PRÓLOGO
En estos ensayos biográficos sobre figuras estelares de la cultura europea no podía faltar una trilogía dedicada a las luces del pensamiento humanista, representadas por tres nombres muy significantes: Friedrich Nietzsche, Stefan Zweig y Albert Camus. No los he elegido al azar: tienen en común la «modernidad» de su pensamiento, están cercanos a nosotros en el tiempo y también en la índole y el alcance de los retos que tuvieron que afrontar en su experiencia vital, pues vivieron ya las horas inciertas del relativismo, conocieron la decadencia del racionalismo con el crepúsculo salvaje y brutal de sus ideologías (el materialismo, el comunismo, el nazismo, el fascismo) y se vieron envueltos y fatalmente amenazados por las locuras fanáticas que tanto daño hicieron a la tradición humanista europea.
El editor ha elegido para la cubierta un dibujo espléndido, porque concierta en un símbolo poético el significado, el alcance y el sentido de estas tres vidas: un pentagrama de espinos con rosas. Me parece oportuno recordar que, entre los tres personajes de estaSonata humanista, hay una víctima de la guerra y del racismo (Stefan Zweig), un hombre brillante y valeroso que –tras enfrentarse a las dictaduras y a los totalitarismos– dejó la sangre de su juventud en un desgraciado accidente (Albert Camus), y un genio que –siendo el espíritu más clarividente de la modernidad– se volvió loco y murió en las alambradas del silencio, de la desmemoria y del absurdo (Friedrich Nietzsche).
Esta serie de trilogías (Appassionata, Suite romántica, Sonata humanista yConcierto para libertinos) que he propuesto a mis lectores, agrupando algunos de mis ensayos biográficos, comparten algunos acordes; fundamentalmente, la reivindicación del espíritu frente a las simplificaciones racionalistas, la demanda urgente de una educación iniciática, al estilo de lo que en la literatura europea llamábamosBildungsliteratur, y el retorno a una conciencia humanista de la sabiduría. En este pequeño volumen reúno precisamente a tres maestros indiscutibles del humanismo.
A Nietzsche, Zweig y Camus pude haber añadido algunos otros personajes como Alberto Magno, Vives, Tomás Moro, Erasmo, Pascal, Montaigne o Romain Rolland –no muchos, pues pocos son los que hicieron tanto por la dignidad de la condición humana–, y concretamente mis lectores podrían echar de menos a Goethe o a León Tolstoi; pero hay una razón por la que no están incluidos aquí, ya que el primero de ellos aparece ya en laSuite romántica de esta misma colección, y al novelista ruso le dediqué un libro especial:El viejo León. Tolstoi, un retrato literario.
Las ciencias y la técnica, cuyos horizontes son ilimitados como cualquier obra del pensamiento, sólo contribuyen al progreso humano cuando se conforman a los valores de la civilización y la cultura; incluso sometiéndose a límites de pacto social, de bondad, de belleza y de misericordia. Y me preocupa mucho que hoy –agradecidos como debemos estar al progreso científico– vayamos a dar en una «tecnificación» sin «humanismo». ¿De qué sirve darle un tenedor a un «antropófago», un martillo a un iconoclasta o una ametralladora a un asesino o a un maltratador? El único ideal humanista es una civilización de justicia, de respeto y de responsabilidad. Pero ocurre, por el contrario, que el acceso arbitrario y sin juicio crítico a los beneficios del progreso ejerce hoy una influencia reaccionaria sobre los pueblos más privilegiados, que se consideran por encima de su pasado y ya no se sienten deudores de sus maestros ni de los grandes hombres que nos guiaron en el camino de la civilización y el humanismo. Y esa ignorancia –unida a la soberbia que distingue a muchos políticos modernos– nos lleva a olvidar que conservamos en nuestro interior inquietantes pulsiones de nuestra historia bárbara que creímos superada y vencida. Es lo que los viejos filósofos llamaban «la supervivencia de lainfrahistoria en la historia». Dos guerras mundiales nos dejaron en Europa buen testimonio de los instintos salvajes que sobreviven en las culturas que se creen superiores y más elevadas.
La identificación del progreso con el racionalismo es simplista, tendenciosa y absolutamente injusta, ya que –