El atardecer de un día cálido puso en movimiento una leve brisa entre las hojas. La sombra trepó por las colinas hacia la cumbre. Sobre la orilla de arena,los conejos estaban sentados,quietos como grises piedras esculpidas.Y de pronto, desde la carretera estatal llegó el sonido de pasos sobre frágiles hojas de sicomoro.Los conejos corrieron a ocultarse sin ruido. Una zancuda garza se remontó trabajosamente en el aire y aleteó aguas abajo. Por un momento el lugar permaneció inanimado, y luego dos hombres emergieron del sendero y entraron en el espacio abierto situado junto a la laguna.
Habían caminado en fila por el sendero,e incluso en el claro uno quedó atrás del otro. Los dos vestían pantalones de estameña y chaquetas del mismo género con botones de bronce. Los dos usaban sombreros negros,carentes de forma, y los dos llevaban prietos hatillos envueltos en mantas y echados al hombro.El primer hombre era pequeño y rápido, moreno de cara, de ojos inquietos y facciones agudas, fuertes.Todos los miembros de su cuerpo estaban definidos: manos pequeñas y fuertes, brazos delgados, nariz fina y huesuda.Detrás de él marchaba su opuesto:un hombre enorme,de cara sin forma,grandes ojos pálidos y amplios hombros curvados; caminaba pesadamente, arrastrando un poco los pies como un oso arrastra las patas.No se balanceaban sus brazos a los lados, sino que pendían sueltos.
El primer hombre se detuvo de pronto en el claro y el que le seguía casi tropezó con él. El más pequeño se quitó el sombrero y enjugó la badana con el índice y sacudió la humedad. Su enorme compañero dejó caer su frazada y se arrojó de bruces y bebió de la superficie de la verde laguna;bebió a largos tragos,resoplando en el agua como un caballo. El hombre pequeño se colocó nerviosamente a su lado.
–¡Lennie! –exclamó vivamente–. Lennie, por Dios,no bebas tanto.
Lennie siguió resoplando en la laguna. El hombre pequ