado.

Yo era el primogénito de Isómaco y su único hijo varón, y todos me llamaban Ión. Había cumplido catorce años el último invierno, y, puesto que podía permitírselo, mi padre quiso para mí un esclavo pedagogo realmente culto que dirigiera mis pasos: constituía para él una cuestión primordial cerciorarse de que yo recibía una educación lo más completa posible.

Mi padre había recibido la noticia de que aquel día arribaría al puerto del Pireo una remesa de esclavos, prisioneros de la reciente batalla que se había librado en la isla de Corcira, de modo que al amanecer partió a caballo hacia Atenas. En realidad, albergaba escasas esperanzas. Llevaba bastante tiempo buscando un educador para mí y consideraba muy improbable que fuera a encontrar algo interesante entre un grupo de esclavos espartanos. Sin embargo, debía agotar todas las posibilidades puesto que mi ayo tenía ya poco que enseñarme. Al mediodía llegó a la plaza en la que se habían instalado los mercaderes, quienes se abalanzaron sobre él para cont